Inti Santana del otro lado del mar

Melissa Cordero Novo
27/9/2016
Fotos: Cortesía del entrevistado

La música de Inti Santana es, primero, un golpe suave, casi imperceptible; después, sube de tono. Pueden ser sus juegos vocales, la interpretación precisa con guitarra en mano, incluso los arreglos y los instrumentos apareciendo de una manera fantástica, sin que lo avistes de antemano, y las letras escritas (no es difícil notarlo) con paciencia, arte y desenfado. Mundo Paripé —ya lo había escrito antes de forma similar— es un CD exquisito, certero.

En los meses de abril y junio, Inti se fue con su música y sus cuerdas al otro lado del océano. Realizó 23 presentaciones en Europa, tocó en bares, centros culturales, casas, teatros, escuelas de diversos pueblos y ciudades de España, Francia, Suiza, Noruega y Holanda. En Madrid y Barcelona (donde comenzó la gira) ya había cantado en 2002; el resto de los lugares fueron nuevos para él, en todo el amplio sentido de la palabra.   


 

“Toqué también en otros sitios del Estado español como Bilbao, Ugao de Miraballes y Lekeitio (País Vasco), y en Pontevedra y la bella Santiago de Compostela (Galicia). En Francia hice siete conciertos: en Toulouse y en dos pueblitos del sur, así como en Lyon y en una localidad en la frontera con Suiza, muy cerca de Ginebra. Esa fue la etapa francófona de la gira; para mí fue muy difícil el francés”.

Cuenta Inti que casi todos los conciertos fueron pequeños, “aunque tuve el privilegio de tocar en un gran escenario en el Musikkfest 2016 de Oslo, es como un festival veraniego de un día en el que la ciudad se llena de tarimas con música en vivo. Participé en el escenario de World Music, que —no sé si casualmente— se efectuó en el céntrico Kuba Parken (Parque Cuba). Allí conté con el apoyo del productor, percusionista y amigo Ricardo Sánchez, boliviano de nacimiento, pero gran conocedor de la música cubana; él me conectó con otros músicos cubanos que residen allá, más un guitarrista chileno, y formamos una banda. Fue la única vez en toda la gira que pude tocar con un grupo completo (batería, bajo, congas, flauta, guitarra eléctrica y coros), donde logré un sonido similar al del disco, y la verdad funcionó muy bien, fue lindo. En Oslo también tuve par de presentaciones en un bar muy relacionado con la comunidad Latina, el Bar Mestizo”.


Inti Santana tocando con su banda en el Musikkfest 2016. Oslo.

“En Amsterdam hice tres conciertos, y en el último —único realizado en una escuela de música— tuve el privilegio de descargar en escena con el prestigioso pianista cubano Ramón Valle, a quien solo conocía por su música. También en Galicia compartí con otro gran pianista cubano que reside en Santiago de Compostela: Alejandro Vargas; junto a él di uno de los conciertos que más disfruté, uno de mis preferidos. En general, Galicia fue preciosa, pues también me reencontré con mi colega Reynier Aldana que hizo sus primeros fogueos de cantautor en nuestra peña La Tanda que hacíamos en el Fresa y Chocolate.

“Fueron muchas las colaboraciones a lo largo de la gira y siempre gratificantes: en Madrid, con Jorgito Kamankola, rapero y cantautor; en Barcelona, con el guitarrista catalán Alfred Artigas, quien hizo durante varios años dúo con Yaíma Orozco y que también en La Habana me acompañó en un concierto, y en Barcelona compartí escenario, además, con los trovadores Carlitos Lage y Yunior Navarrete. En Toulouse, la cantautora Irina González me acompañó en tres de los cinco conciertos que hice en el sur de Francia; en general, el apoyo de Irina desde los comienzos fue fundamental para decidirme a dar el salto”.

El complejo entramado de una composición musical es capaz de hacer maravillas. La psiquis, los sentidos y la proyección que hace el ser humano con ellos, ya sea evocar recuerdos o ceder a los más complacientes estados de ánimo, son ganancias y secretos poderosos. La música se adueña de ese poder y la de Inti lo hace en amplias dimensiones.

“No fue fácil el tema del idioma; yo hablo bastante inglés, pero en Francia y Ginebra anhelé con frecuencia saber francés. Toqué en lugares donde me llamó la atención el nivel de concentración de la gente, a pesar de que no entendían las letras. En general, sentí la existencia de un público ávido, muchas veces relacionado con la diáspora de Hispanoamérica, que valora muchísimo la canción de autor. También pude constatar el milagro de ese lenguaje universal que es la música, capaz de conectar más allá de las barreras lingüísticas o culturales.

“Uno de los objetivos de la gira era promocionar el álbum Mundo Paripé y pude darle bastante circulación; además de los conciertos, aproveché para mover el material por internet, las redes sociales… Por esas vías tuve bastante feedback positivo del disco. Con este tema de internet se te generan sentimientos encontrados: por un lado, es bueno poder viajar al tiempo que promocionas tu trabajo, pero cuando contrastas, te golpea durísimo la realidad que vivimos en Cuba, el atraso que padecemos en ese tema, ajenos casi completamente a esa súper herramienta que es el internet, al menos en mi caso. Ahí piensas la cantidad de cosas que se pudieran hacer con un mayor y eficaz acceso a la red de redes, y no entiendes por qué tenemos que pagar carísimo un servicio que en el resto del mundo es casi gratis. En fin, quería decir que ese tiempo fue además útil en ese sentido, el de poder incrementar mi presencia en las plataformas que sirven para promocionar mi trabajo”.

Las experiencias humanas son parte esencial de la manera futura en que un artista moldeará su arte. Vivirlas al extremo, observar con el ojo profundamente y con la cabeza, son ganancias riquísimas que Inti supo aprovechar como buen creador.


Concierto en Lekeitio, Euskal Herria, mayo de 2016.

“Viajar siempre es enriquecedor y entre concierto y concierto los amigos se esforzaban por enseñarme las maravillas de sus entornos. Así conocí mejor el barrio bohemio de Lavapiés en Madrid, la Barcelona de Gaudí, la ciudad rosa de Toulouse (rosa porque casi todos los edificios viejos son hechos con ladrillos, a veces con complejísimos diseños) y sus infinitas mezclas culturales; los pequeños pueblitos a los pies de los Pirineos franceses con sus sembrados de trigo, o los viñedos extensos como mares en Burdeos. Fue fantástico subir hasta la nieve de los Alpes y estando en Mayo, asomarme al espíritu rebelde del pueblo vasco y al verde intenso de su paisaje; descubrir la nórdica Oslo, la euforia callada de su gente recibiendo la pequeña cuota de verano, y constatar que en junio, efectivamente, nunca oscurece del todo; experimentar la loquísima Amsterdam, con sus canales, sus edificios antiguos apretados y recostados unos a otros, con Van Gogh, el culto a la bicicleta, la Zona Roja donde la mayor iglesia está rodeada de vidrieras con prostitutas semidesnudas; las rías de Galicia, Santiago de Compostela y su majestuosa Ciudad Vieja. Todo fue un privilegio muy grande, algo que la música y la amistad se empeñaron en regalarme. Creo que fue el tiempo justo, ya extrañaba demasiado a mi familia, a mi barrio, caminar por mi calle y que no tenga que aprenderme su nombre porque sigue llamándose como siempre. Tanto lidiar con lo nuevo todo el tiempo agota muchísimo, en toda la gira padecí siete aviones, tres ómnibus interprovinciales y siete trenes.


Al piano, Ramón Valle, Amsterdam, junio de 2016.

“La gira fue una de las aventuras más lindas que he tenido en la vida. Era un reto inédito tocar tanto, tan intensamente; enfrentarme, a menudo solo con mi guitarra, defendiendo un disco que grabé con bastantes músicos, y muchas veces frente a un público que no entiende tu idioma. Y más que todo eso, más que el público que se va creando, la gente amiga que reencontré, la cantidad de gente linda que conocí, los nexos humanos que se suman y se ensanchan, la sensación de una brecha, de una alternativa para hacer cosas dignamente, y que también se torna combustible espiritual para seguir creando, complemento necesario y fecundo para seguir intentándolo aquí, en Cuba”.