Es tiempo de mangos. Del mango por excelencia, del que parece un bizcocho, del que no te deja ni una hilaza en la boca. Tienen la carne firme, apretada. La miel se anticipa. El olor te penetra, te doblega. La naturaleza se esmeró, se deleitó hasta caer rendida.

“Frutas, quién quiere comprarme frutas…”

Los mangos, especialmente los bizcochuelos que enseñorean la tierra de El Caney ―localidad aledaña a la ciudad de Santiago de Cuba―, no solo han sido deseados, sino hasta cantados. Félix B. Caignet, el creador de la radionovela El derecho de nacer, no pudo menos que inmortalizarlos en un pregón que dio la vuelta al mundo en la voz del Trío Matamoros: 

“Frutas, quién quiere comprarme frutas / Mangos, de mamey y bizcochuelo / Piñas, piñas dulces como azúcar / Cosechadas en las lomas del Caney…”

Rico en fibra, en vitaminas A y C, son reconocidas las propiedades antioxidantes del mango. Puede consumirse en jaleas, batidos, néctar, pastas, tajadas, compotas… pero, claro, no hay como probarlos de forma natural, quitar su fina cáscara, entrar en la delicia, en la aventura.

Tal vez, te hagas espacio debajo de su misma fronda. Llévate un cubo lleno de mangos, deja que se te caiga la bemba, ríndele homenaje a un árbol fuerte, generoso que resiste los embates de los huracanes del Caribe y las pedradas de los muchachos. Su raíz principal se aferra al suelo, se extiende y acaba regalando el fruto ovalado o redondeado, oloroso, provocador.

Los mangos son las manzanas de los campos cubanos, sin nada que envidiarles.

“Tienen la carne firme, apretada. La miel se anticipa. El olor te penetra, te doblega”. 

Si te dicen que eres “mango” o un “manguito”, se trata de un elogio basto, luces como Dios manda. Ahora, no quieras “coger los mangos bajitos”, porque esa sentencia popular hace referencia a las personas abusadoras, que quieren tomar el atajo, el camino fácil para lograr algo.

Un “arroz con mango” es algo que se aplica cuando no pega una cosa con la otra. Ni con cola ni con colina; aunque espera… ya probé una receta así en México, todo un exotismo al paladar. Y, apunto, es uno de los postres exquisitos, infaltables de Tailandia.

Ah, los mangos de Baraguá, ya eso es otra historia. Es la historia misma. Ahí subieron hasta el cielo, mangos con cojones. Mangos irredentos, cubanísimos, maceístas, mambises.

Cierto que existen muchas variedades de mango, pero el bizcochuelo es El Mango, el que se lleva la corona, el que te hace quitarte el sombrero. Un premio de Madre Natura, un pasaje hacia lo desconocido (sin Taladrid), una caricia estomacal, una ternura inusitada. Conste, que no exagero, que no lo comento por terceros.

“Ah, los mangos de Baraguá, ya eso es otra historia. Es la historia misma. (…) Mangos irredentos, cubanísimos, maceístas, mambises”.

Me he extasiado, embarrado, derramado…

Tienen la carne firme, apretada. La miel se anticipa. El olor te penetra, te doblega. La naturaleza se esmeró, se deleitó, se apacentó en estos lares hasta caer rendida. Su masa erotiza…

¿Qué esperas?

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