La expulsión del poder del presidente dictador Gerardo Machado el 12 de agosto de 1933, aquietó solo un poco los ánimos del pueblo. La situación política creada a partir de entonces tampoco satisfizo las aspiraciones de la ciudadanía y se sucedieron varios gobiernos de muy frágil y breve sobrevivencia. En el panorama nacional irrumpió entonces —septiembre de 1933— con fuerza cada vez más creciente la figura del sargento devenido coronel Fulgencio Batista; tuvieron lugar alzamientos militares terminados en mortíferas balaceras, la represión y el asesinato no amenguaron y el movimiento obrero siguió con una férrea bota sobre sus espaldas.

La economía anda al garete y el embajador norteamericano ocupa un lugar de preeminencia. En enero de 1934 asume el poder “el gobierno de Batista-Caffery-Mendieta”, así denominado por tener como jefe del ejército y hombre fuerte a Batista, como ministro plenipotenciario norteamericano en La Habana a Jefferson Caffery, y al médico y coronel del Ejército Libertador Carlos Mendieta como “presidente”.

Pero al tiempo que esto sucede, se fragua poco a poco una insurrección popular que tiene su expresión mayor en la huelga general decretada en marzo de 1935, la cual resulta fallida y condena a sus líderes a la clandestinidad o el destierro.

Suena mucho, y mucho preocupa en los oídos de las autoridades, una organización, La Joven Cuba, creada en 1934 y liderada por el doctor Antonio Guiteras, cuya presencia en el gabinete presidencial del doctor Ramón Grau San Martín durante el llamado Gobierno de los Cien Días —entre el 10 de septiembre de 1933 y el 15 de enero de 1934— ha sido decisiva para la aprobación de leyes de amplio respaldo popular.

Guiteras es audaz, remueve las conciencias, es de perfil antimperialista y su desempeño político revela simpatías con la izquierda.

En el seno del comité ejecutivo de La Joven Cuba se discute y aprueba como recurso revolucionario para allegar fondos con destino a una insurrección, el secuestro de un millonario por el cual pedir un buen rescate, y aflora entonces el nombre de Eutimio Falla Bonet. La cifra se fija en 300 000 pesos, que son una fortuna y habrán de utilizarse para el adiestramiento y la adquisición de armas en México.

“Todo ocurre con rapidez y precisión, la oscuridad es cómplice de los captores”.

Eutimio ha nacido en 1905 en el antiguo ingenio Andreíta, propiedad de su padre, en Cruces, entonces provincia de Las Villas y hoy de Cienfuegos. Nació rico porque su padre Laureano Falla Gutiérrez, procedente de España, es dueño de ingenios y magnate grande de la industria azucarera. A la muerte de don Laureano sus cuatro hijos sobrevivientes, Eutimio el único varón, deciden no dividir el patrimonio heredado, sino crear la Sucesión de Laureano Falla Gutiérrez que conserva así su poderío financiero y con Eutimio se consolida todavía más. Eutimio, aclárese, es un brillante administrador y al mismo tiempo un culto filántropo, se conoce acerca de su afición por la genealogía, la historia y la arquitectura, su pasión por la restauración y su profundo catolicismo. No se le atribuye ninguna tropelía y tampoco median odios contra él. Sencillamente es un multimillonario que emprende obras caritativas y goza de simpatías en la high society.

Aprobada por La Joven Cuba la “candidatura” de Falla Bonet, se le sigue por varios días. Es de costumbres rutinarias, sencillas e invariables. Tiene su apartamento en el hotel Park View de las esquinas de Colón y Morro, y visita diariamente antes de anochecer a una hermana residente la calle Paseo esquina a 25. La operación se ejecuta sobre las nueve, el 3 de abril de 1935. Mientras el Packard lo conduce de regreso a su hogar, es seguido por un Ford que en la intersección de la calle 23 e Infanta se le adelanta e interpone. Con una pistola Colt 45 en su mano se ha bajado Olimpio Luna, militante de La Joven Cuba, y cuando el chófer del magnate pretende hacerle frente Falla le ordena obedecer.

Todo ocurre con rapidez y precisión, la oscuridad es cómplice de los captores. Otro militante de La Joven Cuba que viene en un segundo Ford se hace cargo del Packard y lo retira hacia un garaje para ocultarlo, mientras tanto Falla Bonet es trasladado a una vivienda alquilada. La operación ha cursado exitosamente. Al día siguiente, el 4 de abril, al mediodía, el rescate es entregado en la Plaza de Armas. Solo 16 horas ha estado retenido el millonario, quien declara haber sido tratado con suma cortesía por los captores.

“El paso siguiente previsto por La Joven Cuba era la salida del país de varios de sus líderes, que se realizaría por mar, desde el antiguo fuerte El Morrillo, en Matanzas (…)”.

Cuando los habaneros vinieron a enterarse ya todo había pasado, pero la noticia no dejó de ser sensacional y trascendió los límites nacionales, al menos hasta Norteamérica, España y Europa en general. La suma pagada muy poco afectó las arcas de don Eutimio y de La Joven Cuba se habló en todo el mundo, por lo que le representó un buen triunfo político.

Aunque los billetes entregados fueron previamente marcados se dice que solo 20 000 fueron recuperados, en el mercado norteamericano fueron canjeados con un margen pequeño de pérdida por esta razón y finalmente llegaron a México.

El paso siguiente previsto por La Joven Cuba era la salida del país de varios de sus líderes, que se realizaría por mar, desde el antiguo fuerte El Morrillo, en Matanzas, pero una traición delató estos planes y las fuerzas del ejército con abrumadora superioridad atacaron a los revolucionarios. Guiteras y el venezolano Carlos Aponte, de conocida trayectoria insurgente por haber militado en el Ejército de Hombres Libres del general Augusto César Sandino, murieron en la refriega.

Antonio Guiteras y Carlos Aponte murieron asesinados en El Morrillo, Matanzas.

El golpe fue letal para La Joven Cuba, que perdió a su indiscutible conductor. También lo fue para el movimiento revolucionario insurreccional que se preparaba en el exterior. En cuanto a don Eutimio Falla Bonet, pudo seguir reuniendo cantidades de seis cifras y de su bolsillo asumió cuando menos dos obras de restauración que le valieron nacional reconocimiento y aplauso: la de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen en Santa Clara y la de la Iglesia Parroquial Mayor de San Juan de los Remedios, también en la provincia de Villa Clara, cuyos altares ordenó enchapar en oro, convirtiendo este templo en uno de los más ricos y vistosos de Cuba.

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