En tiempo de relojes, donde lo circular deviene arquitectura: la función del osteópata. Acompasado y libre de aquel estereotipo que no debe situarse más allá del conflicto de proliferaciones que lo hacen factible, cada símbolo-imago, “como vías de construirlo todo, y bien, desde los hornos”,[1] resulta ser vestigio, una especie de diálogo presto a las intimidades del comercio (flesh y nube per se) en ejercicio pleno de acción y contención.

“Tradición y ruptura vuelven a ser complicidad en un libro y en la poética de Aroche”. Foto: Tomada de Internet

Según Julia Kristeva, “recurriendo a la estructura anónima de la lengua el sujeto se forma y se transforma en el discurso”. Entonces, a través de esa estructura, e interpretando la experiencia de un viaje tras aquella “ventana desde la que tan mal contábamos los vagones azules del expreso”,[2] La esfera sur, de Rito Ramón Aroche, trae a colación imprevistas y múltiples asociaciones que, aun reconociendo en ellas la consagrada manifestación de un estilo o espíritu, pretenden colocarnos frente a una realidad otra (ya dentro de sí misma), fragmentada en su desplazamiento semántico —¿su materia?—: el paisaje-lenguaje.

Preguntas como: “¿Por qué tener que dar muestras de cuáles eran, y son, nuestras posiciones? ¿Has estado alguna vez cerca de los aliviaderos? ¿No te importa tener unos amigos/perderlos? ¿No te importa?”,[3] solo obtienen respuesta desde su secular y escéptico diagrama, como quién se descubre cráneo y fuga a la vez. Tradición y ruptura vuelven a ser complicidad en un libro y en la poética de Aroche. Ya toda explicación o significación podrían argumentarse, orientarse quizás, imaginando un punto, sin pretexto ni zonas cardinales, más bien a la deriva, donde surge constantemente (a merced de la esfera) ese diseminado olor a estiércol que proviene, a decir, de todas partes; ese concepto único (¿Cranía?) sobre el cual los vagones se desprenden. Una declaración de principios, gestual y conceptual (“Presionando sobre las palabras”), da inicio al cuaderno, para luego desatar en “Relojes de antes” lo que para mí constituye una tríada de textos capilares dentro de la cosmovisión de Aroche (“Dios y los dioses”, “El hostelero” y “De la hacienda”): esferas que abren círculos y vínculos concéntricos. Salta y surge el relato de los contenedores, mediando siempre en vilo el rigor y la factory,pero ¿hacia dónde nos lleva ese traje de baño que ha sido, junto al polvo, polvo y parte electiva del sistema?, ¿ese Rex?, ¿ese arácnido?, ¿hacia dónde nos lleva? Necesidad de un pestañeo sempiterno bajo tensión poética con tendencia real a lo absoluto. Necesidad de “Vientos en la parte de al lado. O solo la estructura sucia de participar, de una estructura (?) mientras vagamos”.[4]

“Necesidad de un pestañeo sempiterno bajo tensión poética con tendencia real a lo absoluto”.

Eso que todo interlocutor consciente pretende desentrañar o busca (en ejercicio pleno de acción y contención) en los contrastes, los métodos y las articulaciones de carácter semántico, cumple su cometido donde lo circular deviene arquitectura, casi para decirnos a la manera de los anacoretas que todo se difumina allende, bajo supuestos efectos curativos, tras aquella ventana desde la que tan bien contamos los vagones azules del expreso.


Notas:

[1] Rito Ramón Aroche: La esfera sur,Editorial Extramuros, La Habana, 2021.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

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