La muerte el pasado 27 de febrero del prestigioso artista del maquillaje Antonio (Tony) Cañas ha llenado de dolor a la familia del ballet cubano. Lo conocí desde el momento mismo de mi ingreso en las filas del Ballet Nacional de Cuba (BNC) en febrero de 1970 y a partir de entonces tuve el privilegio de su amistad, forjada en la mutua admiración por Alicia Alonso, como artista y ser humano.

Poseía él una rica trayectoria en los medios teatrales, donde inició su carrera profesional en 1961 y que se hizo extensiva a las más prestigiosas compañías cubanas de teatro dramático y musical, así como a la ópera y la danza contemporánea. Al pasar a formar parte de staff técnico del Ballet Nacional de Cuba, en 1964, se convirtió en una figura imprescindible en el quehacer escénico de la compañía, de manera particular como artífice del maquillaje.

“Su particular trabajo con Alicia Alonso y el resto de las primeras figuras del elenco, no le impidió extender su magisterio y ricas experiencias a los noveles miembros del cuerpo de baile y a los alumnos en forja en la Escuela Nacional de Ballet”.

Su particular trabajo con Alicia Alonso y el resto de las primeras figuras del elenco, no le impidió extender su magisterio y ricas experiencias a los noveles miembros del cuerpo de baile y a los alumnos en forja en la Escuela Nacional de Ballet.

Durante más de medio siglo de cercanía fui testigo de sus maravillosas caracterizaciones, que le ganaron la admiración de intérpretes y públicos en los numerosos países que visitó con el BNC.

Pero hay una faceta de su trabajo magistral poco divulgada en virtud de la gran modestia que lo definió y que no apareció reconocida nunca en los créditos de los programas. Me refiero a sus diseños de adornos y tocados de cabeza y a la riqueza de su trabajo en los peinados y caracterizaciones.

Sus maravillosas caracterizaciones le ganaron la admiración de intérpretes y públicos en los numerosos países que visitó con el BNC.

Pocos saben cómo en las duras etapas de escaseces de materiales, su imaginativa mente y sus manos prodigiosas convirtieron alambres, materiales de desecho y envases industriales en fascinantes coronas, collares, aretes y las más diversas piezas de la bisutería necesarias para cada puesta en escena, lo mismo de un ballet de la gran tradición romántico clásica del siglo XIX, que de las de mayor contemporaneidad.

Él tuvo la dualidad privilegiada de ser, a la vez, maestro y ejecutante, y todo ello con la mayor modestia. Durante muchos años lo vi ganar honores en múltiples eventos que compartimos como los Cuballet, la Cátedra de Danza que llevó el nombre de Alicia Alonso en la Universidad Complutense de Madrid durante el periodo de 1993 a 2003, en los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana o en los Encuentros Internacionales de Academias para la Enseñanza del Ballet celebrados en nuestro país. Siempre estaba dispuesto a enseñar y a compartir experiencias, lo mismo con una figura consagrada que con un principiante.

“Luz en tu viaje final, admirado y fiel Tonín”.

Aunque estaba jubilado desde hace algunos años nunca perdió su gran sentido de pertenencia al BNC y fue fiel guardián y defensor del legado dejado por Alicia y Fernando Alonso.

Hace pocos días, a pesar de quebrantada salud, no dejó de preguntarme por el quehacer de la compañía y celebrar la noticia de que yo había entregado a una casa editorial tres nuevos libros sobre Alicia y el ballet cubano. “Esa rica historia hay que preservarla y ese mérito te corresponde”, me dijo con su voz casi jadeante. Luz en tu viaje final, admirado y fiel Tonín.