Cuba y Gran Bretaña: un puente de amistad a través de la danza
El arte del ballet, desde su nacimiento en la Italia renacentista y más aún a partir de su surgimiento como arte profesional en la Francia de Luis XIV, en el siglo XVII, ha llegado hasta nuestros días como resultado de un hermoso cosmopolitismo. Mediante la universal técnica académica, surgieron estilos y escuelas, que han definido idiosincrasias y rasgos peculiares de sus cultores a nivel mundial. Un intercambio secular de talentos y experiencias permitió que el arte escénico haya salido enriquecido y el ballet, en específico, coloreado con la idiosincrasia, las raíces culturales y el sentido nacionalista de cada una de las naciones donde floreció durante más de medio milenio.
En la primera mitad del siglo XX, dos nuevas escuelas surgieron en la escena del ballet mundial: la escuela inglesa y la escuela cubana de ballet.
En ese largo período histórico, las huellas dejadas por creadores e intérpretes pudieron mostrarse ante los públicos con rostros peculiares que investigadores, historiadores y críticos han definido como escuelas nacionales. Así surgieron los estilos o modos expresivos de cada pueblo que ha logrado tan grande hazaña, de la que han sido merecedores los italianos, los franceses, daneses y rusos-soviéticos, hasta la primera mitad del siglo XX, en que dos nuevas escuelas surgieron en la escena del ballet mundial: la escuela inglesa y la escuela cubana de ballet. En la Gran Bretaña, una vieja tradición balletística, que fomentaron maestros, bailarines y coreógrafos extranjeros, cristalizó en 1931 en el quehacer de una mujer extraordinaria, Ninette de Valois, nacida el 6 de junio de 1898, en Blessington, Irlanda, cuya pasión por la danza constituyó la razón de su vida hasta su muerte en Barnes, Londres, el 8 de marzo del 2001. Su formación artística la inició con maestros rusos y franceses, pero su gran experiencia la obtuvo al vincularse en 1923 a la célebre compañía de los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, que sabiamente mostraron al público la autoctonía rusa en su relación con las corrientes más avanzadas del arte universal. Esa toma de conciencia la llevó a crear en la década de los treinta los Ballets del Sadler’s Wells Theatre y el hoy Royal Ballet de Londres. Ella no solo logró fundar una compañía de fama mundial, sino que estimuló a toda una pléyade de bailarines y coreógrafos, entre ellos Margot Fonteyn, Robert Helpmann y los coreógrafos Frederick Ashton y Kenneth MacMillan, que ha sido la garantía del prestigio que hasta hoy día distingue al Ballet Inglés en la escena mundial.
Mientras eso ocurría en Inglaterra, ese mismo año de 1931, el arte del ballet plantaba una nueva semilla para su desarrollo en la lejana isla de Cuba, con la creación de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, donde surgiría la tríada fundacional de nuestro ballet, integrada por Alicia, Alberto y Fernando Alonso, la cual, al paso del tiempo, forjaría la escuela cubana de ballet, que junto a la inglesa serían las dos únicas surgidas en el siglo XX.
Desde la década de los treinta del pasado siglo, datan las relaciones de las figuras claves del ballet inglés con las del ballet cubano. Alberto Alonso, como integrante del Ballet Ruso de Montecarlo, iniciaría su vida profesional en 1935, bajo la guía de Nicolás Sergueyev, exregisseur de los Ballets Rusos, quien tras la muerte de Diaghilev radicaría en Londres y reviviría allí las obras de la gran tradición romántico-clásica. Alberto actuó en Londres en repetidas ocasiones y allí tomó contacto con las principales figuras de la naciente compañía inglesa. Por su parte, Alicia y Fernando, en el Ballet Theater de Nueva York, desde principios de 1940, recibieron las enseñanzas del gran bailarín Anton Dolin, responsable del repertorio romántico-clásico en la compañía norteamericana, donde Alicia llegó a figurar como estrella máxima. En esa etapa, los Alonso trabajaron con la eminente pedagoga Margaret Craske y también asimilaron las enseñanzas de Antony Tudor, creador del ballet sicológico, de marcada tendencia expresiva, elemento básico en la futura escuela cubana de ballet. La fecha del 2 de noviembre de 1943 hermana al ballet inglés con el cubano, al sustituir esa noche Alicia Alonso a la célebre bailarina inglesa Alicia Markova, protagonista de Giselle, ballet en el que tuvo como maestro, ensayador y partenaire al propio Dolin.
En 1946, Alicia y Fernando viajaron por vez primera a Londres, como miembros del Ballet Theatre, y en los predios del Covent Garden interpretaría la Alonso su primera Giselle en tierras europeas.
El 28 de octubre de 1948 nacería el hoy Ballet Nacional de Cuba y en 1950, la Academia de Ballet Alicia Alonso, encargada de formar la primera generación de bailarines cubanos, institución en la que colaborarían personalidades inglesas tan relevantes como Mary Skeaping, quien llevó a nuestra escena sus versiones de Cascanueces en 1952-1953 y El lago de los cisnes, en 1954; y la no menos célebre pedagoga Phyllis Bedells, quien transmitió a los bailarines y maestros cubanos sus ricas experiencias en los cursos de verano que organizó la Academia en esa misma década.
La fecha del 2 de noviembre de 1943 hermana al ballet inglés con el cubano, al sustituir esa noche Alicia Alonso a la célebre bailarina Alicia Markova, protagonista de Giselle.
En 1950 y 1953, Alicia volvería a Londres para cosechar resonantes éxitos con el Ballet Theatre, establecer fuerte nexos con Valois, María Rambert y Frederick Ashton, ser galardonada con la Medalla por la Coronación de la Reina Isabel II y, junto a Fernando, compartir las experiencias de los cursos de pantomima que allí impartía Tamara Karsavina, exestrella del Mariinski de San Petersburgo y de los Ballets de Diaghilev, radicada en Londres tras la muerte de este en 1929.
En el desarrollo posterior de ambas compañías podemos encontrar similitudes que las hermanan en el loable empeño de hacer del ballet un arte reflejo de una identidad nacional, con una proyección cada vez más popular. En el periodo de 1939 a 1945, en medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la compañía del Sadler’s Wells, con figuras ya cimeras como Margot Fonteyn, Robert Helpmann y Frederick Ashton, no vaciló en abandonar sus escenarios habituales para ofrecer presentaciones a los soldados británicos en tarimas improvisadas en los frentes de batalla.
La compañía cubana, desde su nacimiento, debió combatir también, pero por su subsistencia, frente al escaso apoyo oficial, las incomprensiones y las agresiones de los gobiernos de turno que padeció la nación. Paradójicamente, el 26 de octubre de 1956, una Carta Real aseguró definitivamente los destinos de la principal compañía de la Gran Bretaña, dándole su sede oficial en Covent Garden, ya con el nombre de Real Ballet de Londres. En 1960 sería el propio Comandante Fidel Castro el encargado de firmar la Ley 812, que garantizó los destinos futuros del hoy Ballet Nacional de Cuba.
Desde entonces, ambos movimientos danzarios han mantenido hermosas relaciones, que incluyen las visitas del prestigioso crítico Arnold Haskell, quien en 1967 definió a Loipa Araujo, Aurora Bosch, Mirta Plá y Josefina Méndez como las joyas del ballet cubano, apelativo con el que han sido reconocidas mundialmente; e impartió valiosas conferencias y seminarios, que contribuyeron a la formación de especialistas cubanos en la rama del ballet. Especial relevancia han tenido las actuaciones de figuras representativas de las más importantes compañías de ballet surgidas en Gran Bretaña, en los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana, a partir de su creación en 1960; y las de figuras cubanas en esos conjuntos británicos, cuyos puntos cimeros los constituyen la obra sostenida, durante más de una década, por Aurora Bosch en la Central School of Ballet y por Loipa Araujo, como maître invitada del Royal Ballet y directora artística asociada del English National Ballet.
A esta hermosa relación hay que añadir, muy especialmente, las actuaciones de dos de las más eminentes figuras masculinas de la escuela cubana de ballet, José Manuel Carreño y Carlos Acosta, este último merecedor de importantes galardones, como el Premio Laurence Olivier, la Orden de Caballero del Imperio Británico, el Premio de la Coronación de la Reina Isabel II, otorgado por la Real Academia de la Danza, y su designación como director del Royal Birmingham Ballet, a partir del 2020, por sus aportes al ballet británico. Figuras de ese país tan relevantes como Antoinette Sibley, Georgina Parkinson y Wayne Sleep, han visitado la sede del BNC y la Escuela Nacional de Ballet, interesadas por conocer las peculiaridades metodológicas de nuestra escuela,especialmente en lo referente al trabajo con los bailarines masculinos.
El Ballet Nacional de Cuba ha enriquecido su repertorio con obras de coreógrafos británicos, varias de ellas presentadas durante sus múltiples visitas a ese país, y en el 2009, en fraternal reciprocidad, el Royal Ballet, bajo la dirección de Mónica Mason, actuó en Cuba, ocasión que sirvió para rendirle merecido tributo al alma mater del ballet cubano, la prima ballerina assoluta Alicia Alonso.
Ahora los lazos de amistad entre Cuba y Gran Bretaña tendrán un nuevo hito con la celebración del 120 aniversario de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones y el Jubileo de Platino, con motivo de festejarse los 70 años de la Coronación de la Reina Isabel II. El prestigioso coreógrafo inglés Ben Stevenson, Oficial del Imperio Británico, ha preparado para esta ocasión un hermoso programa con cuatro obras de su autoría, que serán interpretadas por la compañía cubana: Tres preludios, Esmeralda pas de deux, Réquiem de Mozart y el estreno mundial de Corceles para la reina,alusivo a tan trascendente efeméride real.