Aficionar a un niño a la lectura es entregarle otras manos, otros ojos,
otros oídos, otro olfato, otro gusto, otro corazón.
Nersys Felipe, Premio Nacional de Literatura 2011.

Resulta una verdad incontrovertible, como es conocido, que la literatura para niños y jóvenes en Cuba nace a partir de un hecho histórico que, ocurrido a finales de los años 50 de la pasada centuria, cambia el rumbo de la Mayor de Las Antillas.

La victoria popular de enero de 1959, al abrir nuevos caminos a la vida política, económica y social de la Isla, incentiva, indudablemente, un insospechado movimiento artístico y literario, en que se inserta la literatura infanto-juvenil.

Sería injusto e inexacto no recordar que, antes de esa fecha, algunos escritores, de manera aislada y sin apoyo oficial, intentaron, con mayor o menor suerte, presentar sus obras dirigidas a tan exigente público lector.

Acontecimientos como la fundación, el 31 de marzo de 1959, de la Imprenta Nacional de Cuba y el declarar a Cuba, en diciembre de 1961, territorio libre de analfabetismo, contribuyen a fomentar la literatura infanto-juvenil.

Cubierta de Cuentos de Guane de Nersys Felipe. Foto: Red Pinar

Decisiva es la creación, en 1962, de la Editora Nacional de Cuba, institución que, entre otras casas, cuenta con la Editora Juvenil, guiada por el pedagogo y escritor hispano-cubano Herminio Almendros, el leído autor de Había una vez…

Luego surge, como continuadora de la Editora Juvenil, la Editorial Gente Nueva, fundada en 1967 y adscripta al Instituto Cubano del Libro, a la cual se suman sistemáticamente otros sellos editoriales con propuestas para la niñez y la juventud.

A partir de 1972 se convoca el Premio La Edad de Oro ―concurso que reconoce obras inéditas en géneros como la poesía, la narrativa, el teatro…―, otra acción encaminada a estimular y enriquecer el panorama literario para los pequeños.

Otros certámenes literarios, auspiciados por instituciones nacionales y provinciales, se encargan también de convocar a quienes se interesan en el arte de escribir historias marcadas por la imaginación y la fantasía.

“Otros muchos títulos y creadores pudieran enumerarse en esta relación, que solo se propone demostrar la riqueza, variedad y trascendencia de esos poemas, cuentos, noveletas, piezas para la escena, escritas en Cuba para los pequeños”.

En este rápido recorrido por la literatura escrita para los niños y jóvenes cubanos, a lo largo de las últimas seis décadas, hay autores y obras que merecen el elogio oportuno que reclamaba el Héroe Nacional José Martí.

Dora Alonso (Matanzas, 1910-La Habana, 2001) es una de las primeras creadoras de la Isla en dedicarse, casi de manera exclusiva, a escribir poemas, narraciones, piezas para la escena, para la infancia y la adolescencia.

Galardonada con el Premio Nacional de Literatura 1988 por el conjunto de su obra, en su bibliografía sobresalen la noveleta El cochero azul (1975), el poemario La flauta de chocolate (1980) y el personaje Pelusín del Monte, considerado el Títere Nacional.

A Dora Alonso, Adelaida Clemente (Pinar del Río, 1917-La Habana, 1999) y Renée Potts (La Habana, 1908-2000) se deben los primeros libros de lectura para la enseñanza primaria, publicados, en 1963 y 1964, por el Ministerio de Educación.

Al rescate de facetas de la historia de la patria amada ―con libros como Dos niños en la Cuba colonial (1966)― se dedica Renée Méndez Capote (La Habana, 1901-1989), la cubanita que nació con el siglo.

Cubierta de El cochero azul de Dora Alonso. Foto: Internet

Con su poemario Por el mar de las Antillas anda un barco de papel (1978), el Poeta Nacional Nicolás Guillén (Camagüey, 1902-La Habana, 1989) propone un libro referencial en el panorama del género en Cuba.

Algo similar sucede con otro libro de poemas, titulado Soñar despierto (1988), que firma Eliseo Diego (La Habana, 1920-Ciudad México, 1994), en cuyas páginas demuestra su cuidado discurso lirico.

Juegos y otros poemas (1974), de Mirta Aguirre (La Habana, 1912-1980) y Niños de Viet Nam (1968), de Félix Pita Rodríguez (Bejucal, 1909-La Habana, 1990) son, igualmente, libros ya clásicos de la serie literaria para la infancia y la adolescencia.

Con Cuentos de Guane (1975) y Román Elé (1976), dos narraciones marcadas por una raigal cubanía, Nersys Felipe (Pinar del Río, 1935) obtiene en dos ocasiones el prestigioso Premio Casa de las Américas.

Autora de una amplia obra dedicada en su totalidad a niños y jóvenes ―con títulos como Para que ellos canten (1975), Prenda (1979), Pajuela fina (2001) y Tilín de oro (2011)― recibe, en el año 2011, el Premio Nacional de Literatura.

Imposible dejar de citar a Excilia Saldaña (La Habana, 1946-1999), con su inolvidable libro La Noche (1989), y a Julia Calzadilla (La Habana, 1943), con sus fascinantes historias de Los Chichiricú del Charco de la Jícara (1987).

Cubierta de La noche de Excilia Saldaña. Foto: Cubaperiodistas

En esta nómina aparecen, asimismo, Enid (Santiago de Cuba, 1948) e Ivette Vian (Santiago de Cuba, 1944), con títulos como Las historias de Juan Yendo (1984), Premio Casa de las Américas 1979, y La Marcolina (1986), adaptada a una serie de la Televisión Cubana.

Otros hermanos, Mirta (La Habana, 1947) y Alberto Yáñez (La Habana, 1957-2008), con narraciones como Serafín y la aventura de los caballitos (1978) y Cuentos de Penélope (1981), enriquecen el panorama de la creación infantil y juvenil.

Magaly Sánchez Ochoa (Holguín, 1940) con Tatarí, la pandilla y yo (1994), Luis Cabrera Delgado (Jarahueca, 1945) con Tía Julita (1987) y Julio M. Llanes (Yaguajay, 1948) con Celia nuestra y de las flores (1985) son referencias obligadas de varias generaciones de cubanos.

Freddy Artiles (Santa Clara, 1946-La Habana, 2009) con El conejito descontento (1973) y Esther Suárez Durán (La Habana, 1955) con Mi amigo Mozart (1996) son dramaturgos y piezas para la escena imprescindibles en este panorama.

Otros libros y autores que merecen el reconocimiento son El león vegetaliano (1996), de Felipe Oliva Alicea (Santa Clara, 1941); Papatino y Mamagorda (1992), de Olga Marta Pérez (Matanzas, 1952), y Tita y Pancho (2004), de Nieves Cárdenas (Sancti Spíritus, 1954). 

Con historias desenfadadas, irreverentes, que rompen normas y esquemas, aparecen Enrique Pérez Díaz (La Habana, 1958) con ¿Se jubilan las hadas? (1996) y Eldys Baratute Benavides (Guantánamo, 1983) con Cucarachas al borde de un ataque de nervios (2010). 

“Podemos hablar ya ―comentó, hace cuatro décadas, la investigadora Alga Marina Elizagaray― de una literatura para niños y jóvenes con algunos logros importantes y un desarrollo notablemente acelerado. Una literatura basada en los ideales de lucha y construcción de un mundo nuevo”.

Entre las más recientes promociones de escritores para la niñez y la juventud se encuentran autoras como Olga Montes Barrios (Artemisa, 1973) con Cuentos de Maluja y otras brujas (2019) y Giselle Lucía Navarro (La Habana, 1995) con El circo de los asombros (2019).

Otros muchos títulos y creadores pudieran enumerarse en esta relación, que solo se propone demostrar la riqueza, variedad y trascendencia de esos poemas, cuentos, noveletas, piezas para la escena, escritas en Cuba para los pequeños.

“Podemos hablar ya ―comentó, hace cuatro décadas, la investigadora Alga Marina Elizagaray― de una literatura para niños y jóvenes con algunos logros importantes y un desarrollo notablemente acelerado. Una literatura basada en los ideales de lucha y construcción de un mundo nuevo”.

Y concluía la autora de Niños, autores y libros (1982):

La nueva literatura (…) tiene muy presente la urgencia que para el niño y el adolescente tienen el cultivo de la imaginación y la sensibilidad ―“la humanización de los sentidos”, como lo llamara Marx―; pero no olvida trasmitir valores tan esenciales como el sentimiento internacionalista, el conocimiento y gusto por la historia de la patria y las luchas y dificultades de otros pueblos.

Para los niños trabajamos, porque los niños son la esperanza del mundo, son los que saben querer, escribe José Martí en las páginas de su revista La Edad de Oro (1889), todo un clásico de la literatura infanto-juvenil en lengua española.

No resulta difícil ahora comprobar que la literatura escrita para los niños y los jóvenes en Cuba, a lo largo de las últimas seis décadas, confirma la certeza de esas palabras firmadas, hace más de un siglo, por el más universal de los cubanos. 

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