Para mi amiga Ana María 

El asombro inauguró la pregunta sobre el ser desde la razón, que se pregunta cuestiones como: ¿por qué el ser y no la nada? y ¿cuáles son los principios, causas y elementos que constituyen la naturaleza de las cosas? Se trata de un sentimiento que vislumbra la actividad contemplativa de la razón, sin pretender cambiarla, sino más bien observarla y conocerla.

La experiencia del asombro puede transformarse en indignación y esta tiene la fuerza narrativa de convertirse en denuncia social. Ya no se trata de contemplar la realidad sino de cambiarla. La indignación, en este sentido, es un sentimiento moral que supone la ruptura entre lo que es y lo que debería ser; y por ende, abre los horizontes de la razón como transformadora del mundo. Su narrativa es la denuncia y su objetivo, la ética y la política.

Somos, desafortunadamente, una sociedad construida desde muchos prejuicios, entre estos, los patriarcales y machistas. Foto: Tomada de All city canvas

¿De qué debemos indignarnos hoy y por qué la filosofía en estos tiempos debe suponer que la conciencia filosófica es también conciencia moral? Tan importante es el asombro como la experiencia de la ruptura de la indignación. Porque precisamente, esta experiencia es la voz de la ley moral dentro del ser humano. Lo que Kant consideraba el faktum de la razón práctica, es el hecho que nos revela libres y con la capacidad de transformar el mundo interno y el externo. La indignación es un indicador de libertad y conciencia crítica.

La COVID-19 irrumpió en nuestra realidad. La pandemia tiene el poder de hacernos mirar hacia atrás en el contexto de la historia de la humanidad pero también nos revela nuestro propio mundo interior. Nos muestra nuestras carencias, límites, prejuicios y deficiencias.

Somos, desafortunadamente, una sociedad construida desde muchos prejuicios, entre estos, los patriarcales y machistas. Y esto, no porque el coronavirus discrimine, sino porque la reacción ante la crisis revela una violencia consolidada y agudizada en sus consecuencias. La actual pandemia revela una sociedad construida y alimentada desde la desigualdad social y de género.

Me gustaría que reflexionemos juntas y juntos sobre cómo valoramos, como sociedad, las tareas del cuidado, del hogar y la limpieza. Es un hecho que son actividades mal remuneradas y, por supuesto, pensadas desde el imaginario colectivo, como exclusivamente femeninas. Las mujeres y las niñas se ven afectadas por la pandemia de manera desproporcionada y diferenciada. El solo hecho de que las tareas del cuidado sean en general atribuidas a las mujeres, las deja en una situación de mayor exposición a la enfermedad.

El sistema requiere de ellas para seguir funcionando. Más del 70% de las trabajadoras del sector sanitario y de cuidados son mujeres. Dato que corrobora el prejuicio de que son las únicas responsables de estas funciones; y a pesar de la importancia que suponen estas labores no son ni social, ni económicamente valoradas. De tal manera que, a la mujer que sale a la calle después de cuidar de los suyos, para ocuparse de los otros, no solo no se le reconoce, sino que se le explota.

Las mujeres y las niñas se ven afectadas por la pandemia de manera desproporcionada y diferenciada.

Una forma de violencia contra la mujer en México -incluso desde antes de la pandemia- que la COVID-19 recrudeció, es la precariedad de la economía informal de las empleadas domésticas. En el fondo, este hecho revela cómo subvaloramos en nuestra sociedad a las trabajadoras del hogar. Esto se puede percibir de distintas formas, una de ellas es en el análisis del lenguaje que utilizamos de forma peyorativa y por supuesto, en el sueldo y seguridad laboral que se les da. La violencia contra ellas se puede observar, incluso, en el modo en que la sociedad las nombra: “chachas”, “criadas”, “sirvientas”, “muchachas”… una gama de distintas maneras de discriminar a través del lenguaje.

Antes de la pandemia ya se trataba de una situación injusta, porque la mayoría de las empleadas domésticas no tenían acceso a un sistema de salud digno, ni a un contrato de trabajo, propiamente. Sin embargo, la pandemia dejó a las empleadas domésticas en una situación de mayor riesgo; muchas de ellas se encuentran en el limbo de la necesidad y de la caridad de sus “patrones”. Pues, dado que su trabajo no está respaldado jurídicamente, deja a la “benevolencia” lo que debe asegurarse por medio de la legalidad.

En una situación similar, se encuentran las mujeres que se dedican a la limpieza en las instituciones públicas y privadas como los hospitales. Muchas de ellas contratadas “legalmente” por outsourcing, sin cursos de capacitación que les permitan movilidad social o económica. O sea, la explotación laboral de estas mujeres es incluso “legal”. Si bien pudiera darse el caso de que estas tuvieran seguro médico, el hecho de trabajar en hospitales colapsados, las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad. Las cuidadoras cuidan sin ejercer el derecho a ser cuidadas.

Como ya hemos dicho, el sector sanitario, aquel que no pudo “quedarse en casa”,  es mayoritariamente femenino. Por lo que estarán en contacto directo con los pacientes de COVID-19 y corren un mayor riesgo de contraer el virus. A esto hay que agregar que, a pesar de ser mayoría en el sector, pocas ocupan pocos puestos de liderazgo y de toma de decisiones.

Una consecuencia del confinamiento ha sido el aumento del número de casos (reportados o no) de violencia sexual, física y psicológica. Foto: Tomada de Internet

Estos ejemplos nos revelan la existencia de prejuicios machistas en la sociedad que colocan la carga del cuidado y la limpieza sobre las mujeres y las niñas y, por supuesto, sobre todo en aquellas con condiciones económicas desfavorables. De tal manera que el confinamiento o el mandamiento moral “quédate en casa” no fue tan razonable para muchas mujeres. Se presentó un mandato social casi inquisitorio, socialmente hablando, sin importar las condiciones de las mujeres que están obligadas a salir a trabajar.

Ahora bien, el escenario de quienes sí se pudieron quedar más tiempo en casa tampoco es optimista. Una consecuencia del confinamiento ha sido el aumento del número de casos (reportados o no) de violencia sexual, física y psicológica. La posibilidad de reportar agresiones y, en consecuencia, de recibir protección, se ha visto reducida por el aislamiento. Ni dentro ni fuera de su casa, la mujer está segura.

He aquí la paradoja del sistema de salud: no es una prioridad cuidar a quien ejerce la tarea de cuidadora. Es solo un eslabón instrumental para que el sistema funcione. Esta contradicción y la indignación, como actitud ética y filosófica ante ella, supone el ultraje de la dignidad humana en la mujer.

¿Qué nos debe indignar, pues, respecto a la vulnerabilidad de las mujeres y las niñas durante la pandemia? Las mujeres a las que se les ha asignado el rol del cuidado, del hogar y la limpieza en la sociedad, no son valoradas ni social, ni económicamente, más bien, son explotadas.

¿Qué podría decir la filosofía ante todo esto? El filosofar debe dirigir su mirada hacia dos mundos, para contemplarlos de nuevo. El del espectáculo externo que observamos diariamente, ejerciendo sobre él la crítica, develándolo; pero, sobre todo, debe dirigir su mirada al mundo interno. Nosotros nos revelamos en esta crisis; en nuestras formas de relacionarnos con nosotros mismos y con los cuales vivimos.

La indignación, si no quiere caer en el fariseísmo posmoderno de la denuncia que alimenta su autoestima con followers y like en redes sociales, debe implicar la invitación al verdadero compromiso. Me refiero a la denuncia, pero también, a la práctica de la justicia en lo concreto y cotidiano.

La eutanasia de la razón filosófica es la falta de racionalidad crítica. La filosofía debe cultivar el sentimiento de la denuncia como sentimiento de la ruptura entre el ser y el deber ser, entre lo justo y lo injusto.

La filosofía, si quiere ganarse el apodo de ser humanista, debe ser también feminista.

Marx apuntaba una idea muy poderosa acerca de cómo debía ser el papel de la filosofía en los tiempos modernos. Por un lado, criticaba que los anteriores habían tenido lista en sus pupitres la solución de todos los enigmas …ahora -continúa Marx- la filosofía se ha mundanizado. La demostración más evidente de ello la da la misma conciencia filosófica, afectada por el tormento de la lucha, no sólo externa sino también internamente. Es necesario criticar sin contemplaciones, en el sentido de que la crítica no se asuste, ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos[1].

El giro de estos tiempos debe dirigir su mirada hacia las condiciones de injusticia. La racionalidad crítica es fundamental en estos tiempos en que la crisis de derechos se pone de manifiesto. Las decisiones bioéticas están en el ojo del huracán y se vuelven todavía más dolorosas con un presupuesto indigno para cubrir lo que implica el Derecho Humano a la Salud de todos los seres humanos. Y por lo mismo, la mirada filosófica debe denunciar la importancia de incluir a los grupos en situación de vulnerabilidad.

Si el discurso de la modernidad nos ha dejado la noción de dignidad; si la Declaración Universal de los Derechos Humanos ya ha reconocido la dignidad intrínseca de todos los seres humanos, ¿por qué no hemos reconocido plenamente, como sociedad, la dignidad humana de la mujer?

No hay filosofía humanista, ni verdaderamente cristiana, sin la reivindicación de la dignidad de la mujer. Sin la conciencia de la dignidad de la mujer, el pensamiento político, social, religioso y filosófico es en parte ideológico. Por ello, considero que la conciencia de la indignación ante la injusticia, debe ser la antorcha que ilumine el camino. La filosofía debe ser la reformadora de nuestros derechos como humanidad.

Por supuesto, de la conciencia de la indignación a la denuncia todavía nos queda el camino de la virtud y la congruencia. Sin la firme convicción de actuar conforme a lo que denunciamos, caemos en el fariseísmo posmoderno de la denuncia sin verdadero compromiso existencial.

Por último, la filosofía, si quiere ganarse el apodo de ser humanista, debe ser también feminista. La tarea de la filosofía es optar por la razón, apostar por la racionalidad ante la posibilidad del sin sentido, la barbarie o el nihilismo que supone el desconocimiento de la dignidad de la mujer en el mundo.

 “Imposible callar.

obligación de hablar.

Y si la política, que se filtra por todos lados,

falseara las intenciones originales del discurso,

hay obligación de gritar”

(Emmanuel Lévinas, Difícil libertad. Ensayos sobre el judaísmo. 2004)


Notas:
[1] Véase, Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, editorial progreso, Moscú, 1979.

El presente trabajo fue tomado del blog CISAV: https://cisav.mx/2020/09/04/filosofia-mujer-y-covid-19-sobre-la-experiencia-filosofica-de-la-indignacion/