Francisco Formell Madariaga entró dos veces en mi vida antes de tener en mis manos el libro sobre su obra escrito por María Elena Marqués Tablón, ahora publicado por Ediciones Cubanas (Artex): primero, cuando a propósito del medio siglo del enero victorioso de 1959 entrevisté a Juan Formell para el volumen Como el primer día y luego cuando en mi condición de editor jefe de la página cultural de Granma una estudiante de Periodismo me trajo una nota sobre un acto realizado en el Museo Nacional de la Música.

En la entrevista con mi amigo Juan, este recordaba en el primer escalón de su formación musical la incidencia de su padre y fue entonces que precisó que él mismo tenía una deuda con el legado de su progenitor, quien, lamentablemente, no había sido reconocido como debía en tanto figura esencial en la historia de la música cubana. “No solo mi padre me puso en este camino —comentó—, sino siempre fue guía en mi modo de actuar, me alertó de muchas cosas, me enseñó que para ser músico no solo cuenta la técnica, también la conducta”. Fue en ese momento que Juan me lanzó un reto, del cual hablaré más adelante: “Debías conocerlo —dijo—, pues hizo mucho periodismo y te interesaría saber que tocó temas de los que a ti te preocupan”.

De izquierda a derecha: Francisco Formell Madariaga, Francisco Formell (hijo mayor), Juan Formell (hijo menor) y su esposa, María Cortina. Foto: Archivo familiar / Tomada de Cubadebate

El 17 de abril de 2012, en el Museo Nacional de la Música, se efectuó una presentación singular. Al tener noticia del acontecimiento no dudé ni un minuto en darle espacio en el diario Granma bajo el título: “Francisco Formell Madariaga en el lugar que merece”. La idea pasaba por recalcar cómo dentro del patrimonio musical cubano, la obra de Francisco Formell Madariaga debía ocupar un lugar visible por la diversidad de su catálogo como autor y la labor que desempeñó como director de bandas de concierto. En aquella velada, a la que asistió el fundador de Los Van Van, la musicóloga Nadia Reyes dictó la conferencia La obra creativa de Formell Madariaga, que en una de sus conclusiones dictaminó: “Los elementos más significativos de nuestra identidad están presentes en sus guajiras, canciones y montunos, que forman parte de nuestro patrimonio”.

Si Juan atesoró la savia transmitida por su padre, fue porque al cariño y la gratitud del hijo se sumó la toma de conciencia de una huella cultural de carácter seminal. Y si fue posible una tesis acerca de la vida y obra de Formell Madariaga, se debió a la pasión y entrega de una mujer excepcional, María Elena Marqués Tablón, nuera del músico y geóloga de profesión, quien se dio a la tarea de preservar el legado material y espiritual de su suegro y, con rigor, seguramente imbuida por lo que aprendió en su quehacer científico, desentrañar capa por capa, plano a plano, las múltiples facetas cultivadas por Formell Madariaga y sus confluencias, a fin de ofrecer el perfil de un creador de cuerpo entero.

Francisco Formell Madariaga / su obra es un libro definitorio aunque, bien lo sabe la autora, no definitivo, puesto que de sus páginas se deben desprender aproximaciones puntuales, diversas y posibles en cada uno de los ámbitos que aborda. Y porque, si queremos completar el ciclo, para que cobre pleno sentido, habrá que poner en valor, es decir, en los canales de realización de la vida musical cubana contemporánea, la creación del biografiado.

Foto: Tomada del perfil de Facebook de Ediciones Cubanas (Artex)

Desde el punto de vista estructural, Marqués Tablón sitúa tres etapas en la trayectoria de Formell Madariaga, desde su nacimiento el 5 de septiembre de 1904 en Santiago de Cuba hasta su deceso el 14 de octubre de 1964.

De tal manera lo seguimos de oriente a occidente en los días de formación y crecimiento, bebiendo en el ambiente las fuentes de los géneros populares y asimilando los recursos del lenguaje sonoro para adaptarlos a su veta creativa. En el teatro vernáculo, como músico y luego en calidad de libretista, halló un filón para encauzar inquietudes y labrarse un camino inicial en la vida.

La segunda etapa sobreviene cuando se instala definitivamente en La Habana. Consolidó su proyección profesional y autoral al estudiar con el maestro José Ardévol. En determinado momento se identifica con los principios estéticos del profesor y sus discípulos, al punto que es legítima, y aquí se prueba, validada por las opiniones de María Teresa Linares y Juan Piñera, su pertenencia al núcleo fundacional del Grupo de Renovación Musical, de notable importancia en la cultura cubana de la década de los 40 del pasado siglo. Subrayo este hecho, porque es menester que se reconozca y avale para siempre, para que no se omita más este dato revelador.

Será necesario bucear en los rasgos estilísticos de una obra como “Fieta e canto”(1944) o en el poema sinfónico “El Apóstol”(1954) para conocer de primera mano la evolución de un autor que se interesó por los grandes formatos de la música instrumental desde una vocación nacionalista.

Fue en esta etapa intermedia de la vida de Formell Madariaga en la que cuajó su obra como periodista y crítico musical, en el ejercicio persistente y continuado en el Boletín Musical de Novedades. Marqués Tablón reproduce notas interesantísimas que dan cuenta de los temas en los que el escritor puso corazón y convicción para defender ideas y sentimientos. Vale la pena repasar esas líneas, que apresan las luchas por la dignidad de lo cubano, de su cultura, de sus bases más auténticas. Puedo decirlo con total certeza: la obra periodística de Francisco Formell Madariaga debe ser motivo de estudio e inspiración para quienes ejercen hoy o se preparan mañana para cumplir con la misión del periodismo cultural en nuestra época.

“Patria, música y familia (…) fueron pilares en la vida de un creador ejemplar. El libro lo va demostrando en su recorrido”.

De tal modo desembocó en los años 50 y sobre todo, en los pocos pero intensos años que vivió la naciente revolución triunfante, como un hacedor profundamente comprometido con los cambios sociales y el papel que la cultura debía desempeñar en ellos.

Como se observará, no he abundado en detalles. Dejo a los lectores una invitación a la curiosidad intelectual para que en este libro hallen giros sorprendentes e inesperados. Nadie calcula su valor hasta que se conoce la reciedumbre de un pensamiento y la estatura de una obra musical que nos merecemos.

Solo me permitiré una última observación. La autora del libro revela la correspondencia cruzada entre Formell y Fernando Alonso, en la que aquel ponía a disposición de este una partitura con la ilusión de que fuera utilizada en una creación coreográfica del Ballet Nacional de Cuba, encabezado por la gran Alicia Alonso. ¿No estaría en nuestro campo de acción propiciar el rescate de aquella propuesta con la cual quedaría saldada una deuda?

Patria, música y familia, afirma Marqués Tablón, fueron pilares en la vida de un creador ejemplar. El libro lo va demostrando en su recorrido. Ética, consecuencia y coherencia de una existencia que nunca más volverá a ser inadvertida. Tal como afirma el maestro Juan Piñera, este es “punto de partida, eslabón indispensable e instrumento que no puede soslayarse, para reconstruir un momento de la música cubana: el de décadas de una República en tránsito hacia una revolución musical dentro de una Revolución social y definitiva”.