Corría 1970 (o 1971). Por las ondas de Radio Progreso, y del programa Nocturno, los cubanos fans de The Beatles oímos por primera vez The long and winding road, compuesta por Paul McCartney en 1968 y publicada en el álbum Let it be dos años después. Más allá del disgusto de Paul por la grabación —algo que contribuyó notablemente a la disolución del grupo— el simbolismo melancólico del número ha rebasado la circunstancia que lo hizo nacer para que traslademos su emotividad a nuestras vidas cuando alguna coyuntura vital nos hace sentir desolados: La noche salvaje y ventosa / que la lluvia lavó / ha dejado un charco de lágrimas / llorando por el día.

Sí, el nuestro ha sido un largo y tortuoso camino. Hemos vivido “la noche salvaje y ventosa”. Si miramos todo el siglo XX y lo que va del XXI, el rosario de acontecimientos frustrantes que nos deparó la historia hubiera podido sumirnos en una melancolía y un sentimiento de derrota superior al que sintió el Beatle zurdo en su granja de Escocia cuando compuso la pieza.

Como se sabe, los primeros cincuenta y ocho años de nuestra vida nacional no fueron más que un simulacro de república, con varios intentos de revertir la onerosa situación de dependencia y sometimiento a los Estados Unidos. Conatos de revolución —en un final frustrados todos—, revolución auténtica a inicios de la década del 30, luchas obreras y estudiantiles que, de triunfar, hubieran funcionado como conjura definitiva contra el desaliento hilvanaron nuestro relato nacional hasta que, en 1959, triunfó una revolución radical y verdadera. El camino, que sabíamos largo, pareció menos tortuoso.

Desde entonces nuestro pueblo, de lleno en el intenso repertorio de transformaciones a su favor, ha debido convivir con la hostilidad del vecino imperial que nos adversa y nos bloquea. Dura ya 63 años el abuso, amargo jarabe que día a día tragamos contra nuestra voluntad.

El imperialismo ha jugado diestramente su apuesta por el desgaste. No se lleva todas las piezas del tablero, pero hace estragos en los hogares, en los proyectos sociales, en las industrias, en las mesas de todas las familias.

A los últimos años del pasado siglo, con el Período Especial erosionándolo todo, hemos debido sumar los de restricciones nunca imaginadas que vivimos hoy. Las agudas carencias de todo tipo nos inoculan la sensación de que el largo y tortuoso camino es mucho más largo y tortuoso que lo que suponíamos.

El escepticismo gana terreno, pero resiste el pueblo y una buena parte sigue brindando su apoyo al proyecto de justicia social defendido a capa y espada. Pero se producen pérdidas, bajas, decepciones y deserciones. Nos sostiene la convicción de que la única vía para alcanzar la equidad se traza con lógica socialista. Igual con la convicción de que es posible seguir cultivando el noble ideario que, desde sus inicios, inspira a la Revolución.

El imperialismo ha jugado diestramente su apuesta por el desgaste. No se lleva todas las piezas del tablero, pero hace estragos en los hogares, en los proyectos sociales, en las industrias, en las mesas de todas las familias. La guerra de quinta generación, bien instrumentada desde el amplio poder mediático sustentado por los monopolios de la información, nos obliga a hacernos diestros también en las mismas armas con el fin de articular y hacer públicas las verdades sobre nosotros que aquellos callan.

Los errores de nuestra parte, en la búsqueda de estructuras socioeconómicas eficientes, siempre han tenido como condicionante las cotas que imponen el bloqueo y la agresividad imperial. Si la Revolución cubana sobrevivió a la caída del socialismo real, fue porque nuestro socialismo es más real que aquel que sucumbió por cansancio.

Los peligros de la citada guerra de quinta generación son mayores que los de las armas atómicas, pues no se trata de eliminar al individuo sino de secuestrar para someter, de manera sutil, sus esferas cognitiva y emotiva.

Algunos, en los predios de la nueva Roma, suponen que estamos exhaustos, pero calculan mal. Por cada compatriota que abandone el barco habrá más de uno dispuesto a continuar, y eso no quiere decir que no sea doloroso el alto flujo de quienes, con la emigración, se apartan del camino, sobre todo si se trata de jóvenes y profesionales formados durante décadas al calor de las políticas educacionales. Pero apunto un detalle: ese flujo parará cuando esa legión de compatriotas choque con el “capitalismo real” (American way of life) y transmitan su testimonio. Esta criba, traumática, pudiera ser beneficiosa a largo plazo en aras de la objetividad.

Los peligros de la citada guerra de quinta generación son mayores que los de las armas atómicas, pues no se trata de eliminar al individuo sino de secuestrar para someter, de manera sutil, sus esferas cognitiva y emotiva. No es una estrategia nueva, pero sí es en estos tiempos cuando ha rendido mejor cosecha gracias a las nuevas herramientas que le proporcionó una internet regida por la lógica corporativa. El periodista y guionista argentino de cine y televisión, Gabriel Marcelo Wainstein, lo expuso recientemente de la siguiente forma:

En 1970, Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Carter, proponía en su libro La Guerra Tecnotrónica el control de la población mediante la manipulación cibernética. Afirmaba que la clave estaba en el ataque al recurso emocional de un país por medio de la revolución tecnológica.

La idea era manipular la conciencia de la población para evitar que los proyectos colectivos se consolidasen en su identidad y que los pueblos tuvieran como modelo a los países occidentales desarrollados. Se trataba de lograr el sometimiento colonial de una nueva manera.

Es en ese marco que se desarrollaron, como una de las primeras herramientas, los oligopolios mediáticos, en manos de las oligarquías locales en alianza con capitales estadounidenses[1].

Mientras nosotros nos deleitábamos con la melancolía del emblemático número de McCartney y vivíamos confiados de que el socialismo llevaba la delantera en el mundo, por el mejor camino, ya la guerra de quinta generación había sentado su fundamento teórico y daba pasos para su articulación.

Resulta ilógico negar cierto clima de desaliento en algunos sectores, algo que les confiere dudosa legitimidad a fenómenos tan dolorosos como la perversa baja estima en que sitúan a los ideales revolucionarios.

Las traumáticas circunstancias de los últimos años en Cuba (bloqueo recrudecido, pandemia, catástrofes naturales) donde los giros —aciertos y desaciertos— en la orientación de la economía y dolorosas posposiciones en lo social tributan aguas a la crisis, nos han deparado muy cruentos ajustes en el nivel de vida. Resulta ilógico negar cierto clima de desaliento en algunos sectores, algo que les confiere dudosa legitimidad a fenómenos tan dolorosos como la perversa baja estima en que sitúan a los ideales revolucionarios.

Algunas personalidades notables, de quien hubiéramos podido esperar una vista más larga que el largo de una vida, se desmarcan con total desembozo de los grandes objetivos por el hecho de que aún no se han podido concretar plenamente. De la manera en que lo miran, la culpa es de quien tropieza, no de quien pone los obstáculos.

Ciertamente, es largo y tortuoso el camino que aún debemos recorrer. Pero ahí vamos.


Notas:

[1] GABRIEL MARCELO WAINSTEIN: “¿En qué consiste la guerra de quinta generación?”, en Tiempo argentino, 3/11/2022, [en línea, disponible en: https://www.tiempoar.com.ar/politica/en-que-consiste-la-guerra-de-quinta-generacion/ fecha de consulta, 28/09/2023].

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