Las afinidades previsibles entre el brasileño Jorge Amado y el portugués José Saramago, indiscutibles íconos literarios de dos países que comparten la misma lengua, han quedado confirmadas en la correspondencia sostenida por ambos escritores. No vendría mal repasar lo que se dijeron, a propósito de la conmemoración el próximo noviembre del centenario del nacimiento de Saramago.

En tiempos caracterizados por la merma del género epistolar ante el irrefrenable avance de las plataformas digitales y las redes sociales, Amado y Saramago se las arreglaron para reivindicar una forma de comunicación interpersonal en la que caben noticias, reflexiones, interrogantes y convicciones que dan cuenta, más allá de la evidencia de una amistad, de un modo de ser y percibir cercanas realidades.

Se conocieron en Roma, cuando en 1990 coincidieron en el jurado del premio literario de la Unión Latina. Ya eran pesos pesados de las letras y encarnaban las más altas representaciones de la lusofonía en el panorama literario internacional.

De atrás hacia adelante, Caetano Veloso, José Saramago y Jorge Amado. Foto: Tomada de Internet

Amado le llevaba a Saramago diez años de diferencia y había logrado una recepción masiva en su país y numerosas traducciones de sus novelas Capitanes de arena (1937), Tierras del sin fin (1943), Gabriela, clavo y canela (1964), Doña Flor y sus dos maridos (1966), Tienda de los milagros (1969), Tieta de Agreste (1977) y Tocata grande (1984). Varios de esos textos habían motivado a cineastas destacados como Carlos Diegues, Nelson Pereira dos Santos, Bruno Barreto y el francés Marcel Camus, y una de las más hermosas y talentosas actrices brasileñas, Sonia Braga, se convirtió en musa de esa filmografía.

Después de una primera novela en 1947, Tierra de pecado, Saramago no dio a conocer otras ficciones mucho después. La consagración llegó en 1980 con Levantado del suelo, punto de partida de un ciclo de celebradas narraciones entre las que figuran Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), La balsa de piedra (1986) e Historia del cerco de Lisboa (1989).

Al entrar en contacto directo en Roma, ambos no solo reconocían el calibre de su irradiación en el universo editorial, sino también otras confluencias: militancia en partidos comunistas, resistencia a dictaduras, premios de elevado prestigio y postulaciones al Nobel de Literatura. Amado había recibido una treintena de nominaciones y Saramago comenzaba a sonar con insistencia en las cábalas.

De ahí que ese fuera uno de los temas recurrentes en un intercambio epistolar que por seis años tuvo por soporte el fax. La primera carta, fechada en diciembre de 1992, partió del aparato del portugués y la última de la residencia del bahiano el 8 de octubre de 1998 para felicitar a su colega por el Nobel y lamentar no poder acompañarlo en la entrega.

“La primera carta, fechada en diciembre de 1992, partió del aparato del portugués y la última de la residencia del bahiano el 8 de octubre de 1998”.

Sobre ello la viuda de Saramago declaró en Sao Paulo al dar a conocer la correspondencia entre su marido y el autor brasileño: “José decía que el primer Nobel en lengua portuguesa debía ser para Amado. Hicieron el pacto de compartir ese momento. Pero cuando José recibió el galardón, Amado estaba mal de salud y los médicos indicaron que no viajara a Europa”.

La hija de Amado, Paloma, recordó: “Papá pasaba las horas tumbado y en silencio; había perdido progresivamente la visión y eso lo angustiaba. Pero cuando se enteró que Saramago había merecido el Nobel, saltó y dijo que había que escribirle de inmediato un fax y luego brindar con champaña”.

Antes, en 1994, la proclamación de Amado como receptor del Premio Camoes (el más importante de la lusofonía), generó este comentario de Saramago contenido en una carta al amigo brasileño: “Lo peor es que esto de los premios no es raro que traigan un resabio de amargura, y el Camoes, no siendo ejemplar, es ejemplo. Tanta miseria moral mal escondida, tanta envidia, tanto deseo de muerte detrás de las fachadas compuestas de muchos, que en un momento dado van a ser juez y sentencia… Cuando recibas el premio piensa solo en tus lectores, son ellos los que valen la pena”.

“Cuando recibas el premio piensa solo en tus lectores, son ellos los que valen la pena”, le aconsejó Saramago a Amado cuando este recibió el Premio Camoes.

“En las novelas que escribieron están los seres humanos que ellos fueron —acotó Pilar—; son obras acabadas que se explican por sí mismas, pero esta correspondencia muestra el día a día, formas de conexión, intercambios de opiniones que después ampliaron en sus encuentros en París, Roma, Madrid, Lisboa, Brasilia y Bahía. No son cartas escritas pensando en la publicación; son manifestaciones espontáneas de dos grandes personalidades que ni un mar de por medio consiguió distanciar”.