Eugenio Florit vivió 96 años. Nació en Madrid el 15 de octubre de 1903 y murió en Nueva York en 1999. Llegó a Cuba a la edad de 14 años y embarcó hacia Nueva York en 1940, destinado al Consulado General en esa ciudad. Su último viaje a Cuba fue en 1959. Es decir, que Eugenio Florit vivió fuera de Cuba más de 70 años de su prolongada existencia. Sin embargo, entrevistado (por Rita Martin) durante su ilustre senectud afirmó: 

“Nacer en Cuba es una fiesta. Yo, que en ella no nací, puedo decirlo a voz de pecho, cuando a ella llegué a mis catorce años supe, supe muy bien, me di cuenta inmediatamente, que había llegado a donde iba a ser el centro de mi vida y de mi obra”.

El autor nunca perdió el acento español, pese a lo cual dejó bien sentada su condición de escritor cubano. Por ello, hablar de Eugenio Florit como de un extranjero en las letras insulares en modo alguno se correspondería con la voluntad del poeta.

Florit (izquierda) en Nueva York, en 1980, en compañía de los intelectuales cubanos Cintio Vitier y Fina García-Marruz, así como su compatriota Julián Orbón. Imagen: Tomada de Internet

Antes de llegar a Cuba vivió en Barcelona y en Port Beu, pero en el Colegio La Salle de La Habana cursó los estudios y en la Universidad de la capital cubana se graduó en Leyes y en Derecho Público en 1926. Un año después ingresó en la Secretaría de Estado y, por la misma fecha, se incorporó al grupo de intelectuales de vanguardia de la Revista de Avance.

No es dato de público conocimiento que tuvo inclinaciones como actor de teatro y que perteneció a grupos de aficionados a este. Mucho más conocida es su labor como conferencista, lector de sus versos y personalidad de sólida formación literaria y académica dentro del panorama de la literatura cubana de los decenios del 20 al 40.

El autor nunca perdió el acento español, pese a lo cual dejó bien sentada su condición de escritor cubano. Por ello, hablar de Eugenio Florit como de un extranjero en las letras insulares en modo alguno se correspondería con la voluntad del poeta.

En 1936 conoció en La Habana a Juan Ramón Jiménez y perteneció al Grupo Orígenes, nucleado en torno a José Lezama Lima. En La Habana publicó 32 poemas breves (1927), Trópico (1928-1929) (1930), Monólogo de Charles Chaplin en una esquina (1931), Doble acento (prologado por Juan Ramón Jiménez, 1937), Reino (1936-1938) (1938), Cuatro poemas (1940), La estrella. Auto de Navidad (1947), Conversación a mi padre (1949), Asonante final y otros poemas (1955)…

El crítico dominicano Max Henríquez Ureña emite de él calificativos que raras veces pronuncia de otros autores: “personalidad señera entre los poetas de Cuba”, escritor con una producción de “primera calidad”, creador de composiciones de “valor antológico”, y cita su poema “Martirio de San Sebastián” como ejemplo de sensibilidad:

Sí, venid a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas
¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio,
¡Ay! punta de coral, águila, lirio
de estremecidos pétalos. Sí. Tengo
para vosotras, flechas, el corazón ardiente,
pulso de anhelo, sienes indefensas.  

La huella de Eugenio Florit en Cuba es palpable no solo en su poesía, sino en sus relaciones con los intelectuales cubanos y con los cubanos en general, entre quienes se movió y vivió. Trabajó la corriente coloquialista dentro de la poesía cubana y antologó la lírica de José Martí.

Mucho más conocida es su labor como conferencista, lector de sus versos y personalidad de sólida formación literaria y académica dentro del panorama de la literatura cubana de los decenios del 20 al 40.

Colaboró en las revistas Social, Lyceum, Revista de Avance, Revista Cubana, Orígenes. En la prensa de otros países también lo hizo y sus libros se publicaron en México, España, Estados Unidos… hasta sobrepasar la cifra de 40 en su bibliografía. Pocos autores de habla española alcanzaron el prestigio y recibieron los honores que en vida se tributaron a Florit, propuesto en tres ocasiones por la Academia Norteamericana de la Lengua Española como candidato al Premio Cervantes. En 1994 se le entregó el premio Fray Luis de León, conferido por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Además de poeta, ejerció la crítica literaria, hizo traducciones, dictó conferencias, impartió clases. He aquí, para cerrar, un soneto suyo:

Habréis de conocer que estuve vivo
por una sombra que tendrá mi frente.
Solo en mi frente la inquietud presente,
que hoy guardo en mí, de mi dolor cautivo.

Blanca la faz, sin el ardor lascivo,
sin el sueño prendiéndose a la mente.
Ya sobre mí, callado eternamente,
la rosa de papel y el verde olivo.

Qué sueño sin ensueños torcedores,
abierta el alma a trémulas caricias
y sobre el corazón fijas las manos.

Qué lejana la voz de los amores.
Con qué sabor la boca a las delicias
de todos los serenos océanos.