“Una casa es una máquina de habitar”, afirmó el arquitecto francés Le Corbusier. Y aquel que la habita ha de ser un perfecto timonel, me permito agregar humildemente. Desde lejos se divisa la quilla, el antiguo maderamen, el mascarón quebrado. Alguien me preguntó recientemente cómo se sostenía la casa del poeta, qué invocación mantenía en pie la máquina varada, el dinosaurio en extinción, el árbol carcomido, el zinc agujereado.

“Es el milagro, es decir el poeta, quien sostiene su casa”.

Es el hilo ―inasible, invisible, imposible― de la poesía, que ha anclado su metáfora en los rincones, le respondí. Es el susurro, acaso; el sortilegio, la eufonía de las palabras, la cobija perfecta. El toque del recuerdo, el cemento de la rima, las flores que revientan debajo de la cama. Es el milagro, es decir el poeta, quien sostiene su casa.

Si por cada palabra yo pudiera cocer el barro ―un pedazo de barro―, lo dejaría a tu puerta.

Allí donde un niño pobre encontró la riqueza entre los libros, donde un adolescente hinchó velas, donde entróse un día en la afición, en la forja de los talleres literarios; donde emergió maestro. Allí hay que ir, sin que otra cosa importe.

“Si por cada palabra yo pudiera cocer el barro ―un pedazo de barro―, lo dejaría a tu puerta”.

Allí donde mora la poesía, está la libertad.

No se me pida ninguna altisonancia para nombrar a este amante de Marilyn Monroe, a este caballero que se desnuda con bestias. ¡Tantas veces está uno entre ellas!

“Allí donde mora la poesía, está la libertad”.

No voy a recontar su colección de premios ni a relacionar los títulos de su lírica, de su narrativa; de su genio para las edades más pequeñas, para las más adultas. Ya lo hizo León Estrada en su Diccionario. Ya lo dijeron otros de mejor manera. Vengo a dar fe, eso sí, sobre El Poeta que escogió para nacer la misma fecha de El Poeta, aquel de enero, del 28. Que hizo el bien, que lo hace sin llamar al mundo, que también cree ―como el genio de Paula― que no son inútiles la verdad y la ternura.

A este niño incansable cuya sonrisa es su faro. A este artista que mereciéndolo todo, en su augusta sencillez, nada pide; le entregamos nuestro abrazo.

“Me tocó a mí enhebrar la espinela”.

La Uneac en Santiago de Cuba me puso en aprietos una tarde, cuando me pidió sustituirlo en el espacio literario que él conducía. José Fernando Orpí Galí sería esta vez el invitado y yo, el entrevistador; léase, el bateador emergente. El anfitrión había impuesto como marca de estilo, regalar una décima, y no pude escaparme. Me tocó a mí enhebrar la espinela. Los años le han ganado la indulgencia:

A José Orpí

Frente al espejo

el poeta

toma de Frida el pincel

su cruz

su espada

su miel

la noche como planeta

trazando va la silueta

a las palabras

perece

el reloj de Wilde se mece

nada como antiguo pez

en aguas de su niñez

se baña de luz

y

crece.

(28 de enero, 2023. Cumpleaños 70)