Como espacios seguros para una verdad difícil —idea del poema para Louise Glück— pueden catalogarse los textos que Dalila León agrupa en su libro Causas naturales.[1] Allí afloran las maneras en las que nos engaña la soledad para tenernos y hacernos creer que no respiramos sobre ella, y los miles de modos que tiene de manifestarse el hecho de que está lejos de nosotros el amor. Allí se cantan los accidentes del desamor o las sendas de fragilidad donde el amor habita:

“Inmortal”

Una olvida dónde o cuándo fracasó en morir
y se descubre bostezando en la librería del centro
mientras promueven su último libro.
Una agradece a los presentes el apoyo, el silencio
y transpira tímidamente al leer sus poemas
y firma atropelladas dedicatorias
y vuelca la taza de café sobre las páginas.
Una aparenta un borrón y cuenta nueva,
bromea con algún admirador
y queda con él en verse a la noche
y corre a su casa a escoger el vestido
y es feliz creyéndose viva
al menos,
por unas horas.
p. 5

“Vapor”

Cuando una poeta rasura sus piernas
en la habitación de un hotel,
no piensa en su último libro publicado
o por publicar.
Piensa
en la frialdad que se cuela por la puerta entreabierta,
en el vapor que nubla el espejo donde escribe
el nombre y apellidos del hombre que la lastima.
Piensa que ya es tarde
y sale de la ducha, se sirve otro trago
y se viste, se peina
y observa cómo se evapora el nombre
mientras pinta sus labios,
e intenta sonreír
antes de cerrar la puerta.
p. 12.

“Colisión”
A Jorge

Mientras el ómnibus se sacude por la carretera,
él duerme reclinado en mi hombro.
Percibo el olor del champú,
el sudor en su cuello
y respiro inquieta
recordando aquel verso de Seamus Heaney:
Deja que duerma recostado a tu pecho,
camino al aeropuerto…
Y respiro inquieta
pues sé
que siempre existirá otro camino,
otra curva,
otra suerte,
que lo hará despertar.
p.38

“La autora es dueña de un estilo directo que alcanza la efectividad literaria mientras más se aleja de la ingeniosidad irónica o efectista”.

Historias, espacios que construye el desamor con sus oasis ilusorios. Pero también en estos “textos breves que suelen tratar sobre las ansiedades que existen bajo la superficie de la vida”[2] hallamos el sacrificio en el amor de las personas que nos quieren:

“Vintage”

No era satín, madre, ni terciopelo.
Era la necesidad reciclada
sobre tu máquina de coser.
Eran tus piernas hinchadas
en el pedal de la Singer,
impulsando a la aguja
hacia arriba y hacia abajo,
puntada a puntada, sin descansar.
Era yo, una mañana de diciembre,
hilvanada con retazos de tu juventud.
Tengo que blanquear el encaje —señalaste—
cuidado con los alfileres.
Eran los últimos ajustes, madre,
del vestido que estrenaría
en mi cumpleaños.
p.6

Es una pureza que se renueva sin edad. Pero si hay un tema que domina al libro y lo vincula directamente con su título es la gravitación de la vida sobre la muerte, es la gravitación de la muerte sobre la vida. Los espacios donde la muerte se cruza con la vida, donde la vida se cruza con la muerte, representados en la metáfora del vacío, aunque la revelación no trascienda:

“Espacios”

Esa mañana
mientras guardaba en el closet la ropa limpia
advertí una percha vacía y recordé:
La última vez que la sostuve
mi padre aún estaba vivo.
Esto es la muerte, pensé,
torpes espacios que te golpean
dejándote noqueada,
cuando menos lo esperas.
p. 8

“Carroñas”

Repetidas veces
he advertido la muerte
al lado del camino.
Más de una vez he visto
cómo la velocidad de los autos
esparce la sangre en la autopista.
Más de una vez el viento ha barrido
plumas y pieles secas por el sol.
Con el tiempo te acostumbras,
comprendes que la muerte viaja contigo,
que es la misma,
solo cambia el paisaje
y la cantidad de kilómetros,
que te restan.
p.37

“Colillas”

Soplo las cenizas que caen sobre mi falda
y recuerdo las flores de diente de león
que el viento dispersó aquella mañana
sobre tu tumba.
Apago el cigarro contra el suelo.
Mi sombra tiembla,
contra la pared.
p. 41

Son la muerte y la vida acomodándose en el hoy y el ayer, en el ayer y el hoy tan permutables como inasibles, con un espacio donde sí pueden unirse visión, belleza y muerte:

“Causas naturales”

En el traspatio
tendida boca arriba sobre la hierba húmeda,
contemplo los últimos fulgores
de estrellas apagadas hace años,
como un cadáver que brota en la medianoche
listo para ser
devuelto bajo tierra.
p. 25.

Un mundo que se manifiesta entre destellos que se convierten en estertores, en estertores que son destellos. Encontramos también aquí la poesía como una necesidad de levantarse contra lo abyecto:

“Revelación”

Fue en el mercado,
en el zumbido de las moscas
que sobrevolaban las vísceras.
En la oscura mancha del delantal
o en la mirada del carnicero
al espantar los perros.
Fue en el mercado,
mientras mi padre regateaba por la carne
donde se me reveló la poesía,
por primera vez.
p. 13

Y el reflejo del espíritu de una generación que ha confundido donde está la verdad, que le han impuesto gustos por maldad, ignorancia, o por el crimen de una dominación sobre las mentes:

“A corto plazo”

Los chicos del barrio
gustan del futbol y el reguetón.
Alguna vez les hablo del Chicuelo,
de Los músicos de Bremem,
del Principito
y parpadean esquivos,
mirándome como a una turista.
Entonces les pregunto por los Beatles
y algunos me sonríen,
hurgando en sus narices.
Sólo al mencionar a Messi o a Bad Bunny
se me acercan con confianza,
sin miedo de escuchar nombres raros
que no conocen, ni desean conocer.
p. 26.

Asombra igualmente de modo positivo, por su agudeza y exactitud, el poema que trata sobre el abuso sexual carcelario:

“Bienvenida del joven recluso”

Esa madrugada
alguien deslizó su cuerpo febril entre literas
como muñeco ruso,
una sombra dentro de otra sombra.
Algunos reían,
apostaban como si no estuviera presente,
yo, recién llegado, iba a conocerlo.
Pronto aprendería a bajar la cabeza,
soportar su puñetazo en mi estómago sin vomitar,
rozar su mano cuando fregábamos las bandejas,
agazaparme junto a la puerta
y aspirar el olor de su nuca.
Pronto me acostumbraría
a cederle el banquillo en el patio,
ofrecerle mi pan, mi jabón o mi litera
que si bien protestaba crujiendo
siempre terminaba sudada
y jadeante.
p. 39.

La autora es dueña de un estilo directo que alcanza la efectividad literaria mientras más se aleja de la ingeniosidad irónica o efectista. Cuando esa ingeniosidad se encarna en la desgarradura y el dolor es cuando la poeta obtiene un fruto loable. Si ocurre lo contrario los textos parecen que van a algún lugar y terminan vacíos, como una broma que se dibujó y no encontró seres que la descifraran o la entendieran, presos del efectismo.

No puede abandonarse la suerte del poema al ingenio con un toque conversacional, porque entonces tanto la poeta como sus lectores nos quedamos con una revelación efímera. 

Como he afirmado otras veces que he escrito sobre sus poemarios, en la concepción de sus poemas, a manera de fotos o viñetas agudas de la realidad, la autora quizá le confía demasiado peso, el prestigio del texto a la anécdota, y a veces lo local, circunstancial o sincrónico de ella lo vuelve ineficaz, no logrado, o rodeado de algunos efectismos.[3] 

Igualmente, la escritora debe aprender a abrir y cerrar su libro con sus mejores poemas. En tal sentido, también para Dalila como para Trakl la poesía constituye un modo de expiación de la culpa, aunque, como el mismo dice, es una expiación imperfecta.


Notas:

[1] Dalila León. Causas naturales. Ediciones Magaly Matus, Santiago de Chile, 2024.

[2] Idea de Linda Pastan sobre el poema.

[3] Caridad Atencio. “Dalila León Meneses: la llegada”. La Jiribilla, 20 de abril de 2017.

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