Aunque Fulgor de un nombre no necesita presentación, pues hay libros que se presentan solos, los organizadores de este encuentro literario me solicitaron que dijera algunas palabras sobre la vida del poeta que hoy nos convoca.

En buena lid yo podía llegar aquí y hacer la siguiente introducción: Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí). La Habana, Cuba, 30 de septiembre de 1922. La Habana, Cuba, 30 de diciembre de 2005. Poeta, ensayista, periodista y promotor cultural. Premio Nacional de Literatura. Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Es considerado por la crítica literaria, como una de las figuras más sobresalientes de las letras cubanas.

El pasado 7 de octubre, en el espacio Sábado del Libro en La Habana Vieja, con el auspicio del Instituto Cubano del Libro, se presentó el poemario “Fulgor de un nombre”, como homenaje al 101 aniversario del natalicio de Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí.

Eso sería coser y cantar, es decir, pura Wikipedia, algo que debe evitarse a toda costa, entre otras cosas porque no existe nada más parecido a este hombre que su propia poesía, motivo por el cual no tuvo necesidad de escribir sus memorias. Quien de verdad desee conocerlo, por dentro y por fuera, solo tiene que acercarse a su obra, lo mismo a la escrita que a la oral, teniendo como premisa de análisis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras, nunca existió ninguna contradicción, porque ambos eran complementarios.   

A manera de resumen, y esto es un criterio casi unánime —digo “casi” por si acaso aparece alguien que piense distinto— el Indio Naborí renovó la décima cantada y escrita, vigorizó la elegía, le otorgó un inusual rango de perpetuidad a la lírica social, energizó el verso libre, pontificó el soneto, revivió el romance y dejó una huella importantísima en el periodismo y la investigación folclórica, fundiendo y elevando a categoría estética lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno. Pero a esa vocación poética hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era sinónimo de Revolución.

“No existe nada más parecido a este hombre que su propia poesía”.

Los poemas de circunstancias que el Indio Naborí escribe antes y después de 1959 son, en su caso, una realidad comprensible y continuadora de una viva tradición cubana: la poesía social. Para ello, además de imágenes, metáforas e hipérboles, utiliza una amplia gama de formas estróficas y metros, donde a veces se hace visible una compleja estructura poética que combina arte menor y mayor. Es decir, versos de hasta ocho sílabas que juegan con versos eneasílabos, endecasílabos, dodecasílabos y alejandrinos. Pero siempre, sin perder el ritmo del énfasis y la reiteración.                                                         

El tono imperativo, desterrado de la poesía escrita para la lectura unipersonal y de pequeño cenáculo, revive en el verso del Indio Naborí entre el clamoreo de la muchedumbre, el ruido de los altoparlantes y la compañía de la oratoria política, y no está mal que reviva. ¿Por qué se ha de objetar el tono tribunicio a una poesía que se dice en tribuna?

“Los poemas del Indio Naborí, eran poemas de circunstancias, eran poemas de ocasión, eran poemas de tribuna, eran poemas de plazas públicas”.

Por supuesto que hay un bosque de sonetos, décimas y romances. Todo ello, en función de enaltecer la obra de la Revolución, y utilizando para esos fines los recursos expresivos naturales que le otorgaba su condición de juglar. Ese tipo de poesía, dirigida a las grandes masas y no a un aislado grupo de personas, era una necesidad que el poeta sentía como propia. Nunca olvidar su lealtad a los principios, nunca olvidar su compromiso con los más humildes y nunca olvidar su militancia política desde los 17 años.

“La Revolución cubana no llegó hasta este poeta por una circunstancia histórica concreta. Este poeta fue parte activa de la Revolución y llegó con ella”.

Y sí, es verdad, eran poemas de circunstancias, eran poemas de ocasión, eran poemas de tribuna, eran poemas de plazas públicas y eran poemas que, de forma inusitada, despertaban el entusiasmo del pueblo; lográndose entonces, a partir de la emoción, una mixtura de verbos no muy frecuente en la poesía: sentir, visualizar y comprender.

Todavía hay cubanos que dicen: “mi familia se hizo revolucionaria escuchando los versos del Indio Naborí”. ¿Cómo puede ser eso posible?, me pregunté yo muchas veces. Pero luego entendí que las palabras Poesía, Patria y Revolución estaban para él en un mismo camino y sin alardes ni rimbombancias de ningún tipo, fue consecuente con la consecuencia de su propia vida. La Revolución cubana no llegó hasta este poeta por una circunstancia histórica concreta. Este poeta fue parte activa de la Revolución y llegó con ella.

“El Indio Naborí, con lo mejor de su poesía política, logró tocar la entraña del pueblo, poniendo en la voz de ese mismo pueblo la épica de un acontecer político trascendental”.

Eusebio Leal, que de alguna manera hoy también nos acompaña, lo explicó así: “Cubana, como las palmas reales, nunca usó su palabra para servir a otra causa que no fuese la de la justicia social. Por eso, campesinos y obreros vieron en el canto de Jesús Orta Ruiz la más legítima expresión de los sentimientos propios (…) El Indio Naborí buscó —hasta encontrar— las huellas de la primera sangre derramada…”

¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Lo digo fuerte y claro: lo mejor de la poesía política del Indio Naborí, no obstante, el paso del tiempo, se resiste a morir. Se trata de un acontecimiento sociocultural que trasciende las fronteras de épocas exactas y llega hasta nuestros días. Léanse y estúdiense a fondo los títulos que ahora menciono: “Era la Mañana de la Santa Ana” (1959), “Mensaje de Martí a la Cuba nueva” (1959), “La Coubre” (1960), “Evocación de Homero” (1961), “Carta de una madre cubana a una madre norteamericana” (1962), “Nuevo credo latinoamericano” (1967) y “Para que nadie tenga que decir” (1970), por solo mencionar algunos.

El Indio Naborí, con lo mejor de su poesía política, logró tocar la entraña del pueblo, poniendo en la voz de ese mismo pueblo la épica de un acontecer político trascendental. Él decía en versos lo que el pueblo estaba tratando de explicarse por otras vías. Entonces, el impacto o comunicación era inmediato. Miles y miles de cubanos asumían como suyos los poemas y luego los recitaban en cualquier parte. Tanto es así, que esa interacción poeta-pueblo aún se mantiene viva.

Te seguiré en la calma y la tormenta / vistiendo el verde olivo de tu traje, / porque tú eres en medio del oleaje / tempestuoso, la brújula que orienta. Fragmento del poema: “Voto de confianza del pueblo a Fidel”, del Indio Naborí.

Estamos viviendo la tercera década del siglo XXI y Cuba entera tiembla de emoción cuando alguien recita la “Marcha Triunfal del Ejército Rebelde”(1959) o la “Elegía de los Zapaticos Blancos” (1961). Vuelvo a preguntarme: y ¿por qué?, ¿cómo puede ser posible que eso ocurra cuando han pasado más de sesenta años? He ahí el misterio del Indio Naborí, he ahí su carácter atípico y he ahí el rango de perpetuidad que alcanzó con él, la poesía social cubana, demostrándose a las claras que esos poemas eran algo más que poemas de circunstancias o poemas de ocasión.

La siempre recordada Dora Alonso interpretó, a tiempo, el mencionado misterio naboriano y lo dejó escrito para la posteridad: “Jesús Orta, con la sencilla flor de su constancia y de su cariño al pueblo, logró en justa correspondencia, ser para el pueblo su clave de oro”. 

“La conocida aceptación popular de estos poemas, algunos memorizados y recitados por varias generaciones, es la mejor prueba de que cuando se hable de poesía y tiempo, no hay que olvidar el espacio y la ocasión”.

El libro como tal, una compilación bien abarcadora de la poesía política de Jesús Orta Ruiz, publicada en enero de 2023 por la editorial Verde Olivo, está estructurado en siete secciones: El pulso del tiempo, Cuando decimos Fidel, Al son de la historia, Breves apuntes para la epopeya, Río de sangre y llanto, Otros poemas políticos y Poemas de homenaje, proponiendo con ello, a través de efemérides, héroes y mártires, un lírico viaje por la historia de Cuba.

Quien dude alguna vez de su condición de cubano, puede reaccionar positivamente acercándose a “Fulgor de un nombre”, cuyo contenido, de principio a fin, fuera descrito por el propio poeta en febrero de 2005: “La conocida aceptación popular de estos poemas, algunos memorizados y recitados por varias generaciones, es la mejor prueba de que cuando se hable de poesía y tiempo, no hay que olvidar el espacio y la ocasión (…) Fue así que surgió esta poesía de fechas y circunstancias, tan sentida por mí como cualquier otra (…) Poesía de encargo, podría decirse, pero habría que añadir: el encargo no es ninguna imposición cuando lo que se solicita está en el corazón de quien complace. Otras veces no hay tal petición, sino una coincidencia entre el solicitante y el creador, que también es parte de las masas y siente como ellas…”

Ahora cierro los ojos y se presenta ante mí el mismo poeta que en 1962, al observar los peligros de la “Crisis de Octubre”, escribiera para las generaciones de hoy un poema titulado “Voto de confianza del pueblo a Fidel”.

Te seguiré en la calma y la tormenta

vistiendo el verde olivo de tu traje,

porque tú eres en medio del oleaje

tempestuoso, la brújula que orienta.

Al seguirte, me sigo, y se acrecienta

la luz de mi coraje en tu coraje,

porque tú eres mi frente, mi lenguaje,

mi propio corazón que se calienta.

No es lisonja que antiguo cortesano

de rodillas decía al soberano

llevando el corazón en la cartera.

Reclamo, por las cosas que te digo,

la prebenda de un sitio en la trinchera

y el privilegio de morir contigo.

(Palabras leídas en el Sábado del Libro, Calle de Madera, Centro Histórico, La Habana, Cuba, 7 de octubre de 2023).

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