Las actuaciones en La Habana de la compañía Camagua —como sugiere su nombre, procedente de la mítica Ciudad de los Tinajones— constituyeron una verdadera fiesta de la cubanidad, el folclor —en tanto fuente viva, de indetenible flujo y no letra muerta y museable— y la indagación en nuestras raíces afrocaribeñas y latinoamericanas que desde sus inicios la han caracterizado.

“Una de las compañías más serias y creadoras en el panorama danzario cubano”.

En cuatro funciones, divididas en dos programas diferentes, Camagua demostró, confirmó y patentizó su clase, rango y posicionamiento como una de las compañías más serias y creadoras en el panorama danzario cubano.

Un poco de historia

Los orígenes del nombre se remontan a los de la ciudad: un arbusto silvestre de tierras bajas que pulula en toda la Isla, del que se apropiaron los caciques del lugar. Ello denota la referencia a los asentamientos aborígenes que nos definen como nación y que aluden a esa aura de “realismo mágico”, de mito primigenio, que tanto rodea el surgimiento de Camagüey y, por extensión, de todo el país.

Camagua tuvo su origen en el conjunto artístico Maraguán, de la universidad de su ciudad matriz, y se fundó en 1981 por Fernando Medrano, quien se mantiene activo en la actual agrupación, la que pasó a llamarse con su nombre actual a partir de 2011, lo cual no implica en absoluto restricción o cambio respecto a su objetivo inicial: “el reflejo de elementos sustanciales en los cuales descansa la encrucijada multinacional de la cultura de la Isla”.[1]

Hasta el momento la compañía, además de haber recorrido toda Cuba, ha participado en numerosos e importantes festivales folclóricos de América y Europa, en algunos de los cuales ha obtenido reconocimientos, como medallas de oro y plata (2003 y 2007) en el Concurso Internacional de Dijon, Francia. Ha ramificado su labor hacia sendos proyectos (infantil y juvenil) como provechosa herencia y continuidad de las nuevas generaciones.

Lo más reciente

Las actuaciones que hace poco y durante cuatro días ofrecieron danzantes y músicos de Camagua en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba devinieron provechoso encuentro con un público de diversas edades y formaciones, quienes se unieron en cerrados y agradecidos aplausos a los varios cuadros que armaron los dos programas. Congos trinitarios, que descorrió las cortinas del primero, se remonta a ese grupo de la realeza en la ciudad patrimonial a partir de estudios sobre los descendientes de aquellos integrantes del Cabildo de San Antonio y del Conjunto Folklórico de la célebre villa espirituana; rumbas y tonadas de la región y bailes tradicionales (Makuta, Garabato, etc.) conformaron un cuadro vívido, de interacción estrecha entre músicos, cantantes y bailarines.

“Desde la coreografía y el sonido fusionaron elementos identitarios basados en la rítmica y el gracejo criollos”. Fotos: Tomadas de Cubarte

De los ancestros se pasa a la estilización de los ritmos populares en Cubanísimo, homenaje al desparecido músico —mas siempre presente— Adalberto Álvarez, extensivo también a los bailes de salón; la presencia de criollos pregones —reverencia a ese género de nuestra música vinculada a la venta callejera— y de las chancletas de madera confirieron gran vistosidad y gracia al cuadro, que desde la coreografía y el sonido fusionaron elementos identitarios basados en la rítmica y el gracejo criollos.

Homenaje es un tributo al grupo Caidje y a emigrados de Haití que desde el primer cuarto del siglo XX se ubicaron en las zonas orientales del país. Tal incursión de franca brújula caribeña protagoniza una de las principales líneas dentro de la rama investigativa y posterior montaje de los artistas que integran Camagua: la aprehensión detallada y profunda de los elementos que conforman tal expresión en el hermano pueblo —con tantas similitudes respecto a muchos de nuestros bailes y músicas— conforman una de las parcelas más fuertes del colectivo camagüeyano.

Ello encuentra similares resultados en el abordaje de otra etnia muy hermanada con nuestra cultura de sello caribeño: la jamaicana. En el cierre de las presentaciones, la obra Caribe soy permitió la confrontación con las danzas y piezas de estos vecinos, afincados en zonas como Baraguá (Ciego de Ávila), algunas muy populares y ricas desde el punto de vista coreográfico-musical —como el baile de las cintas— y con una polirritmia que delata su procedencia afrocaribeña.

“Camagua, orgullo nacional, seguirá cosechando merecidos éxitos dentro y fuera de Cuba”.

El maestro Fernando Medrado, fundador de Camagua, es el responsable de tales coreografías, donde se aprecia una simetría magistral de los danzantes sobre el escenario, en armónicos, acompasados y notablemente diseñados pasos que trasuntan lo mismo una exquisita dirección que una gran profesionalidad y virtuosismo de su cuerpo de baile y solistas. Todo ello junto a la no menos brillante orquesta acompañante, que no trabaja como elemento ajeno o distante, sino que se funde en la propia escena.

Las dos funciones restantes —como apuntaba, con programa diferente— descorrieron el telón con Awán, otra incursión en los ritos afrocubanos, en este caso de la regla arará. Acto de limpieza, despojo y ofrecimientos a las deidades para la cura de enfermos o limpieza de áureas negativas; significa el lexema que nombra la pieza, esta vez coreografiada por la maestra Bárbara Balbuena, experta en este tipo de obras.

La dinámica escénica, la relación entre cantantes, músicos y bailarines, y el equilibrio logrado por todos los actantes en sus desempeños hicieron del cuadro otro motivo para los aplausos prolongados y cerrados del público.

Clave, guateque y son, de nuevo con la sapiencia de Medrano, focaliza una arraigada fiesta donde rivalizan fraternamente los Bandos de Majagua y que implica la recurrencia en una de las líneas más afortunadas en el trabajo de rescate que emprende desde su fundación la compañía: la música y bailes campesinos. Aquí la riqueza, variedad e imaginación de esas danzas populares, la gracia e ingenio de la música, y el colorido y variedad de matices en el vestuario —otro de los rubros donde Camagua sienta cátedra, cualquiera que sea la expresión que trabaje— sumaron uno de los segmentos más alegres y agradecibles del espectáculo.

El hecho de que la cantautora María Victoria Rodríguez, presente en el público, subiera a hacer una de sus canciones en formidable dúo con una de las solistas de la orquesta, constituyó otro momento muy aplaudido.

Rumbeando (Medrano/Balbuena) se vuelca hacia la rumba, no solo al ritmo más conocido de este integrante de la esencia rítmica de la música cubana (el habanero guaguancó), sino a otros, como el matancero yambú, mucho menos trabajados. Se remonta a expresiones miméticas o del tiempo de España, de raigambre colonial, y por tanto, muy antiguas, en un gesto de apreciable valía cultural, pues viaja al inicio de ese pedazo invaluable y vivo de nuestro patrimonio, y rescata leyendas, mitos y personajes populares. Sin duda, resultó otro momento de gran vistosidad en el programa.

Pasos finales

Los días capitalinos de Camagua resultaron un espacio de confrontación y confirmación; lo primero, respecto a un público que los conocía y apreciaba, aunque hacía algún tiempo no los disfrutaba, como en el caso del crítico, quien escribiera hace años sobre ellos en La Gaceta de Cuba y acudió al teatro para llevar a cabo lo segundo: confirmar y reafirmar la valía de un colectivo que se mantiene y a la vez se renueva, ensanchando sus horizontes pero fiel a sus raíces, que son las nuestras.

“Los días capitalinos de Camagua resultaron un espacio de confrontación y confirmación”.

Valga encomiar, además de la disciplina, el virtuosismo y el alcance del cuerpo de baile y la orquesta, la labor de otros técnicos y artistas sin los cuales el brillo de los espectáculos hubiera sido imposible: el diseño de luces de Félix Díaz Jiménez, el cual aportó los ambientes y atmósferas propias y convenientes de cada relato danzario, y el sonido de Daryl Machado Villalobo, quien logró que la protagónica música (con impecable dirección de Julio Puig Triana), las voces de los cantantes y cuanto se escuchó en escena llegaran de manera nítida y apreciable al último rincón del lunetario. Y siempre la jefatura de escena, precisa y atenta, de Jorge Luis Lozano.

Camagua, orgullo nacional, seguirá cosechando merecidos éxitos dentro y fuera de Cuba, en la medida en que continúen —como sé que ocurrirá— en la búsqueda e investigación de las esencias que nos definen como cubanos, latinos, caribeños y ciudadanos de un caleidoscopio de ritmos, movimientos y solfas donde estriba el orgullo de la pertenencia, la permanencia.


Notas:

[1] Citado en Ecured.

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