El futuro Presidente y los mandatos constitucionales

Carlos Luque Zayas Bazán
26/9/2018

Entre los temas del Proyecto de Constitución que han interesado vivamente a amplias capas de la población cubana, está el contenido en el párrafo 403, que reza: “El Presidente de la República puede ejercer su cargo hasta dos períodos consecutivos, luego de lo cual no puede desempeñarlo nuevamente”.

Si a primera vista esta cláusula supone una restricción que puede despertar las simpatías más democráticas; si puede parecer una prevención contra el excesivo poder personal —por demás de carácter muy relativo en un Presidente de un país como Cuba, donde todo lo trascendental se colegia, sea en el seno del Partido Comunista, sea con amplias muestras de la sociedad o con la sociedad toda, y ahora incluso con los cubanos que no viven en el país—, entonces: ¿por qué se oyen y se leen voces insistentes que abogan por permitir otro período de gobierno o, en todo caso, por no blindar la prohibición constitucional cuando sea necesario, por causas sobrevenidas al menos en un período más de gobierno?


“El Presidente de Cuba será el fruto de una elección democrática en el seno de la institución que los cubanos
hemos decidido que sea el Poder Supremo, es decir, la Asamblea Nacional”. Fotos: Internet

 

No caigamos aquí en el mito de la sabiduría popular, aunque sí existe el saber colectivo y la experiencia política del cubano. Pude parecer demasiado generalizador. Pero si la cuestión surge, sus razones habrá. Es propósito de estas notas exponer las mías, reflexionar sobre algunas ajenas, en este ejercicio cívico y colectivo de intercambio y propuestas que invitan a pensar en el bien del país.

Cualquier apreciación puede sustentarse en la simple interpretación subjetiva. Es verdad corriente. De ahí que con el mismo argumento puedan sostenerse dos propuestas diferentes. Recurso de sofistas de la antigüedad, capaces de encontrar baterías de argumentos supuestamente contundentes, y válidos en apariencia, para unas veces condenar, y otras defender, la misma causa. Veamos una contradicción de ese tipo.

El apoyo a la limitación estricta del mandato aduce que el Partido garantizaría la continuidad socialista revolucionaria de Cuba y, por lo tanto, el cambio presidencial no provocaría lo que sucede en otros lares, grandes diferencias aparte. Es decir, por ejemplo, que ocurra el rumbo traicionero del nuevo presidente de la otrora revolución ciudadana, encabezada por el ecuatoriano Rafael Correa. Sobre ese argumento un comentarista advierte atinadamente la contradicción, porque entonces su lógica también sirve para no temer la continuidad de un Presidente en Cuba; si en fin, contamos con tal garantía.

El argumento de mantener la limitación mandataria no surge quizás de la duda en la garantía partidista colegiada. Sin embargo, sí acepta, tácitamente, que la personalidad juega su papel en la conducción de todo proceso político y que, pese a esa confianza en el Partido garante de la Revolución, tal seguridad no parece tan sólida. Ahora, ¿qué se espera de un Presidente que merezca otro, y solo otro, período de gobierno —lo cual es una de las propuestas que se hace si el país lo necesitara—, y que sea confirmado por la Asamblea Nacional? ¿Qué se espera razonablemente en su otro mandato de gobierno, sino la continuidad de los fundamentos del socialismo contenidos en el Proyecto actual y del Partido Comunista?

Se debe tener en cuenta que mientras la Revolución Cubana y el Partido sigan fieles a las raíces del proyecto, y mientras el pueblo mayoritario de Cuba siga votando por la Revolución y refrende la futura Constitución, el Presidente de Cuba jamás gobernará legitimado mediante el juego politiquero de clases en pugna, en un circo mediático, sino que será la consecuencia democrática de un amplio proceso que culmina con la aprobación de su mandato en una Asamblea Nacional, la cual ejerce el poder del soberano. Sobre esta base, si confiamos en el Partido; si hoy, por ejemplo, para nosotros Díaz-Canel es la representación de lo mejor de la vanguardia partidista, y lo sigue demostrando durante su mandato, ¿qué podemos oponer a que ocupe un período más, de ser necesario? ¿A pesar de la confianza que tenemos en el Partido eso sería nefasto a la Revolución?

Surge entonces la pregunta de otra forma: ¿En qué sentido parecen exponer prevenciones contra el papel de una personalidad en la historia de la Revolución, así sea por un período más y ante coyunturas excepcionales, si aceptan que existe una fuerza mayor, la del Partido, que, afirman, ofrece las garantías de la unidad y la continuidad del poder político y económico socialistas? Si hay prevenciones estas deberían argumentarse mejor y más ampliamente, pues salta allí una evidente contradicción. O no se tiene verdadera confianza en la fuerza del Partido para ser el garante socialista de la Revolución, o se sospecha que no es así y que la personalidad del gobernante puede “pesar” negativamente en algún aspecto o de alguna forma, que no explicitan con toda claridad.

Sin embargo, voces populares han propuesto no poner esa camisa de fuerza a la sucesión presidencial. ¿Por qué? ¿Qué razones atendibles pueden existir más allá de las que cada uno exponga? Examinemos.

El Presidente de Cuba nunca será, y ojalá que así sea, pues en ello sí va el destino de la Revolución (lo cual es parte de la garantía que le exigimos al Partido), un improvisado político al estilo de un Macron francés, de un Duque colombiano, de un empresario opulento como Piñera, de un corrupto golpista como el Temer brasileño, o, entre los muchos ejemplos norteños, un Bush cowboy o un millonario desenfrenado y supremacista. El Presidente de Cuba nunca será un modelo para armar, un resultado de un ejercicio de marketing, un instrumento improvisado pero útil a los intereses capitalistas enfrentados en sangrientas y antiéticas campañas de influencia, suciedad mediática y dinero y farándula corriendo a raudales. El Presidente de Cuba nunca será, y ojalá que así sea, pues esa es la médula política de la Revolución y la garantía que nos da el Partido, un representante de intereses sectoriales, haya nuevos ricos o no en la Cuba futura. El Presidente de Cuba será el fruto de una elección democrática en el seno de la institución que los cubanos hemos decidido que sea el Poder Supremo, es decir, la Asamblea Nacional. Efectivamente, existe en Cuba un amplio contexto de condiciones de elección tendientes a la optimización creciente para que nunca un Presidente de Cuba sea alguien que sorprenda a sus ciudadanos y a un Partido, como el Gorbachov ecuatoriano.

Pese a eso, por otra parte, ¿cuáles pudieron ser los motivos de la Comisión que sometió el párrafo 403a la Asamblea y al pueblo? Prever el dinamismo que se reduce con la edad puede ser uno de ellos, sobre todo porque el estilo de un Presidente de Cuba debe ser el de Fidel, que ha podido continuar Díaz-Canel gracias a su juventud y energía. También es innegable que existe el cansancio, tanto el psíquico como el corporal, y las tareas de un Presidente de Cuba son altamente exigentes, como las que se le plantean a las revoluciones agredidas, a los países de economía pequeña, que no son los deberes de los gobernantes de otros países en los que, como ironizaba Fidel en cierta ocasión, los presidentes parecen estar siempre de vacaciones. Aunque el nuestro también debe saber descansar, y descansar bien, y cuidar esmeradamente la salud, en aras del interés de todos.  

Lo que seguramente me atrevo a suponer es que no estuvo en la mente de los comisionados prevenir un exceso o abuso de poder, o una dejación de los principios, que en Cuba es atajable y extirpable apenas suceda. Para eso existe el poder revocatorio de la Asamblea Nacional, la rebeldía proverbial del pueblo cubano y el legado de Fidel.

En cambio, ¿cuáles pueden ser los motivos que mueven a proponer que, al menos, no exista una limitación de hierro que impida otro período de gobierno al Jefe de Estado? Precisamente que, aunque el Partido es el garante de la continuidad revolucionaria, el papel del individuo en la Historia es innegable y aunque la Historia es imprevisible en su devenir, los tiempos que se avecinan son todavía más complejos para los pueblos antimperialistas, pobres y rebeldes. Porque, como decía un conciudadano, si alguien lo está haciendo bien, si su trayectoria y actitud son prueba indudable de su fidelidad a los principios del núcleo duro de la Revolución, si su conexión con el pueblo le ha otorgado su confianza y admiración, si las mieles del poder no le han sentado en las sillas del camino, si no ha disminuido su energía y ha aumentado su experiencia, ¿por qué no puede seguir su tarea por cinco años más? Y si es el interés del pueblo, ¿no son los órganos de poder del pueblo los que deben decidirlo así?

Hay una razón más. La formación o emergencia de líderes es un proceso altamente estocástico y complejo. Varios jóvenes políticos que pudieron tener condiciones para suceder a la generación del Centenario en altas responsabilidades quedaron en el camino. Entonces, si llegado el último año de un mandato presidencial no tenemos a un líder, ¿qué hacer?


“Cualquier pueblo de Nuestra América que se proponga sacudir los yugos e insistir en ello a
pesar de los pesares, necesita de un Chávez, de un Evo, de un Lula, de un Correa”

 

Las revoluciones necesitan de los líderes de cada época, porque amplias masas populares deben ser motivadas a dar de sí en medio de circunstancias que pueden ser mucho más difíciles en el futuro. El capitalismo no necesita líderes, sino títeres e instrumentos de intereses, porque el capitalismo ya tiene el suyo, sempiterno y nunca votado, eficaz y ubicuo: el capital. Un pueblo en revolución, como Cuba; cualquier pueblo de Nuestra América que se proponga sacudir los yugos e insistir en ello a pesar de los pesares, necesita de un Chávez, de un Evo, de un Lula, de un Correa, con todas las diferencias de estos casos para sus respectivas coyunturas y alcance de sus objetivos.

Un Presidente en Cuba no puede ser un tecnócrata, o un político al uso. Cuando decimos líder no estamos pensando en un imposible Fidel, de talla mundial, o en un Chávez continental, que lo fueron porque crecieron y respondieron a las exigencias de las mayorías preteridas en sus respectivos momentos históricos; pensamos en alguien que, para su circunstancia y tareas específicas, goce de la autoridad moral, la fidelidad a los principios de esa causa y la entrega sin límites a ella, condiciones que debe tener un cubano para responder a los deberes de nuestra Revolución. Y si ese es Díaz-Canel, por ejemplo, al cumplir sus 10 años de mandato, ¿por qué impedir otro período si además de méritos sostenidos, el pueblo, el Partido y la Asamblea Nacional lo deciden así?

Aporto argumentos y preguntas. Los que se opongan a ellos, y apelo a los revolucionarios y a la crítica revolucionaria, pudieran aportar los suyos, y más allá de repetir un concepto abstracto de democracia, argumentar. Sería interesante, además, tratar en estas notas el tema conexo de cómo, en qué circunstancias y con qué fines algunas corrientes de pensamiento han utilizado el tema de la excepcionalidad de Fidel. Mas en aras de ser breve lo dejo para otra ocasión, si fuera útil y necesario.