Cuenta Renée Méndez Capote que en su niñez frecuentaba la casa de Lola Rodríguez de Tió, la poetisa y patriota puertorriqueña aplatanada en Cuba. Como parte del cenáculo intelectual que también visitaba la vivienda estaba Manuel Sanguily, cuya oratoria y patriotismo conquistaban a los concurrentes, y en particular a Renée, quien cuenta que una vez Lola le preguntó de repente:

— A ver, Renée, ¿qué te parece Manuel Sanguily?
Y yo contesté con absoluta convicción:
— Es muy bonito, Lola. Muy buen mozo.
Y el gran viejo vino, me puso la mano en la cabeza y dijo con no menor candidez que yo:
— Esta niña va a ser muy inteligente.

De Manuel Sanguily escribía José María Chacón y Calvo:

Había en su voz un acento de seguridad, de confianza, que captaba enseguida no solo el respeto, sino la simpatía de quien se acercaba más que a hablarle, (…) a oírle, a recibir su consejo sabio, cargado de benevolencia y de tolerancia

“Desde temprano se manifestó su talento para las letras, la crítica y la oratoria”. Imagen: Tomada de Internet

Manuel Sanguily Garritte nació el 26 de mayo de 1848 y cursó estudios en el colegio El Salvador, fragua de patriotas, bajo la dirección de José de la Luz y Caballero. Alumno de inteligencia vívida, palabra enérgica y conducta ejemplar, desde temprano se manifestó su talento para las letras, la crítica y la oratoria.

Cuando la guerra llegó lo dejó todo: comodidades, estudios y porvenir brillante. Sirvió a las órdenes de Ignacio Agramonte, de Máximo Gómez, de Calixto García, de Vicente García y de Henry Reeve, El Inglesito.

La tregua del Zanjón lo sorprendió en Nueva York. Decepcionado y empobrecido, solo entonces prosiguió los estudios universitarios, en Madrid, donde en enero de 1880 se graduó de licenciado en Derecho Civil y Canónico, aunque al regreso no ejerció la carrera por negarse a prestar el juramento de fidelidad a España.

La Guerra del 95 encontró al coronel Sanguily —tal era el grado que se había ganado en la campaña anterior— de nuevo presto a servir. Emigró a Estados Unidos para desde esa nación colaborar con su prestigio y verbo. Mientras, gestionaba la libertad para su hermano Julio, mayor general, preso desde el inicio de la contienda por su labor conspirativa en favor de Cuba.

Participó activamente en la Asamblea Constituyente y se opuso después al Tratado de Reciprocidad suscrito en 1903 entre Cuba y Estados Unidos, pues consideraba que no traería consigo ventaja alguna al pueblo cubano.

“A José de la Luz y a José María Heredia consagró muchas páginas”.

Vivió casi 77 años (murió el 25 de enero de 1925) y ni en sus trabajos de crítica literaria —porque si firme era su oratoria, elegante era su prosa— dejó de servir a Cuba. Colaboró en la prensa diaria y escribió sobre figuras universales (Zola, Tolstoi, Taine) y nacionales. A José de la Luz y a José María Heredia consagró muchas páginas.

Desempeñó cargos políticos relevantes durante los primeros años de la república. Fue presidente del Senado, delegado ante la Conferencia Internacional de La Haya y secretario de Estado. Pero al final, defraudado, se alejó de la política. La austeridad, el patriotismo, la honestidad, el valor y la justicia lo caracterizaron. 

Presentó un proyecto de ley —fechado el 4 de marzo de 1907 y nunca discutido en el Senado— que prohibía la venta de tierras a extranjeros: “Queda terminantemente prohibido todo contrato o pacto a virtud de los cuales se enajenen bienes a favor de extranjeros”.

“La austeridad, el patriotismo, la honestidad, el valor y la justicia lo caracterizaron”.

Tampoco puede dejar de citarse un fragmento de la carta que redactó el 6 de marzo de 1907 a los estudiantes de la Escuela Normal de Kansas, quienes solicitaban sus opiniones acerca de una posible anexión de Cuba. Disfrutemos de su prosa elegante y de sus argumentaciones irrefutables:

Bajo los americanos, como término definitivo, seríamos indefectiblemente absorbidos; iríamos desapareciendo, pronto o despacio, por la proximidad de su inmenso país, por su número abrumador, por la inundación asfixiante de su gente, por el gobierno suyo que a ella por fuerza la favorecería y no a nosotros, por el dinero inagotable y sin entrañas, por la mayor fortaleza, por la imposición de su idioma como lengua oficial.

A la renuncia de Tomás Estrada Palma y previendo una segunda intervención norteamericana, como en efecto ocurrió, hizo cuanto pudo por evitarla. “Para los agoreros de nuestra ruina, la República ha muerto; para los empedernidos mercaderes, la República no debe renacer”, denunciaba en discurso por aquellas fechas. Huelgan los comentarios.

La obra de Manuel Sanguily la hallará el lector en la revista Hojas literarias, que redactó casi íntegramente a partir de 1891 y hasta la irrupción de la Guerra del 95, donde se nos muestra como crítico y articulista. También en dos volúmenes, de 1918 y 1919, titulados Discursos y conferencias, y en el titulado Literatura universal, que se publicó en España en 1918.

Patriota y escritor, tal fue Manuel Sanguily. Pero el mejor ejemplo lo dejó en la obra de su vida, signada por el amor a Cuba a toda prueba.