Con verdadera pena observo, días tras día y noche tras noche, un noticiero nacional de televisión que encadena varios canales y se ha hecho en cada emisión más reiterativo sobre temas que, de tanto repetirse sin que la realidad los valide a plenitud, provocan rechazo en el televidente o, cuando menos, indiferencia.

Para nada aspiro a que nuestros espacios informativos asuman sus políticas de difusión con los mismos principios que maneja el consorcio mediático global, también monocorde en esencia (defensa de los intereses del gran capital) y disfrazado de inclusivo por diversidad temática. Cada día menos democráticos y más falaces, se amparan esos propagandistas de las bondades del capitalismo en la desgastada filosofía de unas libertades individuales, superadas por la disfunción endógena que les impide su concreción como justicia social.

La mentira mediática, bautizada en inglés como fake news, constituye la última y más perversa de las estrategias para consolidar el combo de supuestas libertades que hipnotizan tantas mentes. Las redes sociales son el escenario, pues la anárquica democracia en el derecho a emitir información en sus dominios ha generado una especie de cajón de sastre de desembozada mezcla de mentiras y medias verdades. El sesgo viene siendo sustituido por la calumnia, el insulto, el alarido rabioso.

Si bien es cierto que algunos medios al servicio de la derecha, autodenominados “serios”, se acogen a prácticas más sutiles, en el fondo la esencia es la misma: fragmentar la realidad para mostrar solo el ángulo que les conviene.

Si bien es cierto que algunos medios al servicio de la derecha, autodenominados “serios”, se acogen a prácticas más sutiles, en el fondo la esencia es la misma: fragmentar la realidad para mostrar solo el ángulo que les conviene. La ensalada mixta de redes sociales, medios oficiales vociferantes y otros de estilo en apariencia reflexivo y objetivo configura un menú de un solo plato, a veces con envoltura atractiva, y gracias a él se autoasignan, paradójicamente, la etiqueta de diversidad.   

Nuestros medios no mienten, pero les falta dinamismo para hacerse atractivos. La reiteración, como exponía antes, es su peor pecado, pues se machaca sobre lo obvio, a veces sobre asuntos que más que noticias son intenciones, o sueños. Hay una especie de apremio por demostrar que nuestros dirigentes trabajan, como lo hacen, de cara a las necesidades del pueblo, y eso de por sí obliga al triunfalismo machacón. Demasiada presencia de infinitivos en los pronunciamientos (“hay que” seguido de “sembrar”, “producir”, “lograr” más). Esa práctica verbal, como se sabe, no sitúa las acciones en un tiempo concreto. Discrepo de esa estrategia de comunicación a la par que reconozco la necesidad de que los ciudadanos se informen sobre experiencias modélicas. La elaboración del mensaje debe incorporar nuevas cualidades.

Nuestros medios no mienten, pero les falta dinamismo para hacerse atractivos. La reiteración, como exponía antes, es su peor pecado, pues se machaca sobre lo obvio, a veces sobre asuntos que más que noticias son intenciones, o sueños.

La reiteración no genera certezas, y si es excesiva le transmite al receptor la sensación de que se le pasa gato por liebre (tanto se dice que parece inseguridad). De esa forma lo que pudiera ser modélico, como es solo de alcance restringido, deviene puntual. De ahí el origen y la vigencia del viejo chiste de que determinados bienes y servicios deprimidos o inexistentes en nuestra cotidianeidad se ofertan con abundancia en el noticiero.

Vivimos en Cuba momentos muy duros: en lo económico, es cierto; pero en el terreno simbólico se descarga con mucha fuerza la incompatibilidad de la relativa eficiencia de lo privado sobre la imposibilidad de sostener ofertas e infraestructuras adscritas a lo institucional. Si a la recesión y a los anquilosados diseños en terrenos sumamente sensibles en lo simbólico —la comunicación a través de los medios masivos uno de ellos— le sumamos el surgimiento y proliferación de espacios alternativos que discurren al margen de la política cultural y portan la engañosa frescura de lo contestatario montada sobre la “novedad” de su independencia de esas políticas, no hay que ser muy matemático para saber hacia dónde se desplazarán las preferencias de los receptores hasta propiciar lamentables atrofias en sus representaciones simbólicas.

Opino que las estructuras con que opera nuestra comunicación social no son eficaces porque no se integran y discurren de un modo paralelo a través de dos líneas que lejos de complementarse, pareciera que se ignoran.

Opino que las estructuras con que opera nuestra comunicación social no son eficaces porque no se integran y discurren de un modo paralelo a través de dos líneas que lejos de complementarse, pareciera que se ignoran. La mayor parte de las plataformas de perfil reflexivo se enfocan hacia públicos reducidos, casi cenáculos gremiales o de especialistas, con circulación minoritaria y en los últimos tiempos, solo en formatos digitales. Son estos los que en su mayoría se subordinan al Ministerio de Cultura y organizaciones de creadores y profesionales de las ciencias sociales. Por otra parte, los medios que pudiéramos llamar informativos, o masivos, los que consume la mayoría, además de las plataformas digitales cuentan con el ejemplar físico. El énfasis en lo noticioso es evidente, y se rigen por las prioridades que establece la línea informativa del Partido Comunista de Cuba (PCC). Pero ese no sería un problema si la estructura de esos medios se hiciera más osmótica con la reflexión proveniente de los que conocemos como culturales. En los últimos tiempos he visto aproximaciones en ese sentido (cito solo Granma y Cubadebate) y su saldo me parece muy beneficioso.

Sería fatal que nos faltaran palabras y hechos para no hipotecar nuestro rico patrimonio simbólico, patriótico y justiciero. Nos toca modificar esencias en la emisión de mensajes. El difícil pulseo con el incipiente pero pujante sector privado (que erróneamente a veces suponemos exclusivo para la economía) tiene que darse con el llamado a filas a toda la inteligencia del país, y además con la amplificación del prestigio de la voz pública institucional. Lo pragmático no puede engullir, digerir y convertir en desechos nuestra espiritualidad, forjada a sangre y sueños desde el mismo momento en que tuvimos conciencia como nación.

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