Gonzalito Rubalcaba (Julio Gonzalo González Fonseca) cumplió 60 años de edad en 2023. Nació un 27 de mayo, durante una época en que despegaba la fiebre de la Beatlemanía en Europa.

Conocí a Gonzalito en la Escuela Nacional de Arte (ENA), cuando se comentaba que era un prospecto y se le veía despegado del pelotón. Había hecho apariciones de suplencia en la Orquesta Aragón y ya sonaba y tronaba entre sus pariguales.

Desde los 14 años, en 1977, va tocando el piano en diversas agrupaciones. En 1978 funda su propio grupo y acompaña a cantantes solistas como Beatriz Márquez, con la cual asistió en 1980 al Festival Internacional de Buga (Colombia), donde ganó el primer premio de orquestación.

Gonzalito Rubalcaba en La Habana junto a su padre, Gonzalo Rubalcaba (derecha) y Tata Güines (centro). Imágenes: Cortesía del autor

En el contexto de esta primera etapa de formación creó en 1978 su propio grupo, Proyecto, en el cual se desempeñó como baterista, pianista, compositor y arreglista hasta finales de los años ochenta, cuando consolidó su carrera internacional como solista. En las primeras ediciones del festival Jazz Plaza de La Habana llamó mucho la atención con sus solos de piano, su rica improvisación y derroche rítmico. Creaciones de esos años son “Nueva cubana”, “Pisando el césped”, “Pergamín”, “Rapsodia española”, recogidas en sus discos LP (long play o de larga duración) La nueva cubana (1984) y Concatenación I  y Concatenación II (1986).

En el Festival Jazz Plaza 1985 impresionó al gran trompetista estadounidense Dizzy Gillespie. En ese encuentro grabaron juntos el LP Gillespie en vivo con Gonzalo Rubalcaba. Ese mismo año firmó contrato con la disquera alemana Messidor, para la que grabó los discos Gonzalo Rubalcaba (1986), Live in Havana (1986), Mi gran pasión (1987) y Giraldilla (1989).

Antes de concluir los años ochenta había conquistado los premios Egrem (1986 y 1987), fue galardonado en el Festival Benny Moré 1987 y se granjeó además un amplio reconocimiento internacional por sus discos y durante sus giras por Japón, Canadá, Brasil, Grecia, España y otros países. En 1987 grabó con la Orquesta Sinfónica Nacional cubana el disco Concierto negro, su primera incursión en la música sinfónica aunque sin abandonar el latin jazz, donde combinó elementos yorubas con música cubana y otros géneros. Al año siguiente redujo su grupo a cinco integrantes y enriqueció su labor con medios computarizados. En esta línea, una de sus primeras partituras fue la concebida para el filme Cartas del parque, de Tomás Gutiérrez Alea.

En esa década desarrolló una técnica de corrimiento de patrones rítmicos y armónicos, relacionados con el guajeo (tumbao).

Desde 1992 fijó su residencia en República Dominicana, incrementando desde entonces sus giras internacionales y sus grabaciones discográficas. Para el sello Blue Note ha grabado más de diez discos, entre ellos Discovery (1990), The Blessing (1991), Suite 4 y 20 (1992), Live in the USA (1994-96), Antiguo (1997), The Trío (1998) y Supernova (2002), varios de ellos nominados al Grammy. Con el disco Supernova obtuvo el Grammy Latino 2002 y en el 2006 obtuvo nuevamente ese galardón con el disco titulado Solo. En estos últimos años ha continuado sus presentaciones junto a su trío y con otras importantes figuras y agrupaciones de salsa, jazz y otros géneros. Ha participado en discos de Isaac Delgado, Juan Luis Guerra (Bachata rosa), Francisco Céspedes (Con permiso de Bola) y Charlie Haden (Nocturno).

Durante esa visita a Cuba, en compañía de su papá y Omara Portuondo.

De su última visita a Cuba tomo una serie de declaraciones que van a resultar de mucho interés en el mundo del jazz, ahora que se va a celebrar la 39 edición del Festival Internacional Jazz Plaza.

—Gonzalito, tu padre sentía mucho placer en contar que en uno de los conservatorios de La Habana te negaron la inscripción por falta de ritmo…

—(Gonzalito sonríe maliciosamente). Pues bien, mi papá le dijo a la profesora que él me pondría a tocar un tumbao cubano y le pidió que después ella lo hiciera como yo.

¿Y qué dijo la profesora?

—Ella le contestó: “Deje eso” y, la frase quedó para la historia: “Deje eso”. (risas y carcajadas).

Pasemos a cosas más edificantes. Recordemos aquel histórico encuentro tuyo con Dizzy Gillespie (1917-1993) cuando tenías 22 años…

—Eso fue en 1985, durante una visita suya al Festival Internacional de Jazz. Yo apenas sabía hablar inglés. En ese año también participó el saxofonista alto Richie Cole (1948-2020). Dizzy me escuchó y quedó sorprendido. Él declaró: “es uno de los mejores pianistas prospectos que he escuchado en muchos años”. Unos días más tarde ofrecí un concierto junto a Dizzy que fue grabado y editado como disco LP. Cuenta Dizzy que más adelante el contrabajista Charlie Haden le manifestó que hacía mucho tiempo que no se encontraba con un músico con esas cualidades. Haden me consideró como la gran aparición inesperada en el universo del jazz. Aquella fue una gran experiencia de la que aprendí mucho. Dizzy era un músico con un pensamiento muy abierto hacia América Latina. En su banda tenía latinos: Sindo, Paco, Geovanni Hidalgo. Él pensaba que era importante fundirse con nuestro continente.

Cuenta Dizzy que más adelante el contrabajista Charlie Haden le manifestó que hacía mucho tiempo que no se encontraba con un músico con esas cualidades. Haden me consideró como la gran aparición inesperada en el universo del jazz.

—¿Después de aquel encuentro mágico qué pasó?

—A partir de aquel descubrimiento se abrieron todos los caminos: comencé la saga internacional y me invitaron al Festival Mar del Norte en Países Bajos, desde donde seguí camino hacia Londres para asistir al Festival de Grupos Cubanos de Jazz Latino en el Ronnie Scott Club, y de allí al Club Paraíso en Ámsterdam, a Montmartre, a Copenhague, al Festival Spinks Amberes. Fui a la Jornada de la Cultura Cubana en España, al Monte Fuji de Japón, me presenté en el Lincoln Center de Nueva York. Viajé por toda Europa y pude presentarme ante figuras de calado como Gato Barbieri, Michel Camilo, Astrid Gilbert, Al Dimeola, Ray Barreto, Tania María, Irakere, Tete Monteliu, Charlie Haden, John Patitucci, Ron Carter, Dizzy Gillespie y muchos otros. Firmas como la Blue Note, EMI, Toshiba y GKM organizaron sus conciertos internacionales.

—¿A partir de entonces cómo fue tu disciplina musical?

—Unas siete horas de estudio continuo; busco solidez técnica, siempre sobre la base de muchos proyectos.

—¿Desde muy joven te encontraste con muchas barreras estéticas?

—Barreras de géneros, estilos, idiomas musicales. No nos olvidemos que procedo de una familia de música popular, después llega la academia ortodoxa. Desde lo escolar escrito a lo más espontáneo (lo bailable). Finalmente apareció la libertad del mundo del jazz, el marco se fue ampliando. Yo fui explorando conceptos, decidiendo mi camino a mi manera. Hasta de las contradicciones aprendí. Nunca he sido prisionero de lo estético; partí de las bases de mi cultura.

“Yo fui explorando conceptos, decidiendo mi camino a mi manera. Hasta de las contradicciones aprendí. Nunca he sido prisionero de lo estético; partí de las bases de mi cultura”.

—Vamos a los inicios en tu familia musical…

—Empecé estudiando la batería, algo que siempre me ayudó en el piano percutivo. En mi casa encontrabas todo tipo de instrumentos de percusión: tambores, pailas, bongós, y al danzonero y mambero Antonio Arcaño hablando, analizando y comentando. Recuerdo a Tata Güines; Rafael Lay, Enrique Jorrín, Pedro Izquierdo, “Pello el Afrokán”, Frank Emilio, Felipe Dulzaides, Ñico Saquito, Joseíto González… Aquello te permeaba, te impregnaba. Por pura casualidad, el destino cambió mi instrumento pues mi mamá me sedujo. He vivido una escuela paralela, no exenta de dificultades. Teresa Valiente me hizo ver al piano de otra manera. Era una bella y talentosa pedagoga. Nunca desistí de la percusión. Roberto Concepción me influyó mucho en la percusión, me dio otra herramienta para hacer música. Hay que aprender a escuchar.  

—Parece que tu mamá influyó mucho en tu formación…

—Cuando terminé en el Conservatorio Amadeo Roldán quise liberarme, hacer un grupo musical, y mi mamá me dijo: “No has terminado, ahora viene lo gordo, viene el Instituto Superior de Arte (ISA)”. Me puse en estudio composición con Roberto Valera y Carlos Fariñas. El rigor me invadió. Fíjate que siento terror cuando no estudio, tengo complejo de culpa, alma de jesuita… Siempre he luchado por el mejoramiento. Mi vida es una larga carrera. El jazz tiene mucho de bohemia espontánea pero detrás hay mucho estudio, constancia, preparación.

A diferencia de muchos músicos del rock y el jazz que se malograron con las adicciones, tú siempre fuiste muy inteligente y ordenado. ¿Cómo es ese ritual?

—Me levanto a las 8 de la mañana, desayuno, disfruto ese ritual ya que planifico todo lo que voy a hacer en el día. Hay que saber cómo levantarse. Escribo, leo, reviso mucho. Ensayo de 9 de la mañana a 1 de la tarde. Almuerzo y, a las 2 de la tarde compongo música. De 6 a 7 de la tarde hago deporte para mantenerme en forma: Mente sana en cuerpo sano. Tenemos que echar a andar la mente. La disciplina me permite la conciencia. Bajo ningún concepto nadie podía cambiar mi orientación mental. Es un largo entrenamiento de preparación física y psicológica. No hay fallo. Como decía Carlos Fariñas: “La musa existe, pero con el trabajo ahí”.

“Siempre he luchado por el mejoramiento. Mi vida es una larga carrera. El jazz tiene mucho de bohemia espontánea pero detrás hay mucho estudio, constancia, preparación”.

—¿Vives un poco aislado?

—Sí, vivimos aislados, pero con goce que disfruto junto a mi familia. La soledad ayuda a la concentración y al pensamiento. Tengo todo lo necesario en mi vida.  

¿Trabajas sin parar el año entero?

—Entre colaboraciones, invitaciones y conciertos, durante el año llego a participar en unas doscientas actividades.

—¿Has tenido muchas transformaciones en los Estados Unidos?

—En Estados Unidos transformé los códigos de jazz. Hice cambios para que todo fuera distinto, busqué la calidad del sonido, el uso integral del instrumento, el manejo de la dinámica, el balance del sonido, que no se perdiera la calidad musical. Me acerqué a la composición, la forma, la estructura musical, empecé a reflexionar. Pienso que el virtuosismo no está vinculado a la velocidad, al “notismo”, a querer tocar miles de notas, con mucha rapidez. Lo importante es la expresión espontánea, natural, imaginativa. Es muy importante la sorpresa y la aventura musical. Ese enfoque me cambió mis conceptos futuros.

—¿Te concentras mucho?

—Toco con ensimismamiento, con conocimiento de causa, con un concepto de experimentación y búsqueda. Paseo las notas como buscando un nuevo camino, con personalidad intuitiva y una total abstracción.

“Vamos a darnos entre todos un abrazo de hermanos. Hay que establecer un orden de comunión (…) y aprender de las diferencias. Debemos aprender a escuchar. La música es una forma de unirnos”.

—¿A qué conclusiones llegaste?

—Comencé a entender el motor métrico, la dicción, la medida. Me di cuenta que tenía que conocer el idioma y toqué con dos idiomas. Había que abrirse a todo. La juventud, la edad era importante pero el entrenamiento era decisivo. Siempre se busca la perfección cuando sabemos que en música no hay nada perfecto. Tengo la tesis de que lo importante es el resultado.

—¿Piensas en la fusión de músicas?

—La fusión es la bandera, la fusión de todos estos siglos. Todos somos un tributo a lo andado, a todos esos años de tradiciones y experiencias.

—Hablando de fusiones, eres uno de los iniciadores de aquellos experimentos del Todo Estrellas comandado por José Luis Cortés…

—Esa es una etapa que hay que contar y que muchos desconocen. Aquello fue el inicio de una verdadera revolución musical. Ahí estaba también Isaac Delgado. Yo tenía amistad con Isaac Delgado, con quien hice cosas en la música bailable, en el inicio de su primera banda.

—En todos estos años, ¿a qué conclusión has llegado?

—Lo cubano lo llevo dentro, en todo. Es triste que se pierda la conexión y el abrazo. Vamos a darnos entre todos un abrazo de hermanos. Hay que establecer un orden de comunión, buscar lo común entre todos y aprender de las diferencias. Debemos aprender a escuchar. La música es una forma de unirnos. Cuando hablas de lo cubano, soy el cubano que soy. De lejos se ve lo que no ves de cerca, como decía Alejo Carpentier. No soy parte de esta realidad, pero no renuncio a ser cubano. Mi primer grito lo di en un hospital cubano. Hasta mis 26 años estuve en Cuba. Reconozco de Cuba sus olores, lo reconozco todo. Donde quiera que vayas te ven como un cubano. Hasta en Serbia, a miles de millas de aquí, se dan cuenta que soy cubano, eso no lo puedo evadir. Hay gradaciones de cubanos, no tengo nada que ver con la guayabera. Pero el público toma participación en lo tuyo. Cuba es muy respetada en todas partes, es asombroso.