En la Biblia, los Vedas y el Poema de Gilgamesh, entre otros clásicos universales de la literatura de la Antigüedad, se presentan pasajes cuya interpretación nos lleva a pensar en ciertos conocimientos relacionados con civilizaciones distantes de la nuestra en el espacio estelar. Al margen de toda credibilidad o debate relativo al tema, el hecho de que tales encuentros y experiencias existan como parte de la narrativa literaria y cinematográfica de nuestro tiempo, ya la hacen parte inalienable de nuestra existencia, conocimiento y cultura escrita y visual. En este punto, justamente, es que nos queremos situar, para abordar el asunto que nos mueve a escribir el presente artículo: la presencia, por primera vez, de un paisaje cósmico en la poesía en lengua española de nuestra América. Su autor, nuestro primer poeta nacional, José María Heredia, nacido en Santiago de Cuba el 31 de diciembre de 1803 y fallecido en Ciudad de México, el 7 de mayo de 1839, a la edad de 36 años.

“El mar, ese elemento que nos une o separa, siempre según las circunstancias que le impone la vida a toda existencia insular, sería de nuevo el ámbito inspirador del poeta”. Foto: Tomada de Internet

Autor de poemas emblemáticos de nuestra poesía patriótica como La estrella de Cuba y el Himno del desterrado,así como de las odas Al teocalli de Cholula, Niágara, A Emilia y Vuelta al Sur,entre las más notorias, en esta ocasión, se presenta también como el primer poeta de nuestra lengua y, quizás, de todas las lenguas modernas de su tiempo, en darnos una primera visión de la Tierra desde el espacio estelar. Tal es lo que Heredia nos pone de manifiesto en su oda Al océano, donde el grado de anticipación presente en los siete versos siguientes, solo sería factible de verificarse casi siglo y medio después, gracias a las primeras fotos tomadas a nuestro planeta por los cosmonautas y las naves en viaje de exploración al espacio exterior de nuestra galaxia. He aquí el citado fragmento:

Por ti, férvido Mar, los habitantes
De Venus, Marte, o Júpiter, admiran
Coronado con luces más brillantes
Nuestro planeta, que tus brazos ciñen,
Cuando en tu vasto y refulgente espejo
Mira el Sol de su hoguera inextinguible
El áureo, puro, vívido reflejo.[1]

La oda Al océano fue escrita por Heredia a fines de octubre de 1836, cuando a bordo de la fragata inglesa Pandora, viajaba de Veracruz a La Habana, para reunirse con su madre y hermanas, luego de una separación que iba para 13 años, desde su salida clandestina de Matanzas, en noviembre de 1823, a causa de su participación en la abortada conspiración independentista de los Soles y Rayos de Bolívar. El mar, ese elemento que nos une o separa, siempre según las circunstancias que le impone la vida a toda existencia insular, sería de nuevo el ámbito inspirador del poeta, al igual que lo había sido en otros viajes a imperativos de su agitada vida pública.

“La oda Al océano fue escrita por Heredia a fines de octubre de 1836, cuando a bordo de la fragata inglesa Pandora, viajaba de Veracruz a La Habana”.

A nuestro entender, nunca la imaginación había alcanzado cotas tan cercanas a la realidad en nuestra poesía. Hasta la existencia de las citadas fotos, en particular, las que se hicieron viral en la navidad de 1968, la idea más generalizada que se tenía de la Tierra vista desde el espacio, se materializaba en tres representaciones de carácter gráfico-didáctico. A saber: la plana o bidimensional de las ilustraciones de los libros de geografía y de ciencia en general; la tridimensional de los globos terráqueos de metal o plástico, y una tercera derivada de esta última, tal y como se muestra en su movimiento rotatorio en la presentación de cada filme de la productora cinematográfica estadounidense Universal, por solo citar un ejemplo bien conocido de todos.

Sea, pues, esta versión cinematográfica de nuestro planeta, una prueba contrastable del alto grado de anticipación que tuvo la inspiración poética de Heredia, al soñar la Tierra y, ¿por qué no?, verla en su cara diurna, como lo que siempre ha sido y es: un gran espejo de nubes y océanos que refleja la luz solar. Y todo ello sin la existencia de fotografía alguna, ni haber pisado el espacio galáctico o la Luna…, al menos, ¡hasta donde sabemos!

¡Hasta la poesía siempre!


Nota:

[1] Jorge R. Bermúdez: Ovnilogía cubana. Editorial Capiro, Santa Clara, Cuba, 2008, p. 32-33.