En Cuba, donde la música se hereda como código genético, el jazz se improvisa entre acordes tradicionales y síncopas revolucionarias. En este paisaje sonoro se alza la figura de Yadasny José Portillo Herrera, pianista cuya relación con el instrumento va más allá de lo profesional: es un diálogo constante entre lo recibido y lo explorado.

El instrumentista no habla de teoría musical ni de logros profesionales, sino de esas madrugadas creativas donde el piano se convierte en cómplice, de los paseos por La Habana que se transforman en partituras vivas, y de cómo el jazz —ese lenguaje sin fronteras— sigue siendo, ante todo, un acto de honestidad consigo mismo.

En Cuba, donde la música se hereda como código genético, el jazz se improvisa entre acordes tradicionales y síncopas revolucionarias.  

¿Cuál fue el primer sonido o melodía que te hizo decir: “Esto es jazz”? ¿Cómo llegó a ti?

Recuerdo que estaba en octavo grado, en el Conservatorio Guillermo Tomás de Guanabacoa. Tendría unos 13 años cuando escuché por primera vez la palabra jazz. Le pregunté a una amiga, Yanexy Machado —hoy directora de esa misma escuela—, que en ese momento era mi compañera de aula y estudiaba clarinete: “¿Qué cosa es el jazz?”. Ella me respondió: “Es algo que quiere decir improvisación. Crear una atmósfera a partir de algo que ya existe”. No lo entendí del todo, pero aquella duda me dejó con el bichito de la curiosidad.

Sin embargo, cuando finalmente supe qué era el jazz, creo que no me gustó. Al principio, como a mucha gente, me atraía el jazz norteamericano de los años 40 y 50, más melódico, con ese swing contagioso y un discurso instrumental claro. O las baladas de cantantes como Ella Fitzgerald. Ese sí me encantaba.

En cambio, el latin jazz que pasaban en la televisión no me convencía. Quizás, en parte, porque en los 90 los recursos técnicos eran limitados: las cámaras no tenían la calidad de ahora, y el sonido en vivo a veces se escuchaba distorsionado. Además, el jazz cubano es ardiente, vigoroso, y en aquellas grabaciones amateur sonaba demasiado agresivo, incluso invasivo.

También influyó que nunca me sentí capaz de improvisar en el jazz. Me daba miedo, temor a no estar a la altura. Y cuando algo te intimida, a veces lo rechazas diciendo que no te gusta. Fue, en parte, una cuestión de inseguridad.

Y llegó a mí porque sentía una necesidad profunda de componer. Estaba trabajando con Carlos Acosta, el gran bailarín, en su obra Tocororo, de la cual fui fundador y también compositor, junto a Miguel Núñez.

En un principio, la música la creó Miguel, un pianista excepcional que durante años acompañó a Pablo Milanés. Él no solo era un intérprete brillante, sino también compositor, productor, arreglista y orquestador. Fue a través de él que llegué a Carlos Acosta, porque Miguel dijo: “Creo que la persona que mejor puede tocar mi música es Portillo”. Así fue: me recomendó, y durante varios años trabajamos juntos, haciendo giras por distintos países de Europa.

Carlos es una persona sumamente creativa. Constantemente inventaba nuevas coreografías y modificaba escenas, así que yo estaba ahí para adaptar la música a sus ideas. Eso me obligó a componer mucho, y creo que fue una de las primeras veces que lo hice de manera consciente, como parte de un proyecto formal.

Antes quizás había escrito pequeñas piezas, pero nada con esa dimensión, nada destinado al público.

Cuba tiene una tradición pianística monumental (de Lecuona a Chucho Valdés). ¿Cómo encontraste tu voz entre tantos gigantes?

Mi voz es algo que trasciende a los pianistas o a los músicos. Es más que una necesidad, es como un sello personal. En mi caso, nunca lo he buscado conscientemente; simplemente me he dejado guiar por mi intuición, mis pensamientos y mis sentimientos. Por supuesto, vivir en una isla con una tradición musical tan poderosa como la cubana influye muchísimo. Nuestra música es intensa, diversa, llena de géneros, estilos, ritmos y facetas, con influencias que vienen de todas partes.

En mi formación está presente la música clásica, que es la base de lo que estudiamos en las escuelas de arte en Cuba. También tengo una fuerte influencia del changüí y del feeling, gracias a mi padre, que fue un gran cantante de ese género. Y, por supuesto, está Lecuona, a través de mi tío Huberal Herrera, un pianista universal, especialista en su obra y uno de mis grandes ídolos.

“Vivir en una isla con una tradición musical tan poderosa como la cubana influye muchísimo”. Foto: Tomada del Instagram del entrevistado

Podría mencionar a muchos más: Chucho Valdés, Emiliano Salvador (uno de mis referentes), Ernán López-Nussa, Gonzalo Rubalcaba, Hilario Durán, Gabriel Hernández Cadena, Osmany Paredes, Rolando Luna… La lista es larga. Solo he nombrado algunos de los que más admiro, pero hay muchos otros, incluso pianistas más jóvenes con trayectorias brillantes.

Al final, mi voz es el resultado de todo eso: de lo que he vivido, de lo que he escuchado y, sobre todo, de dejarme llevar por lo que siento al tocar.

¿Cómo describirías tu relación con el piano? ¿Es un instrumento, un aliado o algo más íntimo?

El piano es como una extensión de mi cuerpo. Es algo sin lo que no me imagino vivir, algo absolutamente necesario. Se ha convertido en el canalizador de mis emociones, de mi día a día. Es lo primero que busco al despertarme. Me ayuda a ordenar el día, como un escritor que lleva su diario. En mi caso, mi crónica personal se escribe en el piano. Todo gira en torno a él. Es el protagonista de mi vida, el eje central, el gran creador de mi felicidad. O al menos uno de ellos, porque, aunque mi familia ocupa un lugar fundamental, el piano representa una conexión más profunda, casi espiritual.

Es una necesidad constante de comunicación, de búsqueda, de intentar que él y yo seamos uno solo.

Tu jazz tiene raíces cubanas, pero también resuenan otros mundos. ¿Qué géneros o culturas musicales han dejado huella en tu estilo?

La música clásica fue mi primera formación, la que estudié desde pequeño. Luego está el feeling, que llevo en la sangre gracias a mi padre, un gran cantante de este género tan sincero. La nueva trova también marcó mi camino, soy un ferviente admirador de Pablo Milanés y de Miguel Núñez, uno de mis grandes ídolos.

La música brasileña ocupa un lugar especial en mi estilo. Su influencia en mí ha sido profunda. Y por supuesto, el jazz norteamericano, con el que mantengo un diálogo constante; siempre estoy escuchándolo, absorbiéndolo.

Pero las influencias van más allá. Estamos rodeados de pop, música urbana, salsa, son… y de forma inconsciente, todo eso se filtra en mi música. Incluso me atraen sonoridades más lejanas, como las tendencias del Medio Oriente, que, aunque distantes, resultan fascinantes para cualquier músico.

“…el jazz cubano es ardiente, vigoroso”.

En el fondo, mi vínculo más fuerte es con la canción en toda su magnitud. Todo lo que tenga melodía, todo lo que sea canción, me toca profundamente. Es parte esencial de mi ser. Y hay muchas otras influencias, tan arraigadas que ni siquiera soy capaz de identificarlas todas.

Cuando improvisas, qué te guía: ¿la emoción del momento, la teoría o algo que no puedes explicar?

La improvisación es un proceso que comienza mucho antes del momento en que sucede. Uno se prepara para ese instante. Estudias la armonía de los temas que vas a interpretar, analizas su estructura. Es como cuando lees un libro y luego hablas sobre él: usas tu propia voz, tu manera personal de expresarte, pero el estudio previo te da las herramientas para comprenderlo y transmitirlo con claridad.

Como pianista, me nutro constantemente de otros músicos, tanto maestros del pasado como contemporáneos. Los escucho con atención, aprendo sus solos, los incorporo a mi lenguaje. Con el tiempo, después de asimilar y “digerir” estas influencias, al improvisar sale algo propio, aunque lleve el sello de todo lo aprendido. Nunca lograremos sonar exactamente como nuestros referentes, y ahí es donde aparece nuestra voz auténtica.

Hay mucho de estudio consciente: saber por dónde quieres transitar, qué historia deseas contar. Esta preparación te sirve especialmente en esos días donde la inspiración no fluye con facilidad. Pero en el momento mismo de la improvisación, te dejas llevar por la emoción, la intuición… y ahí ocurre la magia.

Sin embargo, la improvisación depende de muchos factores: la conexión con el público, la acústica del lugar, la sintonía con los otros músicos, tu estado físico y anímico. Hasta el cansancio influye. Porque crear es un acto complejo donde convergen múltiples elementos: lo técnico, lo emocional, lo espiritual. Todo se une en ese instante único que es la improvisación.

¿Cómo nace una composición tuya? ¿Empiezas con una armonía, un ritmo o una imagen mental?

Para mí, la composición surge principalmente de una imagen mental. Debo confesar que hace tiempo no compongo, porque solo lo hago cuando siento esa necesidad interior. Por ejemplo, en mi disco anterior El que fue a Mantilla, sentí que debía crear nuevas piezas, aunque ya tenía más de 100 composiciones de épocas anteriores. Quería capturar en el disco lo que estaba viviendo en ese momento específico.

Necesitaba componer varios temas nuevos para darle ese aire de actualidad. Aunque muchas veces recurro a composiciones almacenadas de diferentes períodos, seleccionando las que mejor se adapten al concepto del disco o a lo que quiero expresar. Así voy combinando obras antiguas con creaciones nuevas que surgen en el momento.

“…a través del jazz logramos transmitir sensaciones, compartir experiencias, mostrar nuestra esencia”.

A veces puede ser una armonía o un ritmo lo que da el punto de partida. Pero hay días en que, sin planearlo, sientes esa urgencia de expresar algo. Algo te lleva al piano casi sin pensarlo. O puede ser que escuches algo que te impacte tanto que quieras recrear esa esencia, darle tu propia forma. En mi caso es algo difícil de explicar… un poco extraño.

Al final, se trata de esa necesidad profunda de decir algo, de plasmar una emoción, de sentirte en completa conexión con el piano y con la música misma. Es un proceso íntimo que va más allá de lo técnico.

Si tuvieras que definir tu jazz con tres palabras ─sin usar “música” o “jazz”─, ¿cuáles serían?

Te diría: conexión, espiritualidad, sinceridad. Estas tres palabras capturan la esencia de lo que me mueve a componer, tocar y sentir a través de mi arte.

¿El jazz es rebelión o contemplación para ti? ¿Por qué?

El jazz es ambas cosas y más. Es contemplación y rebelión, pero sobre todo es un lenguaje. Llega un momento en que no sabes definirlo bien, pero se te impregna, se convierte en tu forma de expresarte.

No sabría explicarlo con exactitud, pero es como hablar otro idioma, completamente distinto a los lenguajes convencionales. Muchas veces, cuando nos comunicamos con personas que no hablan nuestra lengua materna, a través del jazz logramos transmitir sensaciones, compartir experiencias, mostrar nuestra esencia.

Para responder brevemente: el jazz trasciende esas categorías. Es mucho más que simple rebelión o contemplación. No tiene forma fija, es algo profundamente difícil de encasillar en una definición concreta. El jazz simplemente… existe y se manifiesta.

¿Qué pianista jazzístico ─cubano o no─ te ha influido más?

Son varios los pianistas que han dejado huella en mí. De Cuba, sin duda Emilio Salvador, mi tío Huberal Herrera, Miguel Núñez y Chucho Valdés. Rubén González también, aunque podría mencionar muchos más, porque la influencia viene de múltiples fuentes, de distintos ritmos y estilos.

Del panorama internacional, Bud Powell —ese gran pianista de los años 40 y 50 que tocó con Charlie Parker cuando apenas tenía 16 o 18 años. Era una de las figuras clave del jazz norteamericano de esa época. Thelonious Monk, otro gigante, fundador del movimiento bebop. Y McCoy Tyner, que en los 60 fue pianista del legendario John Coltrane, es uno de mis preferidos por su visión única del piano.

Keith Jarrett es sin duda otro de mis ídolos, un pianista que me ha influenciado profundamente. Y aunque no lo mencioné al principio, Cedar Walton es otro que ha dejado su marca en mí. Ah, y retomando a Rubén González, últimamente lo escucho con frecuencia y siento que tengo mucho en común con su estilo.

La verdad es que estos son solo algunos de los que más me han influenciado, pero la lista podría ser mucho más larga…

Un disco que te haya cambiado la vida (no necesariamente de jazz).

No tengo un disco en particular que haya marcado un antes y después en mi vida. Escucho mucha música, pero no soy de esas personas que se aferran a un álbum específico como punto de inflexión, algo que me haya llevado a un estado de reflexión profunda o transformación.

Para mí, cualquier cosa puede ser inspiración. A veces ni siquiera viene de la música, sino de mis propias ideas, pensamientos o intuiciones. También de lo que me transmiten las personas espirituales que me guían. Todas estas experiencias me llevan a estados de conciencia más elevados.

La música es una forma de comunicación, y aunque hay muchos discos que he disfrutado a lo largo de los años, no tengo uno que considere mi “disco de cabecera”. A veces escucho obras específicas, otras veces sigo la trayectoria completa de pianistas, encontrando en diferentes etapas de su carrera lo que necesito en cada momento.

No podría señalar un álbum en particular como ese disco que inició un camino nuevo para mí. Mi relación con la música es más orgánica, más fluida.

¿Cómo imaginas el jazz cubano en 10 años? ¿Qué papel quieres tener en esa evolución?

El jazz en general, y el cubano en particular, seguirá su curso natural. Cada músico aportará su estilo único, influenciado por su época, sus vivencias y su visión de la vida. En Cuba hay un talento extraordinario y una pasión genuina por este género, que es más que música: es un estado de ánimo, una forma de conexión con lo esencial, una puerta a la libertad creativa donde puedes fluir y volar sin ataduras.

Este arte siempre conquista aquellos corazones dispuestos a seguir su dinámica vibrante. Hoy vemos cada vez más pianistas que lo interpretan con mayor maestría, y en diez años esta evolución será aún más notable.

En cuanto a mi papel, me gustaría ser recordado como parte de una generación que marcó época en el jazz cubano. Pertenezco a ese movimiento de pianistas comprometidos con su realidad, su tiempo y su historia, pero también con el futuro. Sin embargo, somos esencialmente artistas del presente, y si nuestro trabajo logra trascender y ser reconocido como representativo de una época, podría sentirme profundamente satisfecho.

“Pertenezco a ese movimiento de pianistas comprometidos con su realidad, su tiempo y su historia, pero también con el futuro”.

Si el piano desapareciera mañana, ¿con qué instrumento o medio expresarías tu jazz?

Si el piano desapareciera, quizás me volcaría al canto. Siempre he estado rodeado de cantantes, así que tal vez me atrevería a cantar jazz. No tengo otro instrumento alternativo que domine, pero la voz humana —tan mágica, espiritual y única— podría ser mi camino. Creo que tengo buen timbre vocal. Solo sería cuestión de atreverse. Quizás, en algún momento, terminaría explorando esa faceta.

Un lugar en Cuba donde te sientas en paz para crear.

No sé si es exactamente un lugar, pero donde más creo es en mi cuarto. Está siempre desordenado, pero ahí, especialmente por las noches, encuentro mi espacio. La madrugada es mi momento favorito: es tranquilo, espiritual, un puente perfecto hacia la creación.

Aunque casi siempre compongo donde está el piano, lo que realmente me inspira es caminar. Para mí, caminar no es solo ejercicio, es una forma de vivir crónicas. Cuando camino, observo historias en cada esquina: personas hablando, casas con sus puertas abiertas que dejan ver fragmentos de vida. Cada imagen, cada detalle, es alimento para la música.

El mundo sigue su ritmo acelerado, pero al caminar me convierto en un cronista sin palabras. Veo cómo una casa cuenta una historia completamente distinta a la de al lado, cómo las vidas se cruzan sin darse cuenta. Esas escenas quedan conmigo, se mezclan con mis reflexiones.

Aprovecho esos paseos para escuchar música, ordenar ideas o simplemente estar conmigo mismo. Caminar reúne tres cosas esenciales: ejercicio, tiempo para reflexionar y esa conexión con las historias cotidianas que después transformo en música. Es un proceso creativo en movimiento, donde la ciudad y su gente son mi partitura.

Completa la frase: “El jazz es…”

El jazz para mí es vida. Esa es la mejor forma de definirlo.

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