Recientemente, ha visto la luz —caro símbolo en la obra del singular poeta Jesús Lozada Guevara (Camagüey, 1963)— el volumen titulado Canciones eslavas, publicado por Ediciones Cristálida (Montreal, Canadá), en el que se resumen las esencias ideoestéticas de su obra conocida, así como se trazan en ella nuevos derroteros composicionales. Pletórico de referencias híbridas, si bien alusivas a poetas eslavos —como explica el creador a sus maravillados, pero poco entrenados lectores en estas lides interpretativas—, destaca por la recreación, apenas perceptible debido a múltiples enmascaramientos, de las antiguas culturas griega, islámica y judeo- cristiana, de la espiritualidad de sus sistemas de pensamiento que se integran en un juego doloroso del sujeto poético en ascensión invertida —cuyo máximo símbolo es el árbol— hacia la búsqueda del ser humano a lo profundo, lo ignoto o inalcanzable de la fe, el sentimiento o la razón… de la vida. De algún modo, el libro se desentiende de sus vínculos formales con los anteriores: Archipiélago (Letras Cubanas, 1994), Ojos quebrados (Uneac, 2002) y Sentado en el olvido (Selvi Ediciones, España, 2020).[1]

En este volumen se resumen las esencias ideoestéticas de su obra conocida y se trazan nuevos derroteros composicionales. Imagen: Tomada de Internet

Es común a toda su obra la reflexión angustiosa sobre los asuntos ya señalados, a través de símbolos esenciales para expresar dichas ideas, entre ellos los más connotados, como ya hemos dicho, la luz y el árbol. En Archipiélago y Ojos quebrados el discurso poético se percibe como destellos donde el relato se posiciona en el discurso sin la logicidad de una historia verídica, sino como rememoraciones donde se mezclan acontecimientos de gran resonancia para la historia o la cultura del mundo occidental con menudos recuerdos personales sobre eventos de hondo calado en la vida interior. Ideas traídas al discurso poético como espasmos de incontenibles vibraciones hacia la purificación del ser humano.

En estos primeros libros hay mucho de narración en la adjetivación, en los enunciados con admiración e interrogación donde encontramos cierta retórica que nos recuerda que el poeta es también a veces un narrador urgido de contar sucesos sobre los cuales afincar el texto y sus ideas, motivación de narrar de forma escénica que se va alejando de ese tono en su poemario Sentado en el olvido.

Véase en Archipiélago:

    Yo hombre los invito a estar sobre mi historia
    aseguro que la piel de un ser humano es tan confusa
    tan propicia tan bella para descansar las palabras
    que la mía puede ser la de un adolescente
    pero hoy prefiero esta sombra
    en la que todo será sacado de su templo.

El acento narrativo permanece en Los ojos quebrados:

     En mitad de la noche
     Un pájaro centellea
     carpintero real
     horada
     taladra el árbol   
     Bosque
    de hojas transparentes
    Espesura
    Aire cantado por su cuerpo

Mientras que en Sentado en el olvido hay ecos de narratividad en fragmentos  como:

Una puntada
   Sobre seda
           Una
           Y otra
Tironean del hilo en la aspillera
   Salta del árbol
           Cada línea
           La mano
Es el emblema gastado
     De la tarde
En la que el artesano
Abandona el cuerpo
Para entrar
Al reino
Del Emperador de Jade

Cierta forma cercana a la expresión poética del primer romanticismo cubano está en la enunciación declamada del sujeto que junto con alguna imagen específica nos recuerda a Heredia:

Estoy yerto
amargo a las puertas del domingo
El frío me corrompe
Tengo un hambre de siglos
y una ciudad clavada en el costado
Cómo duele el verde de las palmas
tan solitarias y erectas despeinadas
señalando el destino de mi pueblo
Herido por las palmas
me proclamo
iQué música
qué énfasis en el dolor
tiene el sonido de las palmas! (Los ojos quebrados)

Lo divino y lo profano se reiteran en los libros de Lozada como parte de esa  reflexión acerca de la espiritualidad del ser humano:

Magnífico es Dios cuando se para y las sombras con él
en medio de la luz uno ha de cambiar para él
porque uno es primero en su sangre
desde la lejanía desde la majada aún más lejos
porque uno salva a los ángeles
y así lo contemplan cuando se pone de pie
No conocemos el pasado donde estuvieron sus ramas
está colocando los tálamos del mundo Cada uno de
nosotros
es el pasado de Dios que no tiene pasado cada uno
de nosotros pisa a Dios. (Archipiélago)

Lo divino y lo profano se reiteran en los libros de Lozada como parte de esa  reflexión acerca de la espiritualidad del ser humano.

En tanto que lo místico, lo relacional con Dios, tiene fuerte resonancia erótica en imágenes como:

Cae
Árbol invertido
Juega
besa las lumbreras
aletea
entra en la bóveda
como un abanico
Se deja fecundar
Estalla. (Los ojos quebrados)

En Canciones eslavas asistimos a un drástico cambio en la manera de concebir la escritura y la disposición de las estrofas traza poemas dentro de un laberinto de extraña estructura, poemas que pueden leerse de manera independiente, pero que no alcanzan su entera organicidad, sino en la completa discordancia del todo en su encabalgamiento hasta alcanzar la total armonía en lo enrevesado de la arquitectura. Obliga al receptor a construir un nuevo texto en su lectura, a no permanecer inactivo frente a la avalancha de imágenes, símbolos e ideas que a veces poemáticamente, a veces con cierto acento reflexivo, nos ofrece el portador de tales enunciados. Debido a la cancelación de la temporalidad y la espacialidad lógicas, Canciones eslavas puede leerse desde cualesquiera de sus textos sin que por ello se altere el sentido de sus ideas, asegurando con ello la creación de un nuevo texto enteramente a cargo del lector: el poema laberinto: “Armo estructuras, atmósferas, que necesitan del lector para completarse, para rehacerse”, me ha confesado el poeta.

Dominado por el arcano de híbridos misticismos y la presencia de primigenios elementos de la naturaleza y la energía vital (la tierra, el agua, el viento, el fuego) Canciones eslavas, desde el punto de vista de las ideas, resulta de una raigal continuidad de Lozada con su obra anterior, toda ella un doloroso ascenso de aliento infernal, en realidad un ejercicio de espiritual purificación que no repara en acudir a lo escatológico fundado en la muerte.

Vienen hasta aquí
 Las olas del mar
       Imaginado
       Vienen
Con la tristeza
que ata los pies
Del que camina su muerte

La deuda de Jesús Lozada con Orígenes es fácilmente advertida en su obra. Foto: Tomada de Cubarte

En esta búsqueda de esencias, Canciones eslavas marca en su expresión nuevos derroteros, pero ratifica lo cardinal en esta trayectoria donde el árbol hace referencia a la mística de la Luz y el Uno.

Por el ojo entra
    El Almendro
Allí quedan grabadas
     Las consignas
Que el tiempo reconocido
      impronunciables
      Cuando al trazar
      Sobre su cuerpo
Los linderos
   Podemos distinguir
El tiempo y la eternidad

Pero también en el amor, sin perder el misticismo fundamental:

                  Y el amor entrando
Y el amor entrando por la grieta del Dios
                Joven Dios

                 Y el amor entrando
                  Y el amor entrando              
                     Cuando al bajar
Se asoman las partes más finas

                      Y el amor entrando
                      Y el amor entrando
Hasta donde la mirra y el aloe encuentran
Un compás que Él podrá escuchar
Junto a las extrañas aguas cotidianas

                               ¡Enmudece!

La deuda de Lozada con Orígenes es fácilmente advertida en su obra. Él mismo ha expresado que: “No hay que ser muy ducho, ni tener ojos de araña, para descubrir en mis poemas las huellas de Lezama, Vitier y García Marruz”.[2] La hermeticidad de su discurso, su pensamiento culturalmente ecléctico y sobre todo su misticismo de raíz católica, dan cuenta a lo largo de su obra de este legado. Pero esta deuda no es asumida de forma mimética, está asentada en una circunstancia histórica y personal  diferentes[3] del poeta, quien ha dado precisiones en torno a sus raíces familiares, culturales e históricas, en las cuales también, como en el ideario de aquellos iluminados, la pobreza irradia luz sobre su vida y su obra con raíces en el cielo.

Voy hacia los árboles
bajando a sus raíces
vastas y secas
árbol de fuego
Ah voy a quedarme
veo la piedra
veo el ojo
lúcido y candente
Puedo mirar
Me quedo

Tomado de la Uneac


Notas:

[1] Como se recordará, este libro pertenece a la colección de Poesía cubana contemporánea titulada Arco tenso, que en su primera entrega de 2020 incluyó poemarios de Jesús David Curbelo (En esta lengua que pasará), Caridad Atencio (El camino a casa), Dashiel Hernández Guirado (El ancho río del silencio), Reyna Esperanza Cruz (Calles de nube y piedra), Larry J. González (Me fui a sembrar tomates donde los agrestes ofrecían semillas de ophrys fusca), José Luis Serrano (Permutaciones en el subconjunto), Roberto Méndez (Superstites), Ismael González Castañer (Palabra de Mumford) y Roberto Manzano (Diario lírico). Como afirmara Juan Nicolás Padrón: “Su difusión constituye un homenaje a la palabra que renueva, comunica, nombra, describe, complementa, modifica, imagina, potencia el humanismo, vigoriza el espíritu, regenera la capacidad de entender, crea mundos simbólicos y recicla un antiquísimo prestigio expresivo y conceptual” ( Tomado de Portal Cuba, Uneac, noviembre 4, 2020). Por la diversidad de sus poéticas, Arco tenso acredita la vitalidad de la poesía cubana contemporánea.

[2] En “Jesús Lozada: vengo de los silencios rumorosos”, entrevista concedida a Reyna Esperanza Cruz y publicada en Cubaliteraria el 30 de mayo de 2021.

[3] Lozada procede de una familia campesina de Camagüey, pero muy marcada por las tradiciones culturales del lugar donde, por un lado, “se tocaba la bandurria y se improvisaban décimas” y por otro, rodeada por gente de la radio como Luis Casas Romero, Chanito Isidrón, La Calandria y Clavelito. Viene, como afirma, “de los silencios rumorosos de la Iglesia de la Soledad en el Camagüey y de un abuelo fabulador, capaz de inventarse una estirpe y ser tenido por tal.” Op.Cit.

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