LCB: La otra guerra y la verdad histórica. El poder del arte para contar la historia
24/7/2017
El recién concluido audiovisual de la TV LCB. La otra guerra posibilitó a los televidentes meterse de lleno en la problemática del bandidismo desde la óptica de los bandidos mismos, las fuerzas revolucionarias que los enfrentaron y los residentes en las zonas en que se manifestó. El período abordado es el de los años 1961 y 1962, cuando ya aquella modalidad de actividad subversiva contra la Revolución se había iniciado, pero aún faltaban varios años para que fuese derrotada [1]. El autor de la idea y del argumento es Eduardo Vázquez, además de coguionista junto con Alberto Albertico Luberta —de quien es también la dirección— y Yaíma Sotolongo. El impacto causado es continuidad de los que en su momento trajo consigo el documental Dos Ríos. El enigma y el serial Duaba. La odisea del honor, ambos con guión del propio Eduardo Vázquez y dirección de Roly Peña.
Fotos: Cortesía Alberto Luberta
Antecedentes de lo que apareció en pantalla
En diciembre de 1959 la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos había concluido un plan para destruir la Revolución cubana [2]. En cumplimiento del mismo se dio a la creación de una “red interna de inteligencia y acción” —organizaciones contrarrevolucionarias en las ciudades y, a partir de marzo de 1960, el envío de partidas de alzados a los tres macizos montañosos del país— cuyo fin último planificado era ocupar los pueblos y ciudades, avanzar hasta la capital y tomar el poder político para retrotraer a Cuba al período anterior al 1ro. de enero de 1959.
Para lograrlo, debían ser dirigidos por cuadros especializados en guerra irregular, que también para el verano de 1960 se entrenaban en Retalhuleu, Guatemala. Tras su retorno clandestino al país, asumirían el mando de quienes se encontraban ya alzados en las montañas y los dirigirían en su hipotética marcha triunfal hasta el poder.
Con rapidez se demostró la inviabilidad de la pretensión de convertir las montañas cubanas en santuarios contrarrevolucionarios. En el macizo montañoso de Guamuhaya, entre septiembre y octubre de 1960, milicias campesinas dejaron fuera de combate a casi dos centenares de hombres. En otros lugares del país sucedía algo semejante.
Quienes se entrenaban en Retalhuleu se encontraron repentinamente sin fuerzas que dirigir. La CIA varió rápidamente el plan. A inicios de noviembre de 1960 convirtió a las fuerzas asentadas en Guatemala en la Brigada 2506, para realizar una invasión marítima y aerotransportada al país [3]. Para ello requería que la insurgencia interna se fortaleciese, si ya no como alternativa principal, al menos para contribuir a la inestabilidad interna y como una quinta columna que colaborase con la invasión que se preparaba.
¿Qué nos ofrece LCB…?
El serial adopta como marco temporal los dos primeros años de la nueva etapa que ahora iniciaba el bandidismo, desde enero de 1961 hasta octubre de 1962. Para aquel momento la CIA había indicado un bajo perfil en las acciones (“Operación Silencio”), en aras de facilitar el suministro y adquisición por los alzados de medios de guerra —preocupación constante reflejada en el serial— que les posibilitase alcanzar el grado de beligerancia requerida.
Ello coincidió con una nueva ofensiva revolucionaria, la “Operación Jaula”, que trascendió popularmente como “la primera limpia del Escambray”, protagonizada por milicianos y soldados rebeldes, simbolizados aquí por los órganos de Lucha Contra Bandidos (LCB), creados al efecto por las FAR. También coincidió con el surgimiento de un nuevo cabecilla principal en aquella zona, Osvaldo Ramírez, en el que en sentido contrario a la indicación recibida de no realizar acciones que atrajesen la atención sobre ellos, pudieron más sus instintos criminales.
La recreación en pantalla del crimen por él cometido el 5 de enero de 1961 impactó notablemente a los televidentes. A partir de entonces el serial no dejó indiferentes, y dio pie a los criterios más encontrados acerca de si abusaba o no de la violencia. Fue el secuestro, tortura, agonía y asesinato del joven maestro voluntario Conrado Benítez García y del campesino Eleodoro Rodríguez Linares.
En una de las primeras entrevistas al respecto, Eduardo Vázquez declaró que las escenas de violencia ofrecidas no llegaban a equipararse a las que habitualmente se transmiten, y puntualizó que aunque el serial es una obra de ficción, todos los crímenes reflejados tienen sustento real y son verificables.
Para respaldar este criterio, valgan algunos ejemplos.
En el capítulo 9 —intenso— dos de los personajes, el adolescente Romelio y su padre Everardo, son secuestrados y ahorcados. Este hecho sucedió en territorio camagüeyano el 21 de marzo de 1963. Por confesión posterior de uno de los asesinos, se conoció que aquel padre “…tuvo que sufrir la inmensa amargura de presenciar el asesinato del muchacho. Unos minutos después… también fue ahorcado” [4].
“Los que salgan vivos de esta guerra tienen la obligación con los muertos de no olvidar, ¡nada! ¡Absolutamente nada!”.
En el capítulo 13 el cabecilla que se identifica como Asdrúbal (personaliza al criminal Arnoldo Martínez Andrade) asesina al campesino Eudocio Rivera, su hermana Alicia y su hijo Eustaquio. En la finca San José de Altamira del Escambray, el 2 de julio de 1962, fueron sanguinariamente asesinados el campesino Pío Romero Santander, su hermana Ana, de 50 años y su sobrino Eustaquio, de 24, y esposa e hijas —una menor de edad— golpeadas sin piedad.
No tenemos derecho a olvidar estos crímenes, es una de las ideas centrales plasmada en el serial. Para darle fuerza, en el capítulo 10 el guionista lo pone en labios de uno de los héroes epónimos de aquella gesta, Gustavo Castellón Melián, El Caballo de Mayaguara: “Los que salgan vivos de esta guerra tienen la obligación con los muertos de no olvidar, ¡nada! ¡Absolutamente nada!”.
No es solo la vívida descripción que hace de las tropelías del bandidismo lo que hace una joya del serial.
Algunas subtramas podrían citarse dentro de lo mejor en el campo audiovisual sobre temas de contrainteligencia; valga por ejemplo la Operación Molino (capítulo 7), que quizás mereciera un serial completo. Otro tanto, con respecto a intensas escenas de enfrentamiento militar. Se percibe el asesoramiento (y quizás también parte de la vida), entre otros, de los antiguos combatientes del MININT Luis Rodríguez y el General Andrés Leyva, y del MINFAR Fernando Galindo, de los tantos héroes anónimos que nos circundan y con los que tenemos el privilegio de tratar y compartir. Honor a quien honor merece.
Las lágrimas nublaron la vista de la directora del emblemático Memorial de la denuncia, del MINED, cuando supo que con la escenificación de la muerte de Monguín —impactante— se rememoraba y honraba la muerte de su tío, Manuel Prieto Labrada, El Galleguito, un potrico de la tropa del Caballo de Mayaguara, que a los 16 años de edad, el 16 de mayo de 1963, murió abrazado al asesino cabecilla de bandidos Jesús Ramón Real Hernández, Realito, a quien ajustició, pero a la vez le quitó la vida [5].
La historia en audiovisuales
Es evidente que estamos en un momento de despegue en la utilización de los audiovisuales para la difusión entretenida de temas de la historia. Es un momento positivo en la transdisciplinariedad requerida entre contenido y arte, lo que posibilita complementar las formas tradicionales de contar la historia con las exigencias de los nuevos tiempos, con un público joven ya acostumbrado a las nuevas tecnologías y a las nuevas formas de decir y hacer.
Esa difusión entretenida de contenidos históricos requiere nuevos códigos. El propio Eduardo Vázquez —con dos Premios Caracol y seis en Festivales de Radio, Mejor Guión— ha dicho que “no cree en la eficacia de ‘arte educativo′, que termina siendo clases mal disimuladas y aburridas. Situar objetivos pedagógicos como premisas a las obras artísticas, crea productos que no son ni arte ni educativos” [6].
Del 2010 hacia acá, el documental Dos Ríos. El enigma, los seriales Duaba. La odisea del honor y LCB. La otra guerra, y Eduardo Vázquez, Roly Peña y Albertico Luberta como cabezas visibles de un colectivo de avanzada, han contribuido de forma decisiva en la dignificación de este tipo de audiovisual. Es relevante que Producciones Patria, bajo la calificada dirección de Roly Peña, emerja como resultado de esta dignificación. Un ¡bravo! al ICRT por contar con semejantes puntales.
El Premio Patria, entregado al serial LCB. La otra historia en el 55 aniversario del ICRT, y que quien acompañase a Danilo Sirio en aquella entrega fuese el Presidente de la Academia de Historia, Dr. Eduardo Torres Cuevas, habla bien de esta dignificación del audiovisual y de la calidad que se le reconoce al serial.
La discusión y valoración académica de estos temas —con la transdisciplinariedad requerida, para desbrozar caminos— resultan en extremo relevantes, máxime con las posibilidades que se avizoran. La Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) en la capital pone a disposición de los interesados el espacio y tiempo que se requiera, como parte de su VIII Simposio Emilio Roig de Leuchsenring, el próximo noviembre. Ya recibimos el ofrecimiento de realizarlo en el Memorial de la Denuncia. Quizás en el rico contenido plasmado en la entrevista de Paquita Armas Fonseca, citado antes, tengamos ya la primera de las ponencias. Entre otros muchos, allí podremos honrar al miliciano de 16 años Manuel Prieto Labrada, El Galleguito, y, por qué no, también a su sosias Monguín, gracias al poder del arte para contar la historia.
Me ha gustado conocer esta parte de la historia cubana que desconocía, la lucha contra las bandas internas que pretendía revertir la revolución cubana.