Cuando en 2015 visité con Ana y Osmany el Key West-Cayo Hueso nostálgico y floridano, desde su casa en Filadelfia Enrique Sacerio Garí nos estuvo monitoreando por el celular, como guía experto en esos “lares múltiples”, marcando al detalle nuestro recorrido a manera de mapa callejero recreado en sitios precisos que cita en su novela El mercado de la memoria [1]: “Iba por la Ruta US1 que cambia de nombre de Roosevelt Boulevard y luego se transforma en la Avenida Truman […] después de cruzar la sorprendente esquina donde se enfrentan las calles Dwight Eisenhower y José Martí […] Eran los años de intensos huracanes, gigantes que saben unir las islas a los continentes como aquel octubre de 1846 cuando Cayo Hueso perdió sus faros y se destaparon las tumbas del cementerio [2] […] Desde el nuevo faro en la calle Whitehead o desde la vecina casa de Hemingway o desde el nuevo cementerio en Solares Hill el punto más alto del Cayo…” [3]. O nos solaza con indiscutibles asociaciones: “El Hotel Nacional de La Habana, The Breakers en Palm Beach y Casa marina de Cayo Hueso forman un rico triángulo arquitectónico en la historia de Cuba y la Florida” [4].
Rematando este recorrido llegamos al Instituto San Carlos, fundando hace más de siglo y medio por exiliados cubanos, epicentro de la novela y representado en la cubierta de su agradecida edición villaclareña de este 2025. Llegamos allí después de haber estado en otros hitos de esa retroalimentación sesquicentenaria entre el Cayo y la Isla como son la enorme boya que marca el punto más cercano entre ambas orillas; el hemingweyano Sloppy Joe’s como réplica de su original habanero: “see our specialty drink list…” (“mira la lista de nuestros tragos especiales…”); o el cementerio que invita a recorrerlo como un pueblito con lápidas con cadencia caribeña, cuyo residente más conocido es Sloopy Joe Russell quien fuera amigo de Hemingway, su guía de pesquerías y famoso barman, feliz ¿coincidencia?…

Aunque ya le habíamos publicado en La Gaceta de Cuba en los tempranos noventa, intercambiado correos y con amigos comunes, a Enrique lo conocí personalmente en 2002 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dedicada a Cuba. El recordado Ambrosio Fornet había coordinado varios paneles de autores cubanos que representaban lo que se ha dado en llamar “literatura de la diáspora” cubana. Entre otros, recuerdo junto a él en esas mesas a mi muy querida Achy Obejas, al amigo y antiguo condiscípulo Jesús J. Barquet, a Roberto G. Fernández, a Román de la Campa, entre varios escritores de valía. A partir de entonces se consolidó una amistad que ha crecido, y que pasa por su casa con Diana o por la mía con Gisela; su amistad con José Juan Arrom, Pocho, Lola y Julio, Gerardo, Carlos, Nicolasito; o las afinidades con el béisbol —incluyendo acompañarlo al estadio de sus Phillies—, pasión que lo persigue desde su temprana infancia saguera, ya por entonces fiel seguidor de la pelota y quien aún conserva como fanático que fue del Club Almendares el carnet de sus primeros años, firmado por su ilustre coterráneo Conrado Marrero. Al conocerlo en estos y sucesivos episodios pude dar fe de que en su persona fraternizamos con un cubano de todas las horas.
“Sacerio, en pasajes de su novela, evoca acontecimientos deportivos asociados con la idiosincrasia del exiliado y el aficionado, como el registro de la gran jugada del matancero Edmundo Sandy Amorós en la Serie Mundial de 1955”.
Por esto último es natural que la pelota se registre en la novela de Sacerio, con pasajes del béisbol en los que me detengo por lo que comenta la profesora Clara Caballero —biznieta del patriota Juan Gualberto Gómez—, a propósito de este relato: “La cultura culinaria y deportiva cubana en el argot popular recreado en poesía y novela le dan un tinte costumbrista a su obra con su siempre buchito de café, o la historia del tamarindo, los mameyes, el mango, el arroz blanco con picadillo o sopa de quimbombó; también utilizando el lenguaje beisbolero para describir situaciones…” [5].
En la colección Ulán, evocación de otro Enrique y sagüero —Labrador Ruíz, consagrado autor de “Conejito Ulán”—, apareció la segunda impresión y primera en Cuba de El mercado de la memoria, con cambios puntuales para la presente redición. La anterior había sido en España en el 2016 por Ediciones Endymion. Durante las Jornadas de la Cultura Cubana celebradas el pasado octubre, hubo presentaciones de la misma a sala llena en la sede de la Uneac de Santa Clara y en el museo de la música de su ciudad natal. El amigo y cordial anfitrión que es Ricardo Riverón, así reseñó este nuevo viaje a la semilla en el contexto de ese suceso editorial: “[…] llegó Enrique a Santa Clara como si no hubiera llegado nadie: sereno y sencillo, bromista y amable; llegó como quien nunca llega a ningún sitio porque como él mismo dice en su libro Para llegar a La Habana, ‘siempre está saliendo de Sagüa’. Solo que esta vez no salió, sino que volvió al amado terruño, y en él seguirá porque forma parte de su memoria lírica” [6].
Sacerio, en pasajes de su novela, evoca acontecimientos deportivos asociados con la idiosincrasia del exiliado y el aficionado, como el registro de la gran jugada del matancero Edmundo Sandy Amorós en la Serie Mundial de 1955:
El día de Navidad, Mr. Jack se apareció en la puerta de atrás, con una gorra de los Dodgers de Brooklyn muy bien colocada en la cabeza. Andrés dijo “fifty-five, Amorós, doubleplay” y Mr. Jack, aplaudiendo, respondió “Dodgerswin” y, haciendo la señal de out, añadió “Yankees go home” [7].
Con las influencias propias de alguien radicado desde su adolescencia en Estados Unidos, sin dejar de ser un fiel hijo de la Villa del Undoso, se pueden leer en estas páginas fragmentos cuyos sextantes beisboleros se agitan entre el norte y el sur:
En aquel sitio rememoró la discusión con Helen sobre la política y la pelota. El tema ilustraba el contraste de las relaciones políticas cubanas con Canadá y Estados Unidos. Canadá respetaba la soberanía de Cuba mientras que Estados Unidos se proponía destruir la Revolución y nunca había respetado su independencia. Sin embargo, en cuanto a las relaciones culturales, los pensadores de la independencia, la música… y la pelota, ni hablar, Cuba se compenetraba con Estados Unidos.
Había más tradición compartida. Y entonces Helen le recalcó que no era justo disertar sobre un país como Canadá sin antes conocerlo, que ella sabía que en una de las islas de Toronto se había eternizado un momento beisbolero. Cerca de donde ahora existe un pequeño aeropuerto hubo un estadio a principios del siglo XX donde Babe Ruth conectó el primer jonrón de su carrera profesional. En esos años Ruth jugaba en la liga AAA para un equipo de Providence. Sonó el batazo y la pelota fue a parar al agua. En la bicicleta había pasado por quinta vez cerca de la placa que conmemoraba el jonrón del Bambino. Después recordó que se había quedado mirando hacia el agua, tratando de imaginarse dónde había caído la pelota que haría multimillonario a quien la encontrara [8].
O recordando la visita de hacía años realizada a la Isla por uno de sus personajes:
Anoche La Habana estuvo desierta. No se veía un alma por La Rampa ni por Paseo. El pueblo se reunió ante los televisores y las pantallas gigantes para ver el juego entre Cuba y Japón, entre los macheteros y los samuráis. Los triunfos de Cuba exaltaban las emociones durante la serie, aunque perdió el campeonato. Los peloteros cubanos defendieron sus diamantes hasta el último inning, pero no había brazo que aguantara a Íchiro. A algunos se les veía en los ojos el brillo del deseo de ser joyas de las grandes ligas. […] En el Parque Central saltaron por cada hit, por los dos jonrones, y la estatua de Martí parecía advertir con el dedo que con Cuba hay que jugar en serio… o que con Cuba no se juega. Fue la culminación de una serie magnífica: dos equipos de acero, respetuosos, que no le tienen miedo a la alegoría geométrica del béisbol [9].
En la página 239 y penúltima, a manera de epílogo, reitera sus añoranzas deportivas: “Nadie ha logrado encontrar la pelota del jonrón de Babe Ruth en las aguas de Toronto…—¿Qué te parece?”
Entre esos “otros yo”, ya iluminados por Rimbaud, está en primer lugar el Enrique exiliado, desgarrado, que emerge del yo ciudadano, del yo hijo o padre, del escritor o del simple mortal, trasvasado desde el inicio de su primera juventud a un paraje extraño, sin mapa ni guía / como hilo de agua / de las sierras cubanas (“Para llegar a La Habana”). Título que da nombre a una amplia antología de su poética [10], y de cuyo prólogo tomamos todos los versos aquí citados.

Ese “otro uno” de Sacerio, ese su universo, se desarrolla a lo largo de las páginas de toda su escritura, que se consagra en esta novela que retomamos desde sus versos, anclada en el clásico aserto de que nada humano le es ajeno. Se acompaña con los silencios, / las cenizas / de la historia / dando vueltas (“Contorno”). No obstante sus diferentes lecturas, se puede repetir lo mismo que escribí en su momento para su poesía, este es un libro auto-referencial, y esa cualidad, junto a la voluntad intelectual y espiritual de “ser tomado en serio” como reclamaba esa otra influencia que es Cintio Vitier, más allá de ambiciones esteticistas, calan los presupuestos generales del autor; de ahí que para él sea válido todo lo que lo hace deudor impenitente de sus orígenes y de su época, desde la primera villa del Undoso, rodeada de asentamientos madereros, hasta la Filadelfia de hoy, tan norteamericana y a su vez tan asociada a ilustres cubanos de los pasados siglos.
“(…) la verdadera protagonista del drama es la memoria. Es ella quien sostiene consigo misma, y con cada uno de los sujetos líricos, un mono diálogo que intenta rescatar, al conjuro de los mitos nacionales y familiares”.
Esas vueltas a La Habana, a Sagua, a su patria, nacen de esos encuentros y reencuentros, nostalgia y presente, pasado y nuevas experiencias, literatura y realidad…, como lo plasma sobre todo en su poesía, del azar / marino y celeste / que nos dispersa / y nos une. Y esa es la viga maestra de esta narrativa que dialoga con el poeta, que parte de ese desarraigo, donde volver es regresar al terruño, a la patria-nación, al yo interior, a los sabores y olores de la infancia y la añoranza… y en los largos manteles / se anclan postres / de todos los colores: / coco rallao, cascos de guayaba, / naranjas y toronjas peladas, / natillas y buñuelos, / señoritas con sus nuevos napoleones, / papayas, mameyes, hicacos sangrientos… (“Escena 93”). Sentimientos que se replican por lo criollo en su vocación desde la academia, la familia, la escritura, y su sempiterna afición al deporte patrimonio de la nación.
Como bien diseccionan estos sentimientos a la vez armónicos y contradictorios de los encuentros, el estudioso de la diáspora —llámese exilio o emigración— literaria cubana, Ambrosio Fornet, “la verdadera protagonista del drama es la memoria. Es ella quien sostiene consigo misma, y con cada uno de los sujetos líricos, un mono diálogo que intenta rescatar, al conjuro de los mitos nacionales y familiares” [11]. El escritor que nos convoca, con esa honestidad vertical que le he conocido, con ese amor a su origen múltiple y uno, nos hace partícipes de su verdad, que no es la única ni total, pero sí entrañable y auténtica, cuando nos conmina: por los frutos sin máscaras / con los fieles azules del ozono […] Vislumbremos dos patrias / como una / las dos manos / de Martí… / Cuba / y la noche / de los poetas (“Lares múltiples”).
Ese “sentido intuitivo e integrador” de travesías y asombros, (palabras que están en el centro de su historia personal, la de su país, y la de nuestra época), es el parteaguas del siglo que vivimos, gozamos, sufrimos, y donde se encuentra la dimensión esencial y expresiva del quehacer intelectual de quien desde su voz más íntima, más allá de cualquier exégesis, de urgencias y sedimentos, reclama, con pasión crítica, el ser tomado en serio en su tesonera cubanía de un eterno regreso. En esa lectura descubrimos como un tópico evidente la esquina beisbolera de El mercado de la memoria de Enrique Sacerio Garí.
Parafraseando a nuestro admirado Mark Twain, a Enrique me gustaría definirlo como “un criollo de Sagua en el norte del Tío Sam”.
Notas:
[1] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria (Segunda edición. Editorial Capiro, Santa Clara, Cuba, 2025).
[2] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria Ob. Cit. p. 13.
[3] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria. Ob. Cit. p. 14.
[4] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria. Ob. Cit. p. 51-52.
[5] Clara Caballero, disponible en:
[6] Ricardo Riverón. “Para no salir de Sagua” (Revista digital La Jiribilla, 20 de octubre de 2025).
[7] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria. ob. Cit. p., 62-63.
[8] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria. Ob. Cit. p. 108.
[9] Enrique Sacerio-Garí. El mercado de la memoria. Ob. Cit. p. 187.
[10] Norberto Codina. “Motivos y regresos de Enrique”. (Prólogo a la antología Para llegar a La Habana y otros poemas, Bartleby Editores, Madrid, España, 2013). pp. 9-24.
[11] Ambrosio Fornet. “El discurso de la nostalgia” (La Gaceta de Cuba, julio-agosto, 1995), p. 32-33.

