Tras cuatro horas de espera, la guagua viene y, si para…, quedará más o menos otra hora más de infernal viaje ─literal, si le sumamos este calor─, entre parada y parada, “chofe, dame un chance”, “cuando cierren las puertas (saturadas de personal), arranco”, el robo de un móvil, el rescabuchador, el niño inquieto, la viejita que va a un turno médico y casi se desmaya, el luchador cargado de matules, el “loco apestoso” a tu lado… Todo ese estrés, y más, vivimos los que nos quedamos en la Cuba de 2025, quizá por algún familiar, por miedo al cambio, por cumplir un sueño o por no abandonar la esperanza, la espiritualidad que algún día construimos.
Sin embargo, para suerte nuestra, la reconocida directora y guionista Marilyn Solaya nos regala una guagua, una ruta especial conducida por Dimitri (Luis Alberto García) quien, manejando su propio estrés, no deja de sonreír, de ayudar a pasajeros/amigos, de lidiar con sus avejentados padres (Verónica Lynn y Mario Limonta), y mucho menos soñar. Dimitri desea visitar Rusia, la tierra de su querida madre que, en enigmática demencia, canta más allá de la ventanilla, límite con una realidad delirante.
La misma realidad que pone a Lucía (Iyaima Martínez), pasajera habitual de Dimitri, al límite. Con su madre enferma y un creativo hijo pequeño al que educar y proteger, esta virtuosa mujer negra, no puede estabilizarse en un trabajo y se ve forzada a luchar por salir adelante manteniendo el mínimo de dignidad posible. Cada aparición de Iyaima en pantalla hipnotiza, eso es lo único que puedo adelantarles.
Historias así vibran a través de un largometraje coral de guion destacable, asesorado por el eterno Enrique Pineda Barnet, el cual permitió a todo el elenco brillar; sí, todo-el-elenco, encabezado por figuras, aparte de las mencionadas, como Isabel Santos, Aramís Delgado, Héctor Noas, María Isabel Díaz, Patricio Wood, Ana Gloria Buduén y Carlos Gonzalvo, incluyendo los jóvenes talentos Clarita García, Leonardo Benítez, Frank Andrés Mora y el cantautor Elaín Morales, entre otras breves apariciones especiales.

Ahí incluyo a un personaje en específico, con algunas de las mejores escenas de la película, a mi juicio, “el loco” (Carlitos). Caracterización metafórica de La Habana, maravilla inefable y triste siempre disponible como amiga incondicional, o mejor dicho, madre. Especie de realismo poético, tributo transversal a El espejo (1975), de Tarkovski.
Y aunque pueda parecer incisiva su representación de la realidad, la directora jamás se acerca al morbo de la miseria, un socorrido recurso muchas veces irregular si no se articula bien con la dramaturgia. Los problemas están, se sienten y los vives como espectador, pero en todo momento presentados desde el respeto y la sinceridad, no te ahogan o escandalizan, al contrario, te incitan a querer saber más, a solucionar los conflictos de esas vidas, muy cercanas a las nuestras. En palabras del cineasta británico Ken Loach: “El realismo no es un estilo, es un respeto por la verdad de la vida de la gente”.

Con Estrés, Marilyn Solaya entrega un nuevo motivo para creer en el arte, en el poder transformador del cine sobre la realidad, así como lo hicieron Titón y Tabío con Fresa y chocolate (1993); clásico también referenciado con sutileza en este, su segundo largometraje, una batalla aparte para la mujer dentro del cine cubano…
Por los anteriores motivos decidí concentrarme en los elogios que seguramente tendrá por parte del público y la crítica. Tuve la suerte de previsualizar una copia aún en postproducción, mas considero no le falta ni le sobra nada; su hermoso final confirma mis planteamientos. Estrés, citando a Luciano Castillo, otro reconocido nombre en el mundo del cine, lo que esta vez cubano, “es una película de extraña perfección”.
Ahora solo nos queda esperar y, cuando llegue la guagua, luchar por ella.

