Pasar el genio de individual a colectivo, como reza la metáfora martiana, si de pleno disfrute de un concierto se trata, implica dejar atrás el mero discurso verbal y propiciar con acciones concretas el acercamiento general al otro discurso, al que ofrece un arte incorpóreo que algunos asumen irremediablemente como sólo apto para la élite.

Frente a tal prejuicio, llegó al municipio habanero del Cerro un primer intento conjunto del Ministerio de Cultura (nivel central y municipal), el Instituto Cubano de la Música, el gobierno y el Partido locales, en apoyo al proyecto del Centro Nacional de Música de Concierto para acercar esta vertiente del arte a quienes vivimos en zonas apartadas de sus escenarios habituales, factor objetivo que quizás hoy, como nunca, nos aleja de esa actividad. Por ese motivo, cabe agradecer el empeño.

Los protagonistas en esta ocasión fueron los jóvenes integrados en la Orquesta de Cámara de La Habana, que dirige la Maestra Daiana García Siveiro, con obras de también jóvenes compositores cubanos y una expansividad de lo nacional a lo universal, y del melodismo cantable al pulso rítmico más incisivo, con matices y gradaciones sabiamente dosificadas entre partitura y batuta.

Es un privilegio tener a la vera del Estadio Latinoamericano a una agrupación elogiada en varias latitudes e idiomas, cuya directora es también Adjunta de la Orquesta Sinfónica Nacional, profesora de la especialidad en la Universidad de las Artes, directora invitada en Chile, Guatemala, Venezuela, Colombia y Estados Unidos como acompañante de primerísimas figuras nacionales y extranjeras en conciertos o en grabaciones, y en estas con dos nominaciones a los Grammy Latinos.

“Los protagonistas en esta ocasión fueron los jóvenes integrados en la Orquesta de Cámara de La Habana”.

Tan destilada ofrenda musical merecía las mejores condiciones de recepción en la escucha, para vislumbrar rasgos expresivos constantes en el plan interpretativo, más allá de tal o cual obra o de la contingencia que lo varíe involuntariamente ante el público.

Por ello fui a un ensayo donde pude escuchar revelaciones de su arte poética musical, como cuando la directora pide a la viola tomar con el mismo timbre la melodía que le entrega el violoncello. O le recomienda a otra despegarse un poco de la partitura y cantar la música, si bien guarda el pulso teniendo en cuenta que los demás la estaban acompañando y no en un bolero filin. O en cierto pasaje melódico que señala su carácter de filigrana secundario, de “comentarito”, dice, intercalado en la melodía principal.

A quien quiera penetrar en el arte interpretativo musical, para su propio disfrute o para compartirlo con los demás, cabe recomendarle, por entrenado que tenga el oído, que no se conforme con la primera escucha: ir a un ensayo previo, aunque luego le permitan grabar la actuación, que no siempre se puede ni una ni otra cosa.

Por supuesto que aquellos matices sutilmente elaborados por los intérpretes se los pierde el público en una audición desconcentrada —el iniciado y el experto—, razón por la cual urge buscar las mejores condiciones posibles para poderlos distinguir en el contraste de caracteres expresivos de la creación e interpretación, sumergidos a fondo para seguir todo aquel discurso musical. Todo ello implica que ningún ruido extraño rompa las ideas (temas y motivos melódico-rítmicos), ni matices como aquel color o timbre instrumental que la Maestra Daiana pedía retomar entre viola y violoncello, pero también los contrastes en la intensidad sonora de toda la curva melódica tanto como sus acentos y respiración en cada frase.

“Es un privilegio tener a la vera del Estadio Latinoamericano a una agrupación elogiada en varias latitudes e idiomas”. Imagen: Tomada de Cubadebate

Es cierto que seguir ese discurso lo facilita el hábito de una escucha reiterada, incluso para el oyente lego, el puro intuitivo, pero escucha de propuestas cuya riqueza creativa e interpretativa signifiquen un reto para la inteligencia con que venimos todos, aunque no todos prioricen igual su adiestramiento. Y un buen comienzo, urgente, es facilitar las mejores condiciones de escucha posibles, evadiendo cualquier ruido, entendido este como todo lo que perturba el mensaje contenido en el discurso musical, en lo sonoro, como el tráfico que asume el primer plano si la música en sus habituales contrastes pasa por un tenue pianísimo, o si aborta la expectativa y el suspense de un silencio que respira hondo.

No es extraño que sobrevenga la frustración si esos factores juntos abortan el placer de escuchar lo bien escrito e interpretado y hacen que nos sintamos ajenos a tal o cual música.

Por el contrario, cuando nos llega con todo su poder comunicativo sucede el milagro, como cuando en una gira de la Orquesta Sinfónica Nacional, algunos años atrás, en un cine adaptado en Moa, el ingeniero Justino Cobas escuchaba la Obertura festiva de Dimitri Shostakovich con ojos llorosos ¿Qué sentía? Pregunté. Una gran tristeza, me dijo ¿La música le resultaba triste? No, la música era alegre, pero yo me sentía triste pensando que a mis veintiséis años hacía tiempo que debía haber escuchado una sinfónica delante de mí, no por radio ni televisión.

Vamos por más, pero mejor, para poder encontrar a los buenos oyentes potenciales que pueblan el Cerro. Y que no se limite a la llamada música “clásica”, europea o deudora de su tradición, porque con similar capacidad, disposición receptiva y óptimas condiciones de escucha se deben promover las tradiciones de tantos rincones del planeta que no podemos desconocer para ampliar nuestro horizonte en lo que será una cultura, más allá de la artístico-literaria, verdaderamente humanista e integral, injertada en el tronco y raíces propias.

Volvemos nuevamente a la mirada del Apóstol que con su tremenda luz larga, para niños y para todos, puso el oído más atento al escuchar y recrear con palabras que dicen más que mil imágenes la expresividad de la música vietnamita en “Un paseo por la tierra de los anamitas”, cuya relectura es obligada para todo buen promotor, pues nos proyecta hacia un futuro que aún hoy es la meta para la integración de una cultura musical armónica, a partir de que la palabra Patria sea sinónimo real de Humanidad.

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