Wifredo Lam en el MoMA: Cuando no duermo, sueño
El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) presenta desde el 6 de noviembre la exposición Wifredo Lam: When I Don’t Sleep, I Dream (Wifredo Lam: cuando no duermo, sueño), la más completa retrospectiva realizada en los Estados Unidos del pintor cubano. Sus curadores, Beverly Adams y Christophe Cherix, exploraron a profundidad las distintas etapas del artista y el resultado obtenido es sobresaliente, admirable; la curaduría resultó una obra de arte en sí misma, a partir de un despliegue histórico-artístico para la mejor comprensión de un público desconocedor de la obra del pintor cubano.
La exposición inicia con un espacio dedicado a las obras del período español, las cuales demuestran que ya Lam, a mediados de los años veinte, estaba realizando una pintura sumamente atractiva como lo evidencia el óleo “Sol” (1925), de gran atractivo visual, donde se aprecia la influencia del pintor catalán Anglada Camarasa, uno de los pintores más representativos del Cambio del Siglo español.
La exposición de la obra de Lam en el MoMA es el reconocimiento al más alto nivel museístico de un artista que supo conectar lo mejor del arte occidental del siglo XX con las tradiciones primigenias afrocubanas y afroamericanas, y de ahí establecer una nueva estética y un canon inédito que proyectó a todos los continentes.
Ya en los años treinta Lam incursiona decididamente en la Modernidad. Entonces la muestra incorpora la fascinante y sensual “La pareja” (1937), poseedora de una fuerte carga erótica y próxima a la estética de Matisse y Picasso. Pero el punto culminante de ese momento, que muestra el compromiso social del artista con la causa de la democracia es, sin dudas, “La guerra civil”, un gouache sobre papel de gran formato, que constituye un alegato contra la barbarie del conflicto bélico español. Realizada para el Pabellón republicano de la Exposición Internacional de París de 1937, sin dudas se trata de la primera obra maestra de Lam, la cual discursa visualmente atravesando la sala al otro extremo con La jungla, hitos culminantes en la carrera del artista.
Después viene el espacio dedicado a París y los años decisivos de un lenguaje de experimentación. Matisse, Cezanne, Picasso, las esculturas y máscaras africanas se encuentran entre las búsquedas para Lam de un vocabulario modernista. La exposición le brinda al público la confluencia de esta intensa exploración visual en obras tan significativas como la intensa “Dolor de España” (1938), la impactante “El reposo de la modelo” (1938), la sugerente “Madame Lumumba” (1938) y “Madre e hijo” (1939). Estas obras, unidas a otras en las que se hacen protagónicas las máscaras africanas, dan una orientación precisa de las búsquedas de Lam. Una clase magistral, a través de obras de la mayor significación, de un momento crucial para el artista.

Siguiendo un despliegue histórico encontramos un momento clave que los curadores enfatizan por su importancia estética y es la estancia de Lam en Marsella, coincidiendo con un grupo de artistas surrealistas y la máxima figura del movimiento, el poeta André Breton. Se presentan los dibujos colectivos en los que participa Lam junto a otros creadores explorando el subconsciente. Esta sección constituye en sí misma una muestra del más alto interés porque es el momento de la relación más estrecha entre el artista cubano y el surrealismo. En esta dirección se encuentran también los dibujos realizados por Lam para el poema “Fata Morgana” de André Breton. Estas obras de pequeño formato serán fundamentales para la proyección de su trabajo cuando llega a La Habana.
Y a continuación se desarrollan diversos caminos a su llegada a Cuba en agosto de 1941. Por un lado, la persistencia de su experimentación de París, apreciable en “El alma exterior” (1942); por otra, su cercanía con el surrealismo de Marsella en “Tu propia vida” (1942). Y un ciclo fundamental en el desarrollo más valioso de su arte que apreciamos en “Anamú”, 1942, y que guarda estrecha relación con la etnóloga Lydia Cabrera y su profundo conocimiento de las religiones de raíz africana en Cuba y el novelista Alejo Carpentier. Es a partir de este momento en que aparece su obra cumbre “La jungla” (1942-43), en la cual Lam concilia los aportes del arte occidental (cubismo, surrealismo) con los cultos afrocubanos.
A partir de este momento la exposición alcanza su máxima plenitud. En la cima del conjunto se encuentra “La jungla”, seguida de cerca por obras de similar valía como “La mañana verde” (1943), “Malembo, dios de las encrucijadas” (1943), “Omi Obini” (1943), “Mofumbe”(1943), “La anunciación” (1944), “El presente eterno” (1944), “Andarina de islas” (1944), “Arpa cardinal” (1944). Una exposición que cuente con este repertorio excepcional obtiene sin dudas el más rotundo éxito en su proyecto curatorial. Estas obras están inmersas dentro del primer ciclo cubano, el más connotado de todos.
Después la curaduría se concentró en un período breve pero intenso, que marcó decisivamente la obra de Lam; los meses de estancia que transcurrieron en Haití. Allí entró en contacto con la cultura haitiana y en particular con las ceremonias religiosas del vudú. Su obra en este período fue eminentemente dibujística y posteriormente se reflejará en su segundo ciclo cubano, en el cual sobresalen “Natividad” (1947), “Canaima III” (1947) y otra obra maestra, “Belial, emperador de las moscas” (1948), que cierra este imponente período.

En los años cincuenta Lam se aproxima a la abstracción, aunque no cede a sus requerimientos, al mantener en sus obras la esencia de su poética. Se inicia este período con “Umbral”, una de sus más connotadas pinturas, símbolo esencial de esa época. Otra de sus grandes obras, no sólo por sus dimensiones sino por su contenido, es “El rumor de la tierra”, en el cual su simbología, su extraña belleza, su poderosa poesía, constituyen un hito de un período que apenas comienza. Y cerrando el ciclo de la primera mitad de los años cincuenta hace su aparición “Cuando no duermo, sueño”, obra en la que fusiona elementos de las máscaras africanas con formas totémicas de la Nueva Guinea, de una elegancia sorprendente.
En el segundo lustro de los años cincuenta la curaduría de la exposición destaca de manera particular pinturas del artista en las que incursiona en la abstracción, en las que, con trazos ágiles y manchas de color, se aproxima a los expresionistas abstractos norteamericanos. Estas obras, realizadas en 1958, son de singular importancia, ya que por sus dimensiones cubren el espacio de una galería y demuestran el alcance que tuvo la abstracción en un momento específico de la obra de Lam.
Los años sesenta constituyen el último gran ciclo de la pintura de Lam.
“Una exposición que cuente con este repertorio excepcional obtiene sin dudas el más rotundo éxito en su proyecto curatorial”.
El artista vuelve sobre la figuración con un lenguaje propio de este período, en que las formas se estilizan pero manteniendo elementos de las máscaras africanas y las figuras totémicas que alcanzan su más elevado grado de síntesis. Sin dudas, se exhiben obras notables como “El cuerpo y el alma” (1966), “Los invitados” (1966). Aquí se nota la ausencia de “El tercer mundo”, por constituir un sobresaliente canon estético de la época, que hubiera consolidado la fuerza plástica de este período. Su ausencia —al igual que la de La silla de 1943—, fueron lamentables, pero inevitables, dada las medidas derivadas de la fricción política entre ambos países. No obstante, la muestra tiene un cierre de oro con “Los dioses bailan para Dhambala, dios de la unidad” (1970), sin dudas su última gran obra.
La exposición de Wifredo Lam en el MoMA constituye un acontecimiento artístico global. Es el reconocimiento al más alto nivel museístico de un artista que supo conectar lo mejor del arte occidental del siglo XX con las tradiciones primigenias afrocubanas y afroamericanas, y de ahí establecer una nueva estética y un canon inédito que proyectó a todos los continentes.
Fotos: Del autor









