En este poemario la autora “trata de registrar lo real, pero organizado dentro del poema, de modo que los objetivos se conviertan en símbolos de una verdad más amplia y profunda. En suma, que el dato objetivo, aunque siga conservando esa apariencia, pasa a ser en el poema una compleja emoción subjetiva”. Dicha idea de Diana Bellesi, conformada mientras la argentina leía a Denise Levertov, también describe el procedimiento que Charo Guerra ejecuta en su libro Limpieza de sangre[1],  para quien “la memoria es una herramienta con extravíos y carencias”[2]. Porque más allá del suceso del desenmascaramiento racial y familiar que es recreado en el libro en tres poemas —“Atavismos”, “Limpieza de sangre” y “Oyendo a Barbra Streisand”—, existe una filosofía que abraza a la poesía como sanación, responso, rezo y ruego de la existencia. Es decir que, tal temática presente en dichos poemas no resume los saberes del libro, aunque sí le aporta un asunto llamativo y doloroso que ha interesado hasta ahora a los críticos que han escrito sobre el libro. Pues este es un prejuicio muy propio del país, y me atrevería a decir que es más acendrado en los pueblos de campo como signo del subdesarrollo que nos domina. “La ideología que asentó las plantaciones se halla intacta en eso que definimos poscolonialismo, o lo que es lo mismo, el miedo al sujeto negro”[3]. Y es que veo en el libro también un retrato sucesivo de mujeres, un cuajar de voces en las páginas de la autora donde la suya es una profunda voz familiar que siente que viaja y se sostiene en el absurdo. Pues va al reencuentro con la historia y el destino propio. Son historias, destinos que se convierten en retratos, que también son retratos. Se reproducen y duplican retratos, espejos, paisajes. Un retrato conduce a otro retrato de mujeres que pueden ser del yo lírico de la propia autora, de su madre, de su abuela, y hasta de otra mujer concomitante, incluso hasta de su hija donde las visiones opuestas de la madre y su vástago son legítimas[4]:

“Limpieza de sangre”

Hereje, gitana,
mezclados los ancestros con esclavos libertos:
judíos, conversos, marranos, isleños,
guanches, rebeldes casi todos.
Salvajes cazados en Nigeria
que se desbandan
y sacuden en ella sus almas contrariadas
queriendo salirle por los poros?

Detalles que certifican la Limpieza.
He aquí una muestra de la raza humana
con abultados testimonios
ninguno refrendado a “su favor”,
más bien operando sospechosamente en su contra.
Conclusión: un ser no apto por impuro.

Bajo el anémico antifaz
el músculo reprime a todas luces
varios tonos punzantes:
rojo nevado, bruno, cetrino, gris,
pardo bilioso, añil anochecido, índigo ruin,
cerceta, sinople, plateado, ambarino…

Vean halos curvos sobre su pelo ensortijado.
Noten la transparencia de la piel
en la cual brotan pintas y lunares
que pretenden cubrirla
y se detienen ante el fervor mostrado por el padre
que extrae el corazón de los pigmentos,
los rebaja con cantos y con danzas
como aconsejan los mayores,
y separa y guarda en algún agujero de la tierra
lo que oscurece,
lo que sobra,
lo que debe irse al fondo, al fondo,
hasta internarse en el subsuelo
bajo revestimientos de tierra pedregosa.

Secreto íntimo.
Sshhh (asimilar las onomatopeyas y gestos de silencio).

El padre blanqueó los tintes,
neutralizó el vibrante arcoíris de su cuerpo.
Es un hecho que reza en documento
obrado por dignatarios
de impoluta estirpe.

Misteriosas alabanzas las del padre,
conjuros de la suerte, súplicas
erguido sobre la pálida mujer de ojos azules,
temerosa de Dios.
Sin el amor de ella,
o con su amor,
Ya ni siquiera importa.
La desvaída mujer amancebada
por fuerza, por duda, por encanto.
(p. 9 – 11)

“Retrato de mujer que puede ser lo mismo de este tiempo que de antes, es una mujer arquetipo moviéndose entre el absurdo: ¿el absurdo con acciones que le achacan a la vida femenina?”

Retrato de mujer que puede ser lo mismo de este tiempo que de antes, es una mujer arquetipo moviéndose entre el absurdo: ¿el absurdo con acciones que le achacan a la vida femenina? Véase el poema “Argumentos” (p.55- 60). Adviértase entonces la concomitancia de “lo acaecido y lo adyacente”, “de lo previsible y lo insospechado”, “del insomnio y la alucinación”, como señala Eugenio Marrón[5]. Se bordan aquí, puntada a puntada, pecados del silencio, insinuados desde el propio exergo del libro[6], las señales del amor bajo un prejuicio, luego que se descubre el sentido del sinsentido, lejos del corazón: “un ser no apto por impuro” […] con un “padre que extrae el corazón de los pigmentos”. Y es que aún se siente el rostro quemante de un secreto. Parece que la poeta se va despojando de condiciones: su falso linaje, la memoria de su primera casa, pero también se quedan en ella, dibujando un ambiguo o bifronte paisaje, porque es una limpieza en la impureza, en lo dúctil, en la veracidad de lo mezclado, donde su “oficio es practicar la duda”. Esta poesía como sinónimo de ruego y rezo, de tono reposado, pide el bien por todo lo que existe, porque advierte el absurdo del universo y lo refleja una y otra vez en sus poemas, sin dejar de echar mano al elemento surrealista o al irónico. Véase en este sentido el poema “Carro Fúnebre” (pp. 37 – 39). Porque como hemos visto en este poema “la sangre todo lo inunda”, hasta ver la sangre de la poeta correr por las calles del pueblo en un proceso de liberación cinematográfica.” “Su poesía posee el rastro de un sujeto que se sabe parte de la ficción narrativa y de una ficción que no guarda diferencia alguna con la realidad”[7]. En ella las cosas son “túmulos brillantes / imitaciones de la suntuosa navidad, colgando de los márgenes, / cajas de fósforos a punto de estallar”, porque son blandos y hundibles los cimientos de este mundo, porque en el libro se pone especial cuidado también en descubrir y dibujar el burdo entorno y el mal tiempo que nos desgasta. Le preocupa el reflejo del ímpetu y la desazón social en una especie de metafísica del vivir, la agonía de un ser de ciudad que descubre que “el miedo es la mejor protección”, el marasmo y la crisis social que obliga a describir las relaciones individuo–poder. Véase el poema “Ceremonial”. Entonces explica la desazón cotidiana y resultante con fantasía, donde también es castigo el paisaje de una casa que hay que engullir y fijar. Pero, ¿dónde se ubica la mirada de la poeta? Viene desde lejos su mirada, se acerca y retrocede conceptualizando el paisaje, porque “el pasado es el día que transcurre”. Aquí se poetiza el burdo entorno, el mal tiempo que nos desgasta del que son dueños otros que han llegado, y por el que hacemos un ruego religioso para que a nosotros vuelva hermoso, como lo fue alguna vez. Esta que vivimos, nos dice la poeta, es una existencia sin fundamento, lo que realizamos es una acción sin fundamento, lo que tomamos es una decisión sin fundamento. Son los lances oscuros del paisaje real con una ética brotando enardecida de la muerte:

“Infanzonias”

Ahora que somos indigentes
(la poesía, la razón y la equidad)
¿por qué no hacemos una fiesta con detritus?

Ahora que somos indigentes
enloquecidos y perturbados
por las contrariedades de este siglo.
Y van muriendo sin orden
los correligionarios,
los cofrades,
los cúmbilas,
los chéveres.

Se van nuestros hermanos.
Adelantan planes sin aviso.
Abren simulacros de caminos
iluminados por el noble deseo
de buscar la verdad
a riesgo de dejarnos llorando en los rincones
ciegos e inconformes,
disminuidos por el tiempo.

Ahora que hemos caído al foso de los desheredados
y juntaremos si acaso nuestros huesos,
para hacer, esta vez sí, los cimientos del edificio de los justos.
(p.44)

“Le preocupa el reflejo del ímpetu y la desazón social en una especie de metafísica del vivir”.

Quiero llamar la atención sobre el papel de las metáforas en el cuaderno. Son pocas, pero suficientes, y constituyen elementos irradiadores y dialécticos dentro del poemario. Ellas son: la metáfora del blanqueamiento a través del proceso de la elaboración del azúcar, la figura del padre y su proceso de blanqueamiento familiar donde el blanco de la piel y el blanco del azúcar del central del pueblo se cruzan y se hacen uno; la metáfora de la explosión de la lámpara en el poema “Bombilla con niños que pasean” como liberación, como fin de los secretos, la ignominia y el pecado; y la metáfora del lexema Vallejo en el poema que cierra el libro, sinónimo del dolor y vehículo del sentido absurdo del mundo, donde la realidad es un cuadro, o una obra de arte, y el cuadro puede ser la realidad que nos hace comprender que los humanos “somos un grupo de salvajes. / Nos gasta el sacrificio y su cadena indetenible”. Así se alienta la fantasía que revela el cataclismo con una metáfora que circunde y eleve.


Notas:

[1] Charo Guerra. Limpieza de sangre. Ediciones Unión, La Habana, 2020. Premio UNEAC 2020.

[2] Verso de la autora. Seguiré incluyendo sus versos en el cuerpo de la reseña porque aportan esencias del poemario, y aparecerán también entre comillas, sin más indicación.

[3] Antonio Armenteros. “La ciencia nueva de los sujetos / objetos o viceversa”, Cubaliteraria, 21 de febrero de 2024.

[4] Véase el poema “Variaciones de un mito”.

[5] Eugenio Marrón. “Charo Guerra y su limpieza de sangre”, Sitio web de Radio Angulo, 11 de marzo de 2024.

[6]  Silencio ¿dónde llevas

      tu cristal empañado

      de risas, de palabras

      y sollozos del árbol?

      ¿Cómo limpias silencio,

       el rocío del canto

       y las manchas sonoras

       que los mares lejanos

       dejan sobre la albura

       serena de tu manto?…

       Federico García Lorca

[7] Nora Catelli. “La función de la palabra en el arte contemporáneo” en Diario de Poesía, n. 70, sept – dic., Buenos Aires, 2005, p. 30.

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