Acercarnos a una de las más arraigadas figuras de la música cubana, específicamente emparentada con la difusión de nuestros cantos y tradiciones campesinas, es obligado peregrinaje. Sobre todo, cuando la fecundidad artística se apoderó de ella y, quizás sin saberlo, estaba moldeando la historia de la música cubana con el único sueño de cantarle a su gente. Celina González es prueba tácita de perseverancia y talento, y también de emancipación sonora en la difícil etapa de su despegue musical.

Nacida el 16 de marzo de 1929 en Jovellanos, Matanzas, la joven artista crece en un ambiente rural pero rodeada de disímiles fuentes de transmisión oral muy comunes en esa zona, desde el afluente católico hasta la música arará, pasando por los cánticos de trabajo de las largas y arduas faenas del campesino.

Y tal vez fueron estas las primeras lecciones que forjarían un sello en la conformación conceptual de su estilo, donde la conjunción del sincretismo, del elemento litúrgico, del espacio sacro, pero con hondas raíces populares, marcarían definitoriamente el espectro simbólico por el cual se movería a sus anchas durante toda su carrera.

La obra de Celina ha trascendido por la soltura de su arte y el compromiso de su público más fiel.

Cuando nos remitimos al factor cronológico en la carrera musical de Celina, creo que debe enmarcarse el contexto donde le toca expresarse como artista, y como mujer. No fueron tiempos felices para ella —ni para las mujeres que apostaban por el arte— el abrirse paso en una sociedad repleta de prejuicios y limitaciones que veían en esos roles una “tentación del diablo” o un “camino de perdición”, razón por la cual les cerraban todo contacto con el arte. Y si bien difícil fue erigirse como artista de formación empírica, tal vez más difícil fue lograrlo como mujer de origen humilde, sin casta familiar ni fotos en páginas sociales de revistas y periódicos.

Otro elemento a ponderar dentro de este amasijo de confluencias y alineaciones para con ella, fue su esposo y compañero Reutilio Domínguez, con quien no sólo compartiría su vida sentimental. En esta línea Reutilio respetaría y daría soltura y confianza a su joven esposa también como pareja profesional, sin ataduras ni tabúes.

“Más allá del lirismo y la algarabía musical que lograban con sus canciones, Celina y Reutilio lograron imponer muchos éxitos en la radio, el cine y posteriormente en la televisión”.

Y así llegan a consolidar uno de los más populares duetos desde finales de la década de 1940 hasta 1964 en que se disuelven como formato, pero no sin antes abordar la música campesina de una manera diáfana y profunda, convirtiendo al guajiro en el protagonista de cada tonada y de cada tema.

Más allá del lirismo y la algarabía musical que lograban con sus canciones, Celina y Reutilio lograron imponer muchos éxitos en la radio, el cine y posteriormente en la televisión, y aunque hoy pudiéramos ver dichas presentaciones con ciertos estereotipos visuales o reminiscencias arquetípicas y repetitivas, no debíamos caer en trampas coyunturales que se diseñan como análisis inconexos de una determinada realidad, ya sea por desconocimientos desbordados o para caricaturizar una parte de nuestra historia musical.

Celina, ya sea en esta etapa junto a Reutilio o durante sus actuaciones en solitario, o incluso luego al retomar el dúo junto a Lázaro Reutilio (uno de sus hijos), es un referente de cubanía, de raigal savia irredenta e identitaria con todo el peso dialéctico de cada momento vivido desde lo personal y lo musical.

“Celina González es una lección de tenacidad mezclada con la suerte y tal vez un poco de cábalas musicales, donde intervinieron muchos factores”.

¿Y por qué su actualidad? ¿Cómo ha logrado trascender su obra aun desde su retiro en 2001? Pienso ha sido por la soltura de su arte, comprometido con su público más fiel y al cual le cantó sin prejuicios ni traiciones artísticas.

Celina no hizo abdicaciones musicales ni tampoco complacencias oportunistas, sino que fue fiel a su estirpe y le cantó con pasión al amanecer en la montaña o al bohío que alberga noches de guateques. Todo ello desde un acompañamiento estilístico que enaltecía al género, además de las necesarias aportaciones morfológicas hacia y desde otros géneros.

Dentro de esa línea podríamos recordar su último CD de estudio, titulado 50 años… como una Reina, producido por Tony Pinelli y donde a modo de recuento, se acerca a varios estilos como la trova, el son y la guaracha, y donde tuvo invitados como Pablo Milanés, por increíble o desconocido que parezca para algunos.

Celina González es una lección de tenacidad mezclada con la suerte y tal vez un poco de cábalas musicales, donde intervinieron muchos factores aleatorios y otros no, pero que al igual que sucedió en nuestra cultura mestiza, fueron moldes ideales para la consolidación de una mujer de su categoría musical.

¿Que nos falta una continuadora de esas tradiciones? Sí, pudiera ser, aunque existe un movimiento bien sólido en varias regiones del país donde muchas mujeres cantan e improvisan con una soltura sorprendente, pero no son muy viabilizadas por los mecanismos de promoción más allá del programa Palmas y Cañas, el cual sigue siendo el único de su tipo en la televisión nacional.

Por eso recordarla, será siempre un asidero personal y necesario para todos los tiempos, los actuales y futuros.