El sublime gesto de la libertad

Reinaldo Cedeño Pineda
7/7/2016

El Cobre no es un sitio más de la geografía cubana: es un lugar sagrado. Tiene más de una razón. Al poblado, ubicado a una veintena de kilómetros de Santiago de Cuba, van los peregrinos en pos del culto a Cachita, como familiarmente se conoce a La Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. El camino hacia el Santuario se llena de flores y girasoles. El Santuario se recorta en la distancia. Ante el altar, los devotos se hincan para entregar sus ofrendas y, en silencio, solicitar sus favores.

El nombre primigenio del lugar, Santiago del Prado, deviene de la cercanía a la otrora capital oriental y de su enclave en un valle intramontano. La actual denominación se debe a los yacimientos de cobre, que dieron quehacer dentro y fuera de la región desde el temprano siglo XVI. Unos pocos europeos se erigieron en amos de indios y africanos para explotar esos yacimientos, pero el duro trabajo y el aislamiento de la zona propiciaron protestas, levantamientos y cimarronaje.


Foto: Yander Zamora
 

La memoria recoge insubordinaciones en varias fechas a lo largo de las centurias del XVII y XVIII, entre ellas, las de 1731, cuyos detalles serán recogidos por el mismísimo obispo Pedro Agustín Morell y Santa Cruz. Su relevancia será remarcada por José Antonio Saco en su Historia de la esclavitud y por el resto de estudios posteriores.

La semilla de la rebeldía, una vez sembrada, jamás se apagó. Y así se sucedieron sacudidas de diversa magnitud, hasta que en 1801 y por Real Cédula, la Corona se vio obligada a reconocer la libertad a los cobreros (muchos convertidos ya en gente que cultivaba la tierra), 85 años antes de que España declarara de manera formal la abolición de la esclavitud en toda la colonia.

La semilla de la rebeldía, una vez sembrada, jamás se apagó.

El acontecimiento fue conmemorado a los pies de la Virgen. Devoción y luchas se entremezclaron a lo largo del tiempo en la misma zona. No era conveniente para la imagen del régimen peninsular que un sitio vinculado al misticismo, fuese al mismo tiempo escenario de torturas. Por supuesto, no hay que olvidar que en las montañas orientales próximas se había establecido la colonia francesa y franco-haitiana que llegaba de la vecina Saint Domingue, con el eco temeroso de la Revolución Haitiana.

Arrancados de sus tierras y escarnecidos de todas las maneras, los esclavos llegaron a tierras del Caribe con un látigo en la espalda, pero con un poderoso canto en la garganta. Nada lo pudo domeñar. Esa condición de negros (sin distingos de ninguna clase); la comunidad constituida a la fuerza en barracones, plantaciones, minas y otros trabajos; la defensa del ser a través de un complejo cosmos mágico-religioso, rítmico-danzario, culinario y espiritual; así como su heroica apuesta por la libertad en sublevaciones y palenques… acabaron marcando un primer proceso de acriollamiento y aportando uno de los troncos de la cultura nacional.

Arrancados de sus tierras y escarnecidos de todas las maneras, los esclavos llegaron a tierras del Caribe con un látigo en la espalda, pero con un poderoso canto en la garganta.

La figura del cimarrón, que desafía todo el sistema socioeconómico de alienación y sojuzgamiento establecido, que enfrenta estoicamente la persecución y la muerte, que subsiste en el monte con lo que le aportaban la tierra, su ingenio y sus saberes, que establece en los palenques un oasis paralelo de subsistencia, devino no solo en símbolo de la nacionalidad cubana, sino de la condición humana.

Monumento al cimarrón

“Todos somos cimarrones”, expresó el maestro escultor Alberto Lescay Merencio, cuando dejó establecido el Monumento al Cimarrón en el Cerro del Cardenillo, en el poblado de El Cobre. Desde entonces, se ha escogido como centro de energía y tributo a los que murieron por la esclavitud, a los que se alzaron contra ella.

Mi asombro comenzó desde la propia concepción de la pieza y su compleja fundición en los talleres de Caguayo, único de su tipo en el país para la escultura monumental y ambiental. Tal vez, como muchos, esperaba una figura ligada a las cadenas, al esclavo en su imagen más tradicional. El artista, sin embargo, tenía una idea muy distinta…


Foto: Yander Zamora
 

El Monumento al Cimarrón es una interpretación del sublime gesto de la libertad. Se trataba de dotar de tridimensionalidad a un ansia, a una aspiración, a una esperanza; y en ese sentido, debió laborar profundamente para dar forma a lo intangible, para hacer corpórea una abstracción.

El Monumento al Cimarrón es una interpretación del sublime gesto de la libertad. 

En un lugar de alto valor paisajístico (que ha sido reacondicionado y al cual se llega por 333 escalones), se yergue la escultura sobre un promontorio que le sirve de base. La paila desde donde se eleva es una referencia a la olla de fuerza de la regla conga (nganga), transculturación de los credos bantúes en la sociedad cubana.

De allí, hasta casi una decena de metros, la verticalidad recrea la transformación del hombre en flama, en caballo, en pájaro. Un ala enorme se despliega. Hay que recorrer la figura para descubrirle sus detalles, escrutar sus simbologías. Hay que imaginar ese momento en que un ser humano al límite va a renacer.

Una de las singularidades de la obra es su cima que termina en una mano extendida, con la palma hacia abajo. “Su posición no tiene nada que ver con la contemplación”, precisa Lescay. “Su mano está en medio de todo. Trata de adivinar el destino en ella. Es su comunicación, es su guía, es su norte… hacia la libertad”. 

Entre las personalidades asistentes el día de su inauguración oficial, el 7 de julio de 1997 y en medio del Festival del Caribe, estuvo Doudou Dienne, funcionario de la UNESCO para “La ruta del esclavo”, proyecto que apuesta por la visibilidad de la cultura entendida desde el pluralismo y por una comprensión de las causas de la esclavitud y la trata, sus huellas y consecuencias.   

La presencia de aquel senegalés, con su autoridad y apostura, se convirtió tácitamente en un profundo reconocimiento. “El Monumento el Cimarrón de El Cobre es un rescate a la memoria en el sitio justo, en este esfuerzo del Proyecto por preservar la resistencia, la libertad y el patrimonio”, declaró.

Abel Prieto, entonces en sus funciones de ministro de Cultura, reparó, con la mirada hacia el horizonte, en que “desde ahora, el Cimarrón establecerá desde aquí, un diálogo permanente con la Patrona de Cuba, un diálogo permanente con la historia”.

En 2012, la Comisión Nacional de Monumentos declaró Monumento Nacional “el Paisaje Cultural de El Cobre y sitios del Camino de la Virgen de la Caridad”. Se trata de un territorio que expandió cobre a medio mundo, que acogió un sentimiento religioso hasta transformarlo en símbolo de cubanía; el primer pedazo de Cuba donde se quebraron las cadenas de la esclavitud.