Cuando uno se enfrenta al significado escueto de las palabras poesía y música, puede que al final la definición nos resulte algo inexacta, como mismo ocurre con la frase poesía popular; sin olvidarnos de que en toda música, al menos para mí, existe siempre un motivo textual desde cuyo centro emerge luego el acto de creación.     

Digámoslo mejor así: tanto en la poesía como en la música, más allá de temas, estilos y calidades, existe un contenido síquico que después en el lector, también oyente, se transforma en una impresión síquica, lo que al mismo tiempo provoca y consolida una inmediata comunicación entre ambos puntos. Es decir, en esa mixtura no intervienen las preferencias estéticas, porque aquí lo que impera es un golpe de efecto, una suerte de impacto que, según el caso, inclina la balanza hacia el para bien o hacia el para mal.       

En la obra del Indio Naborí lo musical puede estar presente en cualquier poema, dando lo mismo si es político o intimista, si es rimado o libre; porque en el fondo, implícita en cada línea de verso, lo que predomina es una seductora y trascendente cadencia.   

Yo pregunto entonces: ¿dónde encontrar la música en la poesía del Indio Naborí? ¿Acaso en la métrica, la forma estrófica, la reiteración, la cadencia, la consonancia, la perfecta combinación tropológica, el énfasis, el ritmo implícito, el acento externo, o es que se trata, única y exclusivamente, de tener ante nosotros un maravilloso “todo incluido”?, ¿fue esa virtud la que hizo que su antología poética Cristal de Aumento recibiera el Premio del Lector en la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana? Como puede apreciarse, el tema resulta complejo, y mucho más complejo todavía porque en todas partes se escuchan expresiones como esta: ¡qué musical era el Indio Naborí!; lo que ahora, pensando en el cine, me recuerda otra reiterada frase: ¡qué cinematográfico era Ernest Hemingway!          

Pero si hablamos del Indio Naborí, cuyo origen no tiene nada que ver con el origen del escritor norteamericano, estamos hablando de un joven que entre los años 1939-1955, por la calidad y seriedad de su poesía oral, se había convertido en el poeta-repentista más popular de Cuba, al extremo de que su tonada era conocida como “tonada Naborí”. Sobre este particular no hay nada más acertado que citar palabras del propio poeta:

…La tonada que comenzó a identificarme como trovador no me había venido de la tradición campesina, había sido creada por mí anteriormente. Me surgió como del alma, tal vez de la emoción de mi primer triunfo radial. A su popularización contribuyó el hecho de que famosos músicos y compositores la llevaran al son y al danzón; entre ellos Antonio María Romeu, con su danzón “Naborí”, y Arsenio Rodríguez con su “Oye mi son, Naborí”…

Llamo la atención sobre un aspecto: en cada décima que aparece recogida en las Estampas campesinas que él publica entre los ya mencionados 1939-1955, se aprecia una singular manera de interpretar los sonidos (música) del horizonte cubano. Pero el poeta, para lograr ese efecto, no acude a vocales, frases o versos alusivos. Tampoco utiliza la onomatopeya. Los sonidos en él son parte del silencio que envolvía la naturaleza de Cuba en esos años. Entonces, el buen lector de poesía, escucha una suerte de zumbido interior que palpita dentro del poema y que luego hace realidad el dominio simbólico de la ausencia.

La antología poética Cristal de Aumento recibió el Premio del Lector en la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana. Imagen: Tomada de Cubaliteraria

Esa impresión de soledad, que también es una impresión de tristeza, tiene un aderezo que le viene por la vía de la propia décima: su ritmo o música interior. Pero aquí el ritmo se presenta sereno y con deje melancólico; abierto a sonidos que, aunque en un primer plano formen parte del entorno, no son otra cosa que los sonidos del alma: “Compay, ¡qué triste está el río, /cómo solloza la palma!” Este paisaje campestre, digamos que cubanísimo, es la expresión que el poeta utiliza para dejar sobre nosotros lo que más le interesa: el paisaje cósmico, algo que igualmente trae consigo un interés psicológico renovado.

Compay, ¡qué triste está el río,
cómo solloza la palma!
Para siempre murió el alma
del guateque en el bohío.
Aquella que en el bajío
endulzó mi amarga suerte
un día se quedó inerte,
¡y yo no sé en qué carreta
se me fue por la secreta
guardarraya de la muerte

En esa décima, que integra el cuerpo de su poema “Desalojo íntimo”, hay siete palabras que expresan los sonidos del campo cubano. Es decir, la música natural de la tierra. Y a veces resulta tan predominante el efecto del sonido intrínseco que el vocablo como tal pasa a un segundo plano, quedando en los lectores una sensación de ternura-identificación que por momentos se hace inexplicable. He aquí otros dos versos: “¿Qué mocha oculta en la brisa/ cortó de su voz el vuelo?” Esa relación palabra-sonido-silencio es lo que hace crecer la perdurabilidad de las Estampas campesinas, al punto de convertirlas en referenciales dentro de toda la obra poética del Indio Naborí. Ahora bien, ¿por qué referenciales? Porque en ellas quedó registrada la fisionomía estilística que marcó al poeta para toda la vida.

Por la calidad y seriedad de su poesía oral, se había convertido en el poeta-repentista más popular de Cuba, al extremo de que su tonada era conocida como “tonada Naborí”.

De ahí que lo musical, para decirlo de alguna manera, puede estar presente en cualquier poema, dando lo mismo si es político o intimista, si es rimado o libre; porque en el fondo, implícita en cada línea de verso, lo que predomina es una seductora y trascendente cadencia. Como es lógico, mucho más identificable cuando leemos-escuchamos una décima, un soneto, un romance o un rondel del poeta:

A dúo con Luis de Góngora
Ayer maravilla fui,
hoy sombra de mí no soy.
Los sueños que ayer viví
ceniza y polvo son hoy.
De tal modo me perdí
que ya no sé dónde estoy
y cuando me busco, doy
con un espectro, ¡ay de mí!
Ayer maravilla fui,
y hoy sombra de mí no soy

Sin embargo, hay quien pudiera decir: sí, sí, todo este laberinto teórico está muy bien. Pero yo quiero escucharlo cantar, yo quiero escucharlo improvisar, yo quiero palpar un ejemplo, constante y sonante, de la fusión poesía y música. A lo que podríamos responder: gracias a la investigadora cultural Patricia Tápanes, y gracias a la disquera BisMusic, ahora está disponible un maravilloso trabajo de rescate titulado La medida de un suspiro (Premio Especial Cubadisco 2023), donde además de un documental, también se incluye un CD del Indio Naborí cantando sus propias décimas.

  

“El Indio Naborí es hoy el representante más genuino de la poesía oral en el mundo hispano”.  

Resumiendo: la unidad música-poesía no solo está en el hecho de musicar un determinado poema, está también en la poesía y en la música misma. Hace un momento mencioné la palabra “tonada”. Bueno, pues una tonada, de marcado acento campesino, y teniendo presente la extensión octosilábica que le aportaba la décima, es la línea melódica de la Guantanamera. Y si nos acercamos a ella, comprobaremos que solo tiene tres notas musicales, unidas por un repetido estribillo. Lo demás, especialmente en los inicios, eran décimas que el propio autor le iba incorporando según el momento. Hasta que en los años cuarenta a la Guantanamera, sobre todo en la radio, se le van incorporando espinelas escritas por poetas de mayor calibre, entre ellas algunas escritas por el propio Indio Naborí, cuyo propósito era el de contar los principales sucesos del día. Lo que ocurrió después es bien conocido: llegaron los Versos sencillos de José Martí; y esos versos, igual de extensión octosilábica, se convirtieron en la letra fija de la famosa guajira-son.

Ya casi en el final, vuelvo la vista y me encuentro con un texto del catedrático español Maximiano Trapero, quien ubicando sus ojos desde un mirador profundo, y pensando sobre todo en los más jóvenes, ha sabido visualizar para el futuro la trascendencia del Indio Naborí:    

…A mí mismo, cada vez que releo su obra, se me acrecienta la convicción de que su poesía es de tal altura que será “clásica”, durará para siempre, porque logró ponerse al nivel de los grandes líricos en lengua española… El nombre del Indio Naborí seguirá resonando en la leyenda, como un Homero intemporal, hecho mito, pues en su persona y en su obra se conjugaron los dos tipos humanos y literarios más perdurables de la literatura popular en lengua española desde la Edad Media: el juglar y el trovador… El Indio Naborí es hoy el representante más genuino de la poesía oral en el mundo hispano…     

En el tema poesía y música, o música y poesía, existen copiosos espacios que necesitan ser analizados en algún momento. De ahí que desee concluir esta aproximación inicial con una estrofa del Indio Naborí que tiene mucho de poesía y mucho de música:

En una Y griega del monte
y una piedra del camino
anda la muerte de un trino
registrando el horizonte.
Canta feliz un sinsonte
ante el verde atril del llano;
quédase un flechero enano
distraído en sus endechas
dulces… ¡y hay un tiraflechas
cayéndose de una mano.

                                        

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