Uno de los hitos del trabajo de Nelson Rodríguez Zurbarán, considerado por muchos como el más importante editor del cine cubano y uno de los más reconocidos en Iberoamérica, es haber editado, con apenas 30 años, dos películas diferentes, dos clásicos del cine cubano: Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y Lucía de Humberto Solás, ambas estrenadas en 1968.
Para Nelson, quien nació en Cienfuegos en 1938 y falleció en Miami, Estados Unidos, en 2020, el cine es básicamente cortar, mientras que “en la edición todo es puro instinto”. Estas premisas recorren la obra del decano del montaje cubano, desde que, adolecente, se apasionó por el cine y participó en los cursos de verano de José Manuel Valdés Rodríguez en la Universidad de La Habana.
El Cine Club Visión, del que fue miembro, le abrió las puertas al naciente Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), donde comenzó a trabajar bajo la dirección de Santiago Álvarez en el paradigmático Noticiero Icaic Latinoamericano. Allí estuvo tras las moviolas, aprendiendo mientras cortaba, en documentales como Historia de una batalla (1962) de Manuel Octavio Gómez, Gente de Moscú (1963) de Roberto Fandiño y Nosotros, la música (1964) de Rogelio París, y el que fue su primer largometraje: Tránsito (1964), de Eduardo Manet. En esos años es que inicia su trabajo con Solás, para quien edita el mediometraje Manuela (1966).

Su huella se encuentra en otro clásico de la década: La primera carga al machete (1969) de Manuel Octavio Gómez (con quien trabajó en Tulipa, Los días del agua, Ustedes tienen la palabra y Gallego), donde se las ingenia con la cámara en mano y las peripecias de Jorge Herrera.
En Memorias… exploró un método que denominó “cortar a lo Godard”, consistente en interrumpir la continuidad de la escena con la inserción de otros planos y alterar el ritmo; tomado del filme Sin aliento (1959) del director francés, que sugirió el final antológico del clásico cubano. “Memorias… significa un logro descomunal, entre muchas otras razones, por su edición anticonvencional, godardiana, sobre todo en aquel memorable final cuando el corte hace ‘brincar’ la narración entre los cañones de la Crisis de Octubre y el personaje, desesperado, encerrado en su apartamento y en sus indecisiones”, asegura el crítico e investigador Joel del Río.
Con Titón diseñó la estructura definitiva de filmes como Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976) y Los sobrevivientes (1979), obras completamente distintas en su estética.

“Acreditado también, con toda justicia, como coguionista de Lucía, Nelson ayudó a conferirle estructura definitiva, y estilo propio a cada una de las tres historias, y a partir del corte estableció la brillantez de secuencias como aquella del primer cuento, cuando Lucía escucha la primera declaración de amor, y ella entra a su casa, henchida de emoción. A la manera de un videoarte, pleno de jump cuts y escenificado a partir de una especie de danza brechtiana del personaje con la cámara, la escena está compuesta de varios planos que muestran el desborde romántico de la mujer, y es precisamente la edición el código cinematográfico que refuerza la epifanía sentimental de Lucía”, añade Del Río sobre el filme de Solás, para quien editó, entre muchos otros, Un día de noviembre (1972), Cantata de Chile (1975), Cecilia (1981) y Un hombre de éxito (1986).
En los filmes de Humberto no solo fue el editor, pues su presencia irradia el guion, el doblaje, incluso la dirección… Así sucedió con Amada (1983), cuyo guion escribió a partir de la novela La esfinge de Miguel del Carrión, y dirigió en buena parte, aunque su nombre no aparece en los créditos.

Graduado de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, Nelson se convirtió desde los años sesenta en uno de los editores más reconocidos del cine latinoamericano; fue parte de lo que en la llamada “vieja escuela” se conoce como un editor integral, alguien que domina todas las especialidades técnicas y entrega la película al laboratorio lista para su corte al negativo. Era una época en que un editor como Nelson Rodríguez lo hacía casi todo, desde cortar la imagen, definir la estructura dramática, seleccionar la música y dirigir el doblaje. Lo hacía a partir de un estilo de trabajo que asumió, paulatinamente, a lo largo de una amplia filmografía que abarca cientos de obras, entre documentales y ficciones, entre ellos películas de importantes cineastas de América Latina, como el chileno Miguel Littín y los mexicanos Jaime Humberto Hermosillo y María Novaro.
De Littín, uno de los directores emblemáticos del Nuevo Cine Latinoamericano, editó como La tierra prometida (1973) y La viuda de Montiel (1979). Y de Novaro su multipremiado filme Danzón (1991), que ocupa el lugar 45 en la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano. También La rosa de los vientos (1983) del documentalista chileno Patricio Guzmán, otro de los padres del Nuevo Cine Latinoamericano, y su incursión en la ficción; la colombiana Tiempo de morir (1985) de Jorge Alí Triana, con guion de Gabriel García Márquez, edición que prácticamente realizó en tres días para que el primer corte pudiera ser visto con el Gabo, de visita en La Habana; Visa USA (1986) de Lisandro Luque y Confesión de Laura (1989) de Jaime Osorio, ambos también de Colombia; así como la mexicana El verano de la señora Forbes (1988) de Hermosillo, filme basado en uno de los Cuentos peregrinos del Premio Nobel colombiano.
Por Tiempo de morir ganó el Coral de edición en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que repitió con Papeles secundarios (1989) de Orlando Rojas, considerado el filme cubano de ficción más importante de los ochenta (con Rojas trabajó en Una novia para David, demostrando que la sagacidad en la mirada y el corte no son solo de sus filmes de los sesenta).

Dos características distinguen el trabajo de Nelson: la intuición como guía para armar el filme y la independencia; es decir, montar la obra sin la presencia de su director, lo que le permitía desarrollar su creatividad; una línea de trabajo que utilizó también con los realizadores foráneos. Era importante el raciocinio, pero prefería la intuición y su instinto: lo interesante —contó— es el disfrute del movimiento interno de cada cuadro, dado por el desplazamiento de la cámara y los actores.
Su impronta no se quedó, además, solo detrás de la moviola o en los programas digitales a los que se adaptó con la profesionalidad de un maestro, como lo demuestran sus últimos trabajos, pues Nelson Rodríguez formó a generaciones de editores al impartir clases en la Escuela de Cine y TV (EICTV) de San Antonio de los Baños desde su fundación, así como en varias academias y universidades de Iberoamérica, en sitios como Quito, Buenos Aires, La Paz, Madrid y Ciudad de Panamá.
En la EICTV, como parte de su trabajo como profesor, realizó la edición de Cuestión de fe (1995) y Escrito en el agua (1998) del boliviano Marcos Loayza. “A mis alumnos les enseño el ABC: la fase A es la correspondiente a las cosas técnicas; la B es la de la organización del material; y la C son mis secretos profesionales, de los que solo les muestro los resultados, pero el cómo se llega ahí es para que indaguen, practiquen e inventen como mismo hice yo en mi momento”. [1]
“Muchísimos cineastas iberoamericanos reconocen en él ‘un paradigma de la sencillez, la perseverancia, la inteligencia, la sensibilidad extrema, el altruismo y la genialidad’”.
Y añadió en entrevista con el investigador y ensayista Luciano Castillo: “Siempre les digo que ensamblar no es el mero hecho de cortar y pegar, eso es muy burdo. Esto es muy complicado, porque debe tener una continuidad perfecta. También les demuestro que el cine es cortar, pero con arte”. [2]
Muchísimos cineastas iberoamericanos reconocen en él “un paradigma de la sencillez, la perseverancia, la inteligencia, la sensibilidad extrema, el altruismo y la genialidad de uno de los artistas más grandes que ha dado Cuba al mundo”, asegura el director, editor y guionista Manuel Iglesias.
A inicios de este siglo, Nelson trabajó en filmes dirigidos por realizadores consagrados y otros jóvenes: Miel para Oshún (2001, Solás), el documental español Machín, toda una vida (2002, Nuria Villazán), Roble de olor (2003, Rigoberto López), el panameño Los puños de una nación (2005, Pituka Ortega) y Personal Belongings (2006), la opera prima en la ficción de Alejandro Brugués.
El decano de los editores cubanos recibió el Premio Nacional de Cine en 2007 y el homenaje de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Años antes dejó sus testimonios en Nelson Rodríguez, el cine y la vida (1997), con el que Manuel Iglesias ganó el Coral a Mejor documental en el Festival habanero, y en El cine es cortar (2010), libro donde conversa ampliamente con Luciano Castillo sobre su trabajo como editor y su gran pasión por el cine.
Notas:
[1] Cecilia Crespo: “Nelson Rodríguez: Entre la intuición y el reto de editar cine”, Cine cubano, 168, abril-junio 2008, p. 93.
[2] Luciano Castillo: “Ninguna película es mía, pertenecen al director”. El cine cubano a contraluz, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 108.

