Edmundo Valadés

(México, 1915-1994) es recordado, sobre todo, por ser el gestor de la fabulosa revista “El cuento”, que fundara en 1964 y al frente de la cual se mantuvo hasta el final de su vida (alcanzó 110 números). Desde sus páginas realizó una importante divulgación de lo mejor del género producido en cualquier latitud y en cualquier época, y privilegió el conocimiento de autores emergentes, algunos de los cuales se convirtieron con el paso del tiempo en nombres de primera magnitud.

Fue, asimismo, traductor, periodista, crítico literario y… cuentista de gran capacidad de invención, que apartó su prosa del tan socorrido color local (demasiada atención a los contextos) en función de la fábula misma: se ocupó más del qué y el cómo que del cuándo y el dónde. Su primer libro de relatos, La muerte tiene permiso (1955, Fondo de Cultura Económica) resultó un bestseller. Otros títulos de su autoría son: La Revolución y las letras (1960), Las dualidades funestas (1967), El libro de la imaginación (1970), Por caminos de Proust (1974), y Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita (1986). Es considerado un maestro de ese subgénero llamado microficción o microrrelato, que tantos y tan buenos cultores ha tenido en su país.

En 1982 un joven periodista, que viajaba con Teatro Estudio por varios estados de México, fue a conocer a Valadés a la redacción del periódico Excelsior, donde se ocupaba de la sección cultural. Como llegó en medio del caos que es cualquier diario a la hora del cierre, el narrador apenas pudo intercambiar con él un saludo. Ya a las afueras del edificio, en la calle Reforma, y un poco amoscado, lo alcanzó su asistente. “¿Usted es el cubano?” –preguntó. Como recibiera una respuesta afirmativa, terminó el mensaje: “Dice el maestro que mande crónicas desde donde quiera que llegue, que a la vuelta lo estará esperando para conversar, para pagarle las colaboraciones y para beber ron. Pero que, por favor, no regrese a una hora tan chingona.” (A.F)