Una revista como acto de resistencia: Conjunto 197 contra la COVID

Norge Espinosa Mendoza
28/12/2020

Aprovecharé que esa guerrillera del teatro que es la colombiana Patricia Ariza culmina con esta palabra su mensaje, en la edición 197 de la revista Conjunto que me ha pedido presentar el Departamento de Teatro de la Casa de las Américas, para tratar de definir con ese vocablo al año que se termina: el 2020 ha sido un año del carajo. Pérdidas, pandemia, desastres naturales, tensiones políticas de todo orden, caos, silencio y confinamiento. De todo eso se cubrió el calendario, mientras para colmo despedíamos hacia la muerte a numerosas figuras del teatro, el cine, la literatura y demás expresiones artísticas, en una secuencia que parecía confirmar que se acercaba el fin del mundo. Por suerte, no ha sido así, y entre los breves respiros que el año cabalístico nos dejaba, también pudimos hallar nuevas estrategias, o desempolvar otras no tan añejas, mediante las cuales seguíamos dando fe de vida. Incluso, en esa otra idea de la vida que es el teatro.

A principios de año, pude editar dos entregas del boletín Entretelones, que publica el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, dedicados a cómo desde la danza y el arte de la figura animada, se respondía desde diversos lugares del mundo a las duras leyes que nos trajo la COVID. El primero, concebido por Lázaro Manuel Benítez y Marilyn Garbey; y en el segundo unimos nuestros contactos Rubén Darío Salazar y yo mismo. Edité esos números desde CDMX. Y ahora, cuando el año al fin parece retirarse, presento esta revista, también en formato digital, en La Habana. Cuando el 2020 se esfume, los que lleguemos a ese 1 de enero del 2021 seremos sobrevivientes. Y que eso no nos confunda: aún nos queda una larga espera antes de que vuelva a establecerse una normalidad entre nosotros. Sólo espero que en ella al menos algunas de las lecciones aprendidas con rigor durante esos meses tan largos, nos ayuden a entendernos mejor y a proteger mucho más los gestos y palabras que mejor nos identifican.

Cuando el 2020 se esfume, los que lleguemos a ese 1ro. de enero del 2021 seremos sobrevivientes.
Fotos: Internet

 

El número que presento, gracias a la cortesía de Vivian Martínez Tabares, directora de la publicación, es una galería de voces: 27, que a través de 26 mensajes, exponen muchas de las interrogantes y alternativas que nos han asistido durante esta emergencia. “Teatro en resistencia”, “Memorias pandémicas por la supervivencia del teatro”, son los enlaces que nos llevan a esas líneas discontinuas en las que se recogen testimonios, vivencias, estremecimientos, de un amplio número de veteranos y figuras más jóvenes, que coinciden ante el espejo en el que vemos nuestro rostro tantas veces repetido en pantallas de zoom, en horas de streaming, lidiando con preservar una dosis de teatralidad en esas otras fórmulas de hacer con las que han respondido los que no han querido quedarse de brazos cruzados. Salas cerradas, tanto de teatro comercial como alternativo. Espacios reducidos que también han achicado las economías de la cultura. Imposibilidad de tocarnos, de sentir, como en una función teatral auténtica, la cercanía con esos desconocidos que han elegido una mañana, una tarde o una noche particular, para ser testigos y parte de eso que el profesor e investigador Jorge Dubatti, con quien comparto la presentación de esta Conjunto 197, ha denominado el convivio. Y creo es la primera vez que alguien que a lo largo de estas páginas viene a ser casi un personaje también presenta la revista, ya que no pocos de los que respondieron al llamado de la publicación, se acercan al término, y lo piensan desde muchas otras perspectivas.

Jorge Dubatti llama convivio a la reunión de artistas, técnicos y espectadores en una encrucijada territorial y temporal cotidiana (una sala, la calle, un bar, una casa, etc., en el tiempo presente), sin intermediación tecnológica que permita la sustracción territorial de los cuerpos en el encuentro.
 

A manera de repaso veloz, cruzaré sobre las líneas de estos mensajes. Desde Argentina, Ana Alvarado, reconocida desde los días en que fue parte del Periférico de Objetos, menciona puestas en escena, como El murmullo de las cosas, de la compañía Cuerpoequipaje, y nos advierte: “No estamos quietos, solo en intensa espera”. Desde Chile, el maestro Marco Antonio de la Parra trae al cuerpo de estos mensajes las referencias en las que otros hemos procurado posibles guías: Antonin Artaud y Albert Camus. Y discute acerca de la naturaleza del teatro online, con el cual han tratado de sobrevivir no pocas compañías. Desde su sabiduría, él opina: “El teatro virtual abrió su brecha, eso sí. No es un remplazo, pero no cabe duda que es una alternativa más en medio de las crecientes posibilidades de las artes escénicas. Y ahí está, haciéndonos escribir y pensar de otra manera. Así que seguimos haciéndolo. El teatro no muere”.

Desde Chile, el maestro Marco Antonio de la Parra sostiene que “el teatro virtual abrió su brecha, eso sí. No es un remplazo, pero no cabe duda que es una alternativa más en medio de las crecientes posibilidades de las artes escénicas..”.
 

Para que el teatro, en efecto, no muera, siguieron trabajando figuras como Rosario Vargas, desde el Aguijón Theater, de Chicago. En Colombia, el siempre agudo Cristóbal Peláez habla de la crisis social de su nación, del teatro como espejo intenso de esa crisis, y nos lega preguntas y espacios en blanco, para que también podamos responderle. La brasileña Rosyanne Trotta expone sus interrogantes acerca de la tensión entre el video y el teatro, alertándonos, entre otras cosas, acerca de cuán difusa se ha vuelto, en esta otra realidad, la noción del público. Un público que está del otro lado de la pantalla, que no es palpable, que puede levantarse en plena “representación” a hacer tareas domésticas o a responder el teléfono. Desde República Dominicana, Karina Noble nos convoca a desarrollar resiliencia, y en su largo mensaje, el colombiano Diego Fernando Montoya encadena numerosas provocaciones, que se añaden a esa incomodidad que para algunos sigue significando el teatro virtual. “El teatro no es solo un lugar de ideas, racional, lógico, es un lugar corporal, de ahí su erotismo”.

Verónica Falconí, desde el Ecuador, habla de la vulnerabilidad del sistema de salud de su país, de su oficio, de su propio cuerpo. En México, David Olguín nos hace notar que la pandemia también ha barrido con la manera en que solíamos desplegar rituales entrañables: nacimientos, bodas, muertes, funerales, en los que nos reconocíamos desde la alegría extrema o la más profunda tristeza, como seres humanos. Fabio Pérez, de Costa Rica, comenta desde su labor como coreógrafo, acerca de la necesidad de hacer sobrevivir a la danza, al circo, a tantas expresiones escénicas. Marco Antonio Rodrigues, brasileño, se pregunta si después de todo esto no habitaremos en una visión apocalíptica, al tiempo que cierra sus párrafos volviendo a exigir: ¡Fuera Bolsonaro! La paraguaya Natalia Santos reflexiona sobre las fórmulas de resistencia que pueden activarse mediante un mejor uso de las redes y plataformas de intercambio, como un medio de reinvención. Y el boliviano Kike Gorena apunta: “El teatro fue y será ante todo un acto de generosidad, un acto de desprendimiento, en el cual un grupo de personas decide entregar su vida sin que nadie se lo pida”.

Como dramaturga, la mexicana Silvia Peláez discute sobre la escritura teatral y el futuro del teatro. Y en eso se enlaza en varios puntos a lo que propone la boliviana Clauda Eid. El uruguayo Leonardo Flamia es quien introduce en este tejido de voces la discusión sobre el convivio, tal y como lo expone Dubatti, recordándonos que en el 2015, el propio estudioso había establecido el concepto de tecnovivio, más cercano a estas modalidades de virtualidad a la que han tenido que apelar creadores de tantas latitudes. Darío Lapaz, de Uruguay, persiste en este diálogo con los preceptos de Dubatti, y coincide con Flamia en que más que negar esa idea del convivio, se trata de reformularlo a tenor de tan estremecedora circunstancia.

El uruguayo Leonardo Flamia nos recuerda que, en 2015, Dubatti estableció el concepto de tecnovivio, que es lo opuesto al convivio y significa la cultura viviente desterritorializada por intermediación tecnológica.
 

Desde Cuba, Laura de la Uz comenta de qué manera se enfrentó a la creación de un unipersonal para ser transmitido de manera online. Laura frente a Laura le permitió expresar muchas cosas que esperaban su estallido, y de su enlace con el director Raúl Martín nace esa experiencia. A diferencia de otros creadores, a los cubanos nos resulta muy difícil crear campos de intercambio, que tengan además la duración de una puesta teatral incluso breve, a través del  internet. Es un asunto de tiempo, economía, y experiencias. Y eso lleva este debate a otras latitudes, como hace la peruana María Teresa Zúñiga al recordarnos que hay que persistir en el teatro más allá de las capitales, yéndonos a otros territorios, al tiempo que usando y rompiendo esa “cuarta pared virtual”.

Cerrando el bloque de estos mensajes, están Santiago Roldós, desde el Ecuador, también hablando del desvalijado sistema de salud de su país, pero narrando también cómo ha debido, en estos meses, entrenarse en tutoriales de edición de audio y video, para estar en contacto con las técnicas que le permitan no quedar inactivo. Carolina Vivio, de Colombia, dice de modo definitorio: “En tanto me sea posible, defenderé, aun si me tocara en cuevas, de manera secreta, la presencialidad del teatro”. Mexicana residente en Estados Unidos, Violeta Luna narra su peregrinar desde Europa, donde la sorprendió la pandemia, hasta su regreso a casa, documentando la experiencia que junto a otras mujeres vivió desde la danza en Islas Canarias. Augusto Casafranca es la voz aquí de Yuyachkani, el colectivo que bajo la guía de Miguel Rubio ha puesto en práctica otras lecciones de sobrevivencia, para ser en medio de este panorama, fiel a sí mismo: un espacio de transformación permanente. Osvaldo Doimeadiós, actor, director, humorista cubano, pone acá una nota que con ingenio aligera los tonos de algunas de las preguntas que el número contiene, sin atentar contra la seriedad genuina que las moviliza. Nos recuerda que el teatro es un juego colectivo. Ojalá no olvidemos nunca esa incitación. Los líderes de Guachipilín, Gonzalo Cuéllar y Zoa Meza, comentan desde Nicaragua cómo han debido repensar la relación con sus espectadores, niños que acuden en pos del retablo de títeres, y el empeño de seguir aplicando en su trabajo venidero las ventajas de la virtualidad. Y Patricia Ariza, a quien mencionaba al inicio de estas palabras, reafirma su voluntad de guerrear desde el teatro, en conjunción con otras mujeres, desde la calle, desde la sala, desde eventos y festivales. “No solamente estamos haciendo teatro, sino pensando el teatro desde su esencia”.

Osvaldo Doimeadiós, actor, director, humorista cubano nos recuerda que el teatro es un juego colectivo.
 

El número incluye cinco obras breves que han sido escritas y pensadas para el teatro que se ve en las pantallas, en esas funciones online que han reclamado adaptar y sintetizar puestas ya conocidas, o crear nuevas propuestas ante el espectador que, desde su casa, sigue reclamando la verdad del teatro. Es raro pensarse así, pero a estas alturas, yo mismo debo verme como estos autores convocados a esta circunstancia, al saber que en México el Foro Contigo América y el actor Miguel Angel Sanmen han presentado en formato virtual la pieza ¡Ay, mi amor!, que presenté en Cuba con Teatro El Público hace ya algunos años, a partir de las memorias del gran actor Adolfo Llauradó. Si el futuro del teatro incluye esas variables, habrá que escribir también para ese nuevo tipo de espectador. Todas las mutaciones son posibles, y eso confirman Odio la luz azul al oído, del argentino Braian Koblan; Live, del venezolano radicado en Brasil José Ramón Castillo; La bufanda, de la argentina Moira Mares; Diario de cuarenta o Las cosas que hago para no apagarme, de Natasha Zaiat y Balcones, del argentino Zurdo Molina. Voces, apuntes de diarios, personajes que se desdoblan en actores y autores, abuela y nieta detenidas en rituales de des/encuentros. La palabra recobra fuerza, reclama espacios diversos para seguir sosteniendo la fe en la comunicación que alienta al teatro.

No quiero cerrar este comentario al número, diseñado por la mano siempre eficaz de Pepe Menéndez, sin dejar de recomendar la entrevista que aparece en la sección Entreactos, en la cual Sergio Carvalho rinde tributo a Chéjov desde sus propias búsquedas. O sin alegrarme al ver que junto a otras publicaciones que también han comentado, en formato impreso o virtual, los ecos que la pandemia ha desencadenado como nuevas acciones en tantos otros artistas, también se habla aquí de libros del maestro cubano Eugenio Hernández Espinosa, al fin dueño del Premio Nacional de Literatura. Y mencionar, entre los obituarios que concluyen la entrega, los nombres de Hugo Arana, Ricardo Blum, Nissin Shari, Rosana Campos y Broselianda Hernández. El teatro es una manera distinta del adiós. Y de resistencia. Para recordar eso seguimos haciéndolo. Y leyéndolo, como nos invita a hacerlo esta entrega de Conjunto, que ya se acerca a su número 200.