Federico se acomodó en la butaca de la cual no se levantaría en mucho tiempo. Era 1ero de noviembre de 2022. Incrédulo, quiso comprobar que lo que estrenó en diciembre de 1930, ganaría aplausos y ovaciones, a teatro lleno, en pleno siglo XXI. Le habían dicho que así sucedía. Federico, caprichoso, de su asiento no se movió —salvo en las ocasiones en las que fue menester hacerlo porque hasta Camagüey y la Isla de la Juventud llevaron su obra. Pero incluso, en esos días, su puesto no abandonó.

Sin embargo, el sábado 15 de julio, al filo de las 10 de la noche, no pudo más. Se abrió paso entre los espectadores que, a las afueras del teatro se acomodaban, y se unió a los jóvenes actores que un rato antes, con extraordinario talento y genuina pasión, habían hecho del escenario del Teatro Trianón el sitio más feliz del mundo. Se colocó entre ellos, ahí, en medio de la calle Línea en La Habana, y cantó como todos a viva voz “La zarzamora”. Federico fue feliz. Terminaba así la función número 100 de La zapatera prodigiosa a cargo de la compañía Teatro El Público.

“Volver a Lorca no es fortuito, nunca lo es. Y sumar a muchachos y muchachas egresados de la enseñanza artística, ansiosos por aprender y trabajar, tampoco”.

Fue una noche especial. Como todas las noches en las que elegimos a Carlos Díaz para acercarnos al teatro. Bien conocida es su manera de hacerlo: provocadora y osada, acertada y desenfadada. Volver a Lorca no es fortuito, nunca lo es. Y sumar a muchachos y muchachas egresados de la enseñanza artística, ansiosos por aprender y trabajar, tampoco.

Teatro El Público es una escuela de majestuoso aprendizaje y se ha tatuado para siempre en el recuerdo de Sheila Benítez y Jennifer Lugo, quienes defendieron su tesis de graduación de la Escuela Nacional de Arte con esta puesta en escena. Tras la presentación de esa noche, la número 100, se llevaron flores y obsequios a casa pero ante todo, el gozo de ser parte de esta familia, tan querida y aplaudida.

Magistralmente concebida, la obra colocó en el escenario a todo un elenco que en esta ininterrumpida temporada, habitualmente se alternaba. Coexistieron todos, como zapateras, vecinas, alcaldes, niños, titiriteros y zapateros. Rubias, trigueños, mulatas, pelirrojas, negras, blancos, altos y flacas. Lograron armonía, empaste esencial, excelente sincronía.

Desde lejana fecha, la obra trae la historia del matrimonio a conveniencia entre una joven mujer y un avejentado zapatero, abrumado por los ardientes y constantes deseos de ella y el frecuente reproche ante su infelicidad. Su fuga, la de él y la inesperada lealtad de ella, vuelven a colocarlos frente a frente, enmascarado él y triste ella, hasta que se funden en un abrazo sincero, en medio de calumnias y trifulcas de la gente del pueblo.

Magistralmente concebida, la obra colocó en el escenario a todo un elenco que en esta ininterrumpida temporada, habitualmente se alternaba.

La farsa, tal como la concibió Lorca aderezada con pasión y vehemencia, por lo que la catalogó como violenta, se disfruta hoy en el transcurso del 2023 con naturalidad y regocijo. Porque Teatro el Público hace gala una vez más del soberbio don que posee para traer a la contemporaneidad piezas de otros tiempos, perfectamente apreciadas en ese gesto por hibridar épocas, músicas, danzas, conductas y sentidos.

Solo el vestuario, clonado en cada equipo de personajes y unas pocas sillas bastaba para acomodar la puesta, a lo que se añaden los zapatos de todos modelos, colores y diseños, esparcidos por la sala y desde afuera, colgados en la fachada del inmueble. Todos usados en diferentes obras por actores de esta compañía.

Algunos bocadillos que podemos tildar de modernos, ritmos actuales marcando pautas en las canciones cantadas (así fueran coplas), gestualidades voluptuosas y movimientos sexualmente necesarios, aderezan la obra que, a todas luces, respeta el espíritu primigenio de su autor y solo quiere acercarlo más al que decidió sentarse en las butacas del teatro que, si son jóvenes, mejor.

Teatro el Público hace gala una vez más del soberbio don que posee para traer a la contemporaneidad piezas de otros tiempos, perfectamente apreciadas en ese gesto por hibridar épocas, músicas, danzas, conductas y sentidos.

¿Quién puede lanzar la primera piedra? ¿Quién vive la vida de una manera tan impoluta? ¿Quién no tiene, cual piedra en el zapato, algo que le atormenta y le engendra debilidades? ¿Quién, no obstante, le es fiel a una idea? ¿Acaso el amor no se adecua el calzado?

Prodigiosa zapatera. La de todos. Federico (el mismo Lorca que escribió la obra) continúa sentado en su butaca. Testigo quiere ser en las próximas funciones de las miradas de los espectadores y espero no se emocione demasiado cuando perciba que la intensidad de los aplausos sigue in crescendo, aún cuando sean cien funciones más.

1