El abrazo del dolor
21/5/2018
En su memorable despedida a las víctimas del criminal atentado al avión de Cubana en 1976, Fidel sintetizó dos de los principios esenciales de nuestra impronta humanista: “Por eso el dolor es de todos, el luto es de todos (…) No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen”.
Las circunstancias luctuosas, a lo largo de nuestra historia, siempre han servido para que los cubanos apretemos abrazos de hermandad, poco importa dónde planta su garra la tragedia: un terremoto en Perú, Chile o Pakistán, un atentado suicida en New York, un huracán en New Orleans o Batabanó, una matanza en Soweto, un tiroteo en una escuela primaria estadounidense, un bombardeo sobre Trípoli, una epidemia de Ébola en África… Muchos hijos del pueblo cubano han hecho suyo el dolor de otros y han dado su mejor esfuerzo para remediar lo que se pueda.
La horrible tragedia del accidente del 18 de mayo pasado, en el vuelo Habana-Holguín, pese a que nos deja sin paliativos a la mano, puso en evidencia una vez más esas ganas de acompañar en el llanto y sufrir, con el mismo corazón, lo que ya multiplicado dolerá para siempre. No hay frases de consuelo posibles. No obstante, he visto en varias personas, cierto gesto espontáneo de notable elocuencia: golpearse el pecho con los brazos ligeramente cruzados a la par que profieren cualquier exclamación. Multiplicarlo conscientemente —supongo— tal vez sirva de algo, siempre que no lo veamos como símbolo de impotencia y sobrecogimiento, sino como abrazo simbólico global para que todos los afectados sientan, igual que en aquel aciago día de hace 42 años, que los acompañamos millones.
Amigo mío, coincido contigo ciento por ciento. Yo también me uno al dolor de todos los cubanos y comparto este momento luctuoso en sus vidas, en nuestras vidas. Cuando era muy joven perdí a un hermano, el solo tenía diesinueve años. He vivido todos estos años con su recuerdo y vi el sufrimiento de mis padres hasta que fallecieron. Entonces entiendo lo que están sufriendo esos familiares y créeme, también me sumo a los que de verdad lo sienten. Y sin en algo les puede consolar estas, mis palabras, pues les envío mi mensaje de aliento: “La vida empieza donde parece que se acaba”.