Nuestra amiga Fefa padecía una fuerte depresión, y su médico sugirió que la visitáramos para levantarle el ánimo, advirtiéndonos que no debíamos mencionar ningún factor desencadenante de tristeza. Hilda, Víctor, Cándida, Brígida Sepúlveda y yo nos dirigimos a casa de la enferma, dispuestos a ayudar en lo que fuera posible.
Fefa nos recibió en bata de dormir, desgreñada, y arrastró los pies luego de abrirnos la puerta, para regresar a su cama. Allí, su gata Esculapia la esperaba, lánguida y sin fuerzas como la dueña. Nosotros nos acomodamos como pudimos. Víctor agarró el único butacón de la habitación, y encima de un cojín que olía a Esculapia dejó caer su voluminoso cuerpo. Brígida e Hilda trajeron sillas del comedor, mientras Cándida y yo nos sentábamos a los pies del colchón que Fefa comparte con su gata.
“Y bien… qué calor hace, claro, como estamos en junio”… dijo Víctor. “Sí, claro, hay mucho calor”, añadió Hilda. “Y eso que no ha llegado agosto, ya veremos lo que nos espera”, dijo Brígida. “Sí, es verdad, porque normalmente en agosto hay más calor que en junio. Y eso que tampoco ha llegado ningún ciclón, que también estamos en época de huracanes”, opinó Cándida. En el momento en que yo iba a intervenir, básicamente para repetir lo mismo, Fefa, bastante incómoda, nos dijo:
“¿Pueden dejar de hablar tanta catibía, por favor? Se supone que han venido a alegrarme la existencia, no a hacer análisis climatológicos”.
“‘Vamos a ver’, intervino Víctor. ‘Entendemos que pasas por un episodio difícil, pero no es conveniente evadir la realidad’”.
“Bueno, disculpa”, dijo Cándida con su candidez habitual. “Es que nos prohibieron aumentar tu tristeza, querida. Por eso no hemos mencionado los apagones furiosos de estos días, por ejemplo. Ni las madrugadas inciertas”.
“¡Ay, no!, por favor, no mencionen ese tema, que la sertralina no me va a alcanzar”, murmuró Fefa.
“¿Conseguiste antidepresivos? ¿A cuánto el blíster, dónde y cuándo? ¿Te lo traen a la casa o hay que ir a Remangalatuerca? ¿A cómo sale la mensajería?”, preguntó Sepúlveda en modo ametralladora.
“No me hablen del precio de los medicamentos, por favor”, suplicó Fefa. “Díganme cosas bonitas”.
“De acuerdo”, terció Hilda. “Hay un sol hermoso, radiante, los pajaritos cantan y se envían mensajes de amor”.
“¡Ay, mensajes! No me hagas recordar a Etecsa, por favor”, dijo la enferma, y se enjugó una lágrima.
“Tienes que ir aceptando las cosas de a poco, no juntas, porque entonces las penas se agolpan y en este caso, te abruman”.
“De acuerdo, entonces hablemos de… de… de la playa. Mira, el agua está cristalina en estos días, preciosa el agua está”, aportó Brígida. “Deberíamos ir todos a la playa”.
“Ay, el agua… hace tres días no entra agua en esta casa”, gimoteó Fefa. “Cambien de tema, por favor”.
“De acuerdo. Ahora hay en la tienda La Puntilla un champú que te va a encantar. Entre sus componentes está la biotina, que hace crecer el cabello”, dije yo.
“¡Ay… tiendas! Casi todas en USD. No tengo USD, ni tengo euros, ni tengo MLC. No me obliguen a enumerar lo que no tengo. Piedad, por favor, que me da melancolía”, dijo Fefa.
“Bueno, eso… y también que miramos películas y series”, añadió Hilda.
“Sí, pero por definición, la melancolía va unida a un recuerdo” añadió Víctor. “¿Qué recuerdas tú, querida Fefa? Hay una diferencia entre tristeza y melancolía. Por ejemplo, la tristeza da espacio a otras emociones, mientras que la melancolía lo abarca e inunda todo”.
“Entonces confirmo que estoy melancólica”, confesó Fefa. “Estoy inundada de recuerdos. Por ejemplo, tengo memorias de cuando podíamos dormir sin apagones ni mosquitos, de cuando el salario alcanzaba, de cuando podía bañarme todos los días con agua, de cuando…”.
“Ah, no, tú lo que tienes es que la realidad dura y pura te golpea, querida”, interrumpió Hilda. “Y eso es malo, muy malo. Tienes que ir aceptando las cosas de a poco, no juntas, porque entonces las penas se agolpan y en este caso, te abruman”.
“¿Y cómo logro eso? ¿Cómo lo logran ustedes?”, quiso saber Fefa, incorporándose en el lecho.
“Fácil”, dijo Cándida con su candidez habitual. “Divides los problemas según el día de la semana. El lunes, analizas la situación electroenergética. Los parques solares que más que solares parecen fantasmales, la demanda del día y la noche, el déficit, la programación, los horarios pico, las promesas de que todo mejorará en algún momento, las termoeléctricas y su obsolescencia programada, el esfuerzo de los trabajadores eléctricos y de los linieros, los postes que se caen y los transformadores que revientan. Lee bien el canal oficial de telegram, fíjate que siempre sus noticias terminan con la frase “ofrecemos disculpas por las molestias”. El martes, analizas el tema agua. Que si la Cuenca Sur, que si roturas, salideros y falta de combustible impiden que llegue a todos los hogares. Ya el miércoles pasas a las tiendas. Primero era en cup, luego de cuc, más tarde en mlc y ahora en usd. Una dialéctica constante, que debes comprender. El jueves…”.
‘¿Y cómo logro eso? ¿Cómo lo logran ustedes?’, quiso saber Fefa, incorporándose en el lecho. ‘Fácil’, dijo Cándida con su candidez habitual. ‘Divides los problemas según el día de la semana’”.
“Pero bueno”, dijo Brígida, “¿esto qué es? ¿Una semana diabólica? O, mejor dicho, ¿un calendario complejo? Mira, Fefa, tienes que entender que la cotidianidad aquí ha pasado de ser corrosiva a convertirse en un esmeril directamente. Depende de cada uno de nosotros dejarnos derrotar o no. Ahora mismo te levantas, te arreglas las greñas, y te vas con nosotros a la playa. Olvida el tango y canta boleros, por favor”.
“¡Eso, eso es lo que debes hacer!”, dijo Hilda. “Levanta tu cuerpo, levanta el ánimo, eleva el espíritu y sal a la calle”.
“¿Y los baches, y la basura acumulada, y el transporte? ¿Cómo hago para soportar todo junto?”, preguntó la melancólica.
“Hoy es viernes, querida”, apuntó Hilda. “En buena lid, los viernes los dedicamos simplemente a vivir. El análisis del transporte toca los jueves, lo digo porque que ahorita no me dejaron terminar de explicar el semanario. Sábado, para los baches y domingo para darnos fuerzas. Pero efectivamente, hoy viernes toca vivir. Arriba, pónte la trusa, que pa’ luego es tarde”.
Esculapia refunfuñó un rato al quedarse sola en la cama, pero Fefa, ya con trusa y chancletas, salía con nosotros rumbo a la captura de un taxi que nos llevara hasta la orilla del mar.
“¡Se lo creyó, se lo creyó! ¡qué bien!”, dijo Víctor llegando a la puerta y sin que Fefa pudiera oírlo. “Psst, baja la voz, muchacho, dijo Hilda. Yo no sé ni cómo se me ocurrió lo de la semana tenebrosa, pero funcionó, y eso es lo importante”.
Ya camino al mar, con Fefa ligeramente recuperada, a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. “¿Y ahora qué te pasa?”, preguntó Sepúlveda?
“Nada en concreto”, respondió la aludida. “De repente recordé cuando mi mamá me untaba bronceador y el ave negra de la melancolía volvió a posarse en mi hombro”.
“Tranquila, tranquila”, dijo Hilda abrazando a Fefa. “Ahora se llaman bloqueadores solares y luego te voy a pasar el contacto de un estomatólogo que los vende. Un muchacho encantador, ya verás. Y seguro que te cuesta menos que el antidepresivo sertralina. Por cierto, ¿cómo puedes conseguir para todos nosotros? ¿A cómo está el blíster? ¿Pudieras resolverlo para este domingo? ¿Tiene mensajería la tránsfuga que te vende? ¡Nos urge tanto!”
La imagen me gustó. Yo soy exactamente así como en la imagen, a lo cubano 👍