Cinco años sin el humorista mayor

A principios de los años ochenta impartí un curso sobre marxismo en la Unión de Periodistas de Cuba. Visto en el tiempo, lo veo como un acto atrevido. Recién había finalizado con muy buenos resultados el curso de un año en la Escuela Superior del Partido Ñico López, pero eso no bastaba, ya que corría otros riesgos. Eran como cuarenta alumnos, y recuerdo a tres que con su presencia me dijeron: “Aprieta o haces el ridículo”. Se trataba de Luis Suardíaz, Eddy López Morales y Héctor Zumbado. Estudié mucho e imité la forma de examinar de mi maestro Luis Armando Salomón.

Zumbado es considerado un maestro del humor y el juego de palabras. Imagen: Tomada del blog La flor de la calabaza

Zumbado era el primero en llegar; contaba con una disciplina inimaginable en un humorista de su talla y un bebedor de los largos. Jamás olvido sus ojos cuando en un examen se dio cuenta de que había perdido dos puntos y que en un truco que le hice en una pregunta sobre idealismo subjetivo, se trastocó.

A él y a Eddy les debo un montón de libros sobre Marx que no circulaban en Cuba. Incluso el poema que abre mi reportaje de tranco largo, “Moro, el gran aguafiestas”, de Antonio Cisneros, lo conocí gracias a una revista que Zumbado me prestó y que nunca le devolví, como tampoco hice con un libro de Fontanarrosa.

Cada vez que terminaban las clases ellos tres y yo terminábamos en la sala del té, con algún roncito, y volando de un filósofo a otro. Cuento esto porque Zumbado era un hombre hambriento de conocimientos que volcaba en aquellas crónicas que se devoraban con avidez y luego formaron diversos libros. Cursó hasta el segundo año del bachillerato en el Colegio Baldor; no pasó ninguna carrera universitaria; vivió en Estados Unidos. Fue “secretario y empleado de una agencia de seguros (1953-1956), se vinculó al Directorio Revolucionario (1954) y alcanzó a terminar el segundo año de Periodismo en la Universidad de La Habana. Al triunfo de la Revolución laboraba como redactor de textos de agencias publicitarias, labor que realizó entre 1956 y 1961. Posteriormente fue jefe de Publicidad del Instituto Nacional de la Industria Turística (1961-1963) e investigador de mercado de la Industria Alimentaria (1963-1968)”.

“Zumbado era un hombre hambriento de conocimientos”.

Publicó su primer cuento en 1963 y lo siguió haciendo por muchos lustros. Sus crónicas devinieron libros de humor: Limonada (1979), Amor a primer añejo (1980), Riflexiones (1980-1985), El american way (1981), ¡Esto le zumba! (1981), Prosas en ajiaco (1984), Nuevas riflexiones (1986) y Kitsch, kitsch ¡bang, bang! (1988).

Para la escritora y estudiosa del humor Laidi Fernandez de Juan:

Zumbado (como firmaba) se burló de lo humano y de lo divino, criticó, satirizó, puso al descubierto males sociales que entorpecen nuestras vidas, y supo conquistar al público sin acudir nunca a la chabacanería. Todo lo contrario: siendo un hombre cultísimo, se colocó en la postura del ciudadano común, de manera que sus textos eran entendidos, elogiados, perseguidos por todos. Si alguna vez la literatura humorística fue considerada lo que es, expresión artística genuina, en gran medida se debe a Zumbado. Continuador del trabajo de exponentes del costumbrismo cubano (Emilio Roig, Jorge Mañach, Eladio Secades, Enrique Núñez Rodríguez, y de otros escritores como Juan Ángel Cardi), Zumbado se distingue por la osadía de no eludir el tema político dentro del socialismo cubano.

Hay que ubicarse en el contexto de su mayor esplendor como escritor, para entender la valentía a la que hago referencia. Durante los años 70 y 80, todavía bajo las ráfagas de lo que más tarde fuera considerado el Quinquenio Gris, ya leíamos páginas asombrosamente reveladoras de lo que sucedía en Cuba en esos momentos. Tipos sociales (Consultoso, Chapucio, Curdonauta), absurdas trabas burocráticas (que él llamó Burrocratismo), la intransigencia como barrera a la iniciativa (su cuento “El hombre que creía en el sol” es un clásico de la narrativa cubana), y un sentido de la justicia a toda prueba (“La causa que refresca”), por citar solo algunos ejemplos, lo convirtieron en un clásico viviente.

“Zumbado se distingue por la osadía de no eludir el tema político dentro del socialismo cubano”. Foto: Tomada de La Jiribilla

Publicista, reportero, autor de guiones y de textos para el teatro, narrador, poeta (él denominaba a sus versos “poesías que dan aco”), entrevistador y sobre todo, brillante escritor de la cotidianidad, Zumbado representa un parteaguas en la literatura cubana”

Mientras, Eduardo del Llano, escritor y humorista, afirmó:

Elegancia sería, desde luego, una buena palabra para definir a Héctor Zumbado. Y no en meros asuntos de vestimenta. Zumbado era un tipo con clase, y eso se notaba al tratarlo, pero sobre todo leyéndolo. Su humor no era feroz aun cuando hiciera pedazos la petulancia del burócrata, la obtusa fidelidad del funcionario. Hay un montón de textos suyos que uno quisiera haber escrito, clásicos absolutos que te llevan a pensar “Coño, después de esto ya uno puede morirse”. Pero Zumbado tomó la muerte sin prisa y el absurdo con la sonrisa en los labios. Para mucha gente, la sonrisa es un arma social, como el auto o el móvil; para el humorista, su estado natural, la única manera de estar vivo.

Una buena parte de los textos de Zumbado fueron interpretados por tres grandes humoristas: Carlos Ruiz, Virulo y Osvaldo Doimeadiós. Hijo de un costarricense y de una nicaragüense que vinieron a dar al Vedado, Zumbado nació el 19 de marzo de 1932. Cuando lo conocí vivía como a seis cuadras de mi casa en Playa y lo visité varias veces, antes y después del accidente que le impedía hablar y le provocó algunos problemas en la locomoción. Me han dicho que seguía bebiendo ocasionalmente, porque antes de aquel día que casi pierde la vida, bebía mucho —fui testigo—, pero nunca pronunció una mala palabra u ofensa: seguía siendo el caballero que conocí.

“Zumbado sí tiene fijador”.

Aunque no creo mucho en la justeza de los galardones, pienso que le fue muy bien entregado el primer Premio de Humorismo en 2000. Este 6 de junio se ha cumplido un lustro de su deceso, pero él vive en nosotros de muchas maneras. Cada vez que veo una cafetería declinar en su servicio me digo “no tiene fijador”; frase con la que acuñó todo lo que empezaba bien y continuaba mal. A propósito, Zumbado sí tiene fijador.