Antecede a Marx, y está descrito por los propios ideólogos clásicos del capitalismo, que toda igualdad es ilusoria si no emana de la igualdad de los individuos frente a la reproducción económica, que es la que determina, en última instancia, la reproducción social.

Por mucho que se ha escrito, poco esencialmente nuevo ha producido el liberalismo desde Adam Smith y David Ricardo, en términos de entender el proceso reproductivo que subyace en la sociedad. La existencia de clases sociales en relación con la apropiación de lo que la sociedad produce materialmente (y simbólicamente) no es un descubrimiento de Marx, ya Smith las había descrito, en su particular contexto, al hablar de los terratenientes, los burgueses y los trabajadores, aunque la terminología fuera otra.

No es más que el reciclaje de ideas viejas, el incansable intento de pretender aparcar la lucha de clases bajo el espejismo ideológico de que un estado regido por una constitución ideal está por encima de los intereses sectoriales de una sociedad, que armoniza y es capaz de crear una sociedad de iguales expresada como iguales jurídicos, por más que se disfrace de las sucesivas modernidades que van ocurriendo.

Golpes de Estado en el siglo XXI el putsch de los conglomerados mediáticos. Imagen: Tomada de Razones de Cuba

Al referirse al papel del estado en la sociedad, Adam Smith reclamaba que este “sólo tiene tres obligaciones principales por las cuales se debe preocupar: la primera es la de proteger a la sociedad de la violencia y de la invasión por parte de otras sociedades independientes; la segunda, proteger de la injusticia y de la opresión a un miembro de la república ante cualquier otro que también sea ciudadano, y establecer una justicia exacta entre sus pueblos; y la tercera, crear y mantener ciertas obras y establecimientos públicos, no para el interés de un particular, o de unos cuantos, sino que tiene que ser en interés de toda la sociedad”.

La ruptura democrática es un instrumento más en la caja de herramientas de la hegemonía capitalista.

Fuera de esas obligaciones, el estado no tenía mucho más que hacer, mucho menos en la economía, de acuerdo con la idea del laissez-faire, en palabra del propio Smith, en un artículo de 1775: “mas es requisito para conducir a un estado a su más alto grado de opulencia partiendo del más bajo barbarismo que la paz, impuestos fáciles, y una administración tolerable de la justicia: el resto es provisto por el curso natural de las cosas”.

Ese curso “natural” implicaba que cada hombre debe ser dejado a que “persiga su propio interés en su propia manera, y conducir su industria y su capital a la competencia con aquellos de cualquier otro hombre, o grupo de hombres”.

Pero volviendo a lo que nos ocupa, los golpes de estado de América Latina, como resultado del triunfo de la Revolución cubana, no son anécdota dentro de un orden “natural” democrático que de vez en cuando padece de esas rupturas como fiebres pasajeras.

La ruptura democrática es un instrumento más en la caja de herramientas de la hegemonía capitalista. Puede ser su dispositivo más romo, pero acude a él cuando los otros recursos se le agotan, o tiene la percepción de que no van a funcionar, al menos no en el tiempo requerido. Tiene puntos comunes con rupturas democráticas anteriores en la Europa pos Octubre de 1917, como la ocurrida contra la España republicana, pero tiene más diferencias.

Hasta la Revolución cubana, en la América Latina del siglo XX, la hegemonía norteamericana no había sido retada desde adentro de manera seria. Cuando en Europa el desafío a la dominación de EE.UU. en la posguerra era reflejo de la confrontación directa con el espacio soviético, en América Latina el reto a la hegemonía norteamericana se daba en términos de la emergencia de sus propias fuerzas de transformación revolucionaria, una característica que se veía reproducida en todo el mundo colonial y neocolonial después de la II Guerra Mundial.

En la mayoría de los casos, los orígenes de esos procesos sociales había que hallarlos en los propios espacios donde ocurrían, no tenían causa en la confrontación geopolítica fundamental del momento entre la URSS y los EE.UU., sino que se insertaban en ella.

Pongamos por ejemplo la Francia de la cuarta república. En once años, de 1947 a 1958, el país tuvo 24 gobiernos, algunos, como el de Robert Schuman, duraron apenas unos días. De los seis agrupamientos políticos, los dos más importantes, los comunistas y los gaullistas, no lograban poder efectivo alguno.

En realidad, desde 1930, las fuerzas independentistas vietnamitas habían desafiado el poder colonialista de Francia, quien había tomado control de la región a finales del siglo XIX.

Los comunistas tenían una base de voto establecida entre los sectores obreros industriales, una porción significativa de voto rural y de gremios como el de los maestros. Se decía que uno de cada cinco franceses votaba consistentemente por los comunistas, aunque dada la dispersión del voto, era una fracción significativa.

Pero en el contexto de la guerra fría, ni hablar de que EE.UU. permitiera un gobierno con presencia comunista. Desde la primavera de 1947, fueron excluidos de cualquier coalición de gobierno. La lógica de la guerra fría, determinaba la dinámica política en el país.

Comparemos eso con la guerra colonialista de Francia en Indochina, donde a partir de 1946 el país se veía cada vez más involucrado con el régimen títere de Bao dei en el sur. En realidad, desde 1930, las fuerzas independentistas vietnamitas habían desafiado el poder colonialista de Francia, quien había tomado control de la región a finales del siglo XIX.

La colonización de Francia, incluso se mantuvo de alguna forma durante la Segunda Guerra Mundial, donde, a pesar de que las fuerzas japonesas ocuparon el país desde 1940 a 1945, permitieron su administración por las autoridades del gobierno colaboracionista de Vichy.

Aunque esa guerra de liberación vietnamita podía verse como una confrontación insertada en el escenario de la guerra fría, su origen era indiscutiblemente autóctono. Imagen: Tomada de Dialektika

Independientemente de que Ho Chi Minh, educado en Francia y miembro fundador del Partido Comunista Francés, había vivido en la URSS por un número de años, su aproximación a la lucha en Vietnam fue uniendo a todas las fuerzas en un Frente de Liberación Nacional.

El carácter de la lucha era, en primer lugar, independentista, impuesto por las fuerzas revolucionarias anticolonialistas. Después de la proclamación de la República Democrática Vietnamita en 1945, cinco años de guerra pasaron entre los independentistas y las fuerzas colonialistas francesas antes de que la URSS y China reconocieran al gobierno encabezado por Ho Chi Minh.

La dinámica original de esa guerra anticolonialista, la impusieron las fuerzas revolucionarias vietnamitas y no la confrontación entre la URSS y EE.UU. Solo después del apoyo de la URSS y China a las fuerzas revolucionarias es que EE.UU. se involucra de manera abierta y activa en el suministro de armas y entrenamiento a las fuerzas francesas.

La derrota del ejercito colonialista en Dien Bien Phu, en 1954 —si bien es cierto que ambas partes recibían apoyo militar de la URSS por una parte y de EE.UU. por la otra— fue infligida por un ejército nacional vietnamita comandado por un general del país, Vo Nguyen Giap, curtido en la guerra de guerrillas contra la ocupación japonesa, bajo la bandera de la independencia nacional. Aunque esa guerra de liberación nacional podía verse como una confrontación insertada en el escenario de la guerra fría, su origen era indiscutiblemente autóctono.

La guerra de guerrillas en Cuba contra el gobierno títere de Fulgencio Batista se efectuó sin apoyo, ni siquiera contacto, con la URSS ni ninguna otra fuerza comunista fuera del país.

Otro tanto queda claro con la Revolución cubana, en la que no hay que extenderse demasiado por ser de conocimiento de todos. Fidel nunca perteneció, antes de 1959, a partido comunista alguno. La guerra de guerrillas en Cuba contra el gobierno títere de Fulgencio Batista se efectuó sin apoyo, ni siquiera contacto, con la URSS ni ninguna otra fuerza comunista fuera del país. La escasa ayuda militar que recibieron las fuerzas revolucionarias fue, por el contrario, suministrada por algún gobierno latinoamericano como Venezuela, difícilmente vinculable a alguna alianza con el bloque soviético.

Solo después del triunfo revolucionario es que la Revolución en el poder, inevitablemente, como resultado de su radicalización orgánica que la llevó de un proceso nacional democrático a uno de revolución socialista, se inserta en la lógica del enfrentamiento a nivel global entre las fuerzas imperialistas y al bloque socialista. La Crisis de Octubre es quizás el ejemplo arquetípico de la dinámica impuesta por la guerra fría, pero el origen de la confrontación entre EE.UU. y la Cuba revolucionaria es incuestionablemente autónomo.

Después de la Crisis de Octubre, el pánico de las clases dominantes en los EE.UU. llevó a todo tipo de doctrinas imperiales agresivas en el escenario latinoamericano y en el Tercer Mundo. Imagen: Tomada de la ACN

Después del fracaso de Girón, y el equilibrio precario, pero equilibrio al fin, que impuso la salida a la Crisis de Octubre, y con ello la consolidación de la Revolución cubana como un fenómeno cuya “solución” no aparecía como inmediata, el pánico de las clases dominantes en los EE.UU. las llevó a todo tipo de doctrinas imperiales agresivas en el escenario latinoamericano y en el tercer mundo.

La Crisis de Octubre es quizás el ejemplo arquetípico de la dinámica impuesta por la guerra fría, pero el origen de la confrontación entre EE.UU. y la Cuba revolucionaria es incuestionablemente autónomo.

La percepción de que perdían en la confrontación con el socialismo, y la necesidad urgente de detener el efecto dominó, los condujo a hacer de la disrupción democrática la norma y no la excepción. Todo era reflejo de ese pánico, desde el Lejano Oriente, la guerra en Indochina, las intervenciones en un continente africano que se descolonizaba, hasta los golpes de estado en América Latina.

Si la guerra de Vietnam contra los franceses era de liberación nacional, y había tenido origen en la lucha anticolonialista de los revolucionarios vietnamitas, y solo después se insertó en el escenario de la guerra fría, la intervención norteamericana en Indochina, desde el mismo inicio, respondió a la confrontación entre las fuerzas imperialistas y el bloque socialista que se daba a nivel global.

Los golpes de estado de América Latina, como resultado del triunfo de la Revolución cubana, no son anécdota dentro de un orden “natural” democrático. Imagen: Tomada de Ocean Sur

El golpe de los coroneles en Grecia en 1967 solo confirmó que el mecanismo ex machina de los golpes de estado, para arreglar desafíos a la hegemonía, no eran un escenario exclusivo de los “incapaces” países del otrora espacio colonial o neocolonial, sino que el instrumento era de aplicabilidad global si fuera necesario.

La democracia burguesa es el instrumento de preferencia del arsenal de dominación de la burguesía cuando su hegemonía no es cuestionada. Pero no es más que eso, un instrumento de dominación clasista.

Los coroneles que dirigieron el golpe de estado en Grecia, adujeron como justificación la necesidad del mismo para evitar la toma del poder por los comunistas. Uno de sus principales ideólogos, Georgios Georgalas, proyectaba a Grecia como bastión de los valores cristianos y abogaba por solucionar los problemas sociales a través de tratamiento psicoterapéutico.

A pesar de su afiliación filofascista, la junta recibió el apoyo inmediato de los EE.UU., que bajo la doctrina Truman de 1947, de contención de la “expansión” soviética, ya había intervenido en la guerra civil griega de 1943 a 1949, que resultó en un estimado de 100 mil comunistas o simpatizantes encarcelados, exiliados o ejecutados. 

Después del golpe de estado de 1967, EE.UU. reconoció el gobierno de facto, a pesar de su talante antidemocrático. En 1972, la administración de Nixon se comprometió con ayuda económica del régimen de más de 100 millones de dólares. El vicepresidente de los EE.UU., Spiro Agnew, de visita en Grecia en 1971, llamó a los líderes de la junta los mejores líderes que había tenido el país desde Pericles en la Grecia clásica.

En el plano ideológico, estos hechos ponían en evidencia la falsedad de la construcción liberal que le asignaba al capitalismo la exclusividad de la democracia. La democracia burguesa es el instrumento de preferencia del arsenal de dominación de la burguesía cuando su hegemonía no es cuestionada. Pero no es más que eso, un instrumento de dominación clasista.

La historia de los golpes de estado del siglo XX, y en particular en América Latina, es la historia de las rupturas de los diálogos cuando la hegemonía nacional o supranacional de la burguesía se ha visto en peligro.

2