La exhibición de colecciones privadas suele atraer la curiosidad de los estudiosos, críticos e historiadores del arte, así como del público interesado bien sea en el arte o en la figura en torno a la que se creó la colección. Sabemos que suele presentarse en estas un conjunto de obras que se conforma más por azares de la vida que por un criterio estético o conceptual (aunque también algunas pudieran responder a estos criterios, lógicamente). Pero asomarnos a este tipo de colección se siente como la oportunidad de asomarse también a la vida de la persona; y, además de compartir los tesoros que esta antes poseyera, es una oportunidad de descubrir sus vínculos con otras figuras del arte y la cultura, imaginarnos sus ambientes domésticos y laborales, conocer en alguna medida qué alimentaba su mirada.

Los nombres de reconocidos autores como Jorge Arche, Víctor Manuel García, Jorge Rigol, Julio Girona, Servando Cabrera, René Portocarrero y Samuel Feijóo, entre otros, prestigian la exposición homenaje Raúl Roa: vida y obra, que acogió Galería Habana entre el 23 de septiembre y el 20 de octubre de 2022.

Presentación del catálogo de la muestra Raúl Roa: vida y obra.

Las piezas allí presentadas dejan ver el vínculo de Roa con la vanguardia que no fue solo estética, sino, sobre todo —y en el más amplio sentido—, de pensamiento. Destaca la presencia de los retratos. Puede el espectador intuir en ellos el movimiento en Roa, la importancia de las manos en su gestualidad, la presencia constante del cigarro en sus días, la jerarquía que otorgaba en su existencia al conocimiento, al ejercicio del pensamiento y a los libros como su materialización.

Pudiera decirse que se esperaban los dibujos de Juan David, cuya producción artística indudablemente ha marcado el imaginario visual que poseemos de Raúl Roa. Sorprende, no obstante, el título de aquel de 1969 en que el también conocido como el Canciller de la Dignidad —que había dado muestras de su valentía, gallardía y dominio exquisito y absoluto del idioma, en los más diversos registros y escenarios de la diplomacia internacional— nos es presentado como El poeta lírico. O El Roa de Chago (sin fecha), cuyo título pudiera interpretarse como una declaración de autoría; pero es sin dudas —y sobre todo— una apropiación no solo desde el punto de vista gráfico, sino personal. Así ya no solo nos hacemos una idea acerca de aquello que estaba en la mirada cotidiana de Roa, sino también cómo era visto él por sus contemporáneos.

Enternece la imagen que del joven Roa nos ofrece un también presumiblemente joven Julio Girona. Y aunque la ausencia de la fecha de realización de la escultura pudiera atentar contra la posibilidad de plantear una hipótesis acerca de la edad del autor, la frescura de la pieza de alguna manera lo indica. Una ternura que no es exclusiva de la juventud pues aparece también en el cuadro de Henry Tanner en el que Roa, un hombre de entonces 73 años, nos recibe en su despacho. Lo rodean los libros, incluso podemos leer algunos títulos que nos dan pistas acerca de sus intereses y filiaciones (Pablo de la Torriente Brau, Mariátegui, Catauro de cubanismos…); el cigarro descansa en el cenicero mientras su mano sostiene un documento con notas al margen que sugieren un proceso de corrección. Su mirada se alza bondadosa a su interlocutor y se intuye cierta dosis de picardía… es tal vez la expresión del aura de su legendario sentido del humor.

Pero, indudablemente, esta muestra va mucho más allá de las obras de su colección; es una evidencia de la sentencia que planteara Ambrosio Fornet en un texto recogido en el volumen Huellas en el tiempo: “Los condicionamientos ideológicos son tan fuertes, y eludirlos es tan difícil, que hay que dar por descontado que, en el noventa y nueve por ciento de los casos, cuando hablamos de literatura no estamos hablando únicamente de literatura”.[1] En este caso pudiéramos hacerlo extensivo a las artes visuales: esta muestra es un pretexto para acercarnos a la vida de Roa.

“Mucho nos queda por aprender de Roa para que su vida siga siendo una semilla fértil”.

Acompañar entonces las obras, con fotografías, documentos y un audiovisual que recoge testimonios sobre su persona, es sin dudas, más que una solución museográfica, un excelente complemento para acercarnos a esta figura. Se agradece el segmento dedicado a presentarnos a través de imágenes a su familia, de extensa presencia y trascendencia para la historia de la nación cubana. Le siguen tres imágenes que funcionan perfectamente para anclar, desde el punto de vista ideológico, su pensamiento y acción: Roa con Fidel, con el Che y con Raúl. Puede decirse que con esta tríada de instantáneas se cumple una premisa que Alejo Carpentier —el más joven miembro del Grupo Minorista y quien también fue prisionero por la causa comunista en 1927— planteó en su ensayo Literatura y conciencia política en América Latina para describir la red de intelectuales que funcionaba como parte de la primera vanguardia cubana y latinoamericana: “Sabemos quién es quién y nos basta con saber con quién anda aquel para saber quién es. Pronto empiezan algunos, sin embargo, a entender que la política no es un juego. Que el comprometimiento entraña muchas molestias”.[2]

El quehacer de Roa como diplomático se intenta resumir en 18 imágenes, pues no hay manera exacta de representar la magnitud de dicha obra. Las más de las veces no queda evidencia visual de las largas horas de estudio, reuniones y discusiones que suelen ser las más fructíferas. No obstante, es una excelente muestra de cómo la política y la diplomacia deben ser entendidas como una labor que abarca la relación entre las más diversas áreas de la vida, y que para que sea en realidad efectiva y trascendente tiene que estar respaldada por una cultura vasta y sólida; no hay otra manera de sostener un diálogo auténtico con interlocutores de las más distintas culturas y latitudes, con líderes religiosos, políticos, un artista o un cosmonauta.

Las piezas presentadas dejan ver el vínculo de Roa con la vanguardia de pensamiento.

Se nos revela asimismo un Roa capaz de participar en el corte de caña o de presentar un libro en medio de la calle. Fue no solo un hombre de pensamiento, sino también de acción y de impacto sobre las masas. De ellos da fe su gestión como Director de Cultura entre 1949 y 1951, descrita por la Dra. Luz Merino en uno de los textos contenidos en el catálogo de la muestra. La elección de un lema martiano (“Ser cultos para ser libres”) fue una declaración explícita de sus raíces ideológicas y de la orientación de su quehacer que, si bien no tuvo el alcance que él pretendía, sentó un precedente ineludible si de política cultural cubana se trata. A él tendríamos que volver siempre.

Con su vida y obra, Roa cumplió el ideal de intelectual que, otro de sus contemporáneos, Emilio Roig de Leuchsenring, planteara en un artículo de 1929 dedicado a analizar el Grupo Minorista, al cual también perteneció:

(…) no vemos que puedan sustraerse los intelectuales nuevos a desempeñar en su patria expectativa esa doble misión, si su radicalismo artístico es sincero y honrado y no pose aristocrática de falsas minorías selectas o simple camouflage de incapacidad e incompetencia; misión que no consiste en realizar trabajos de muñidores políticos o anarquistas de barricada, sino en ser consecuentes con sus ideas y sentimientos, poniendo su talento y su arte al servicio de la cuestión político-social, misión que consiste en que estos intelectuales nuevos no dejen de ser hombres por querer ser más artistas.[3]

La exposición pone también de relieve el papel de la Universidad de La Habana en la formación intelectual y en la proyección política y social de Roa durante las décadas de los 30, 40 y 50 del pasado siglo. En este punto, se hace inevitable mencionar a las doctoras Ana Cairo y Luz Merino. Ana dedicó sustanciales esfuerzos investigativos y editoriales para contribuir al reconocimiento de la vida de Roa (se hubiese deleitado con las fotografías). Luz insistía en acercarnos a ese período de la República para que verificáramos el continuum de la historia y fuésemos capaces de reconocer en ella las esencias, los préstamos, las relaciones que se expresan hasta el presente. Justamente, Luz Merino inicia su texto que acompaña la exposición haciendo mención a su labor “como decano y profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de La Habana” a la par que lideraba la Dirección de Cultura.

Esta muestra es un pretexto para acercarnos a la vida de Roa.

Son elocuentes también los documentos colocados en la vitrina. Sobrecoge el collage elaborado por el propio Roa con recortes de periódicos de la época que ocupa el centro. Más allá de que desde el punto de vista formal el tamaño podía sugerir que se colocase en ese sitio, pienso que esta decisión museográfica, tomada por Marilyn Sampera (curadora de la muestra) y Tania Parson, responde a que ese momento y espacio fue determinante en su proyección política y profesional posterior.

La vitrina contiene verdaderas joyas de la memoria y nos ofrece la posibilidad de (re)construir la historia. Están ahí su historia familiar, la carta que da fe de la entereza de los jóvenes del Directorio Revolucionario, la proyección de quien fue capaz de cumplir con lo que, en 1930, Leuchsenring definiría como el “deber de los intelectuales de participar activamente en el estudio, desenvolvimiento y solución de los problemas políticos y sociales de la patria chica, y de la patria grande, la humanidad”.[4]

Mucho nos queda por aprender de Roa para que su vida siga siendo una semilla fértil.


Notas:

[1] Ambrosio Fornet: Glosario de la diáspora, en: Huellas en el tiempo. Casa de las Américas. La Habana, 2018. p. 115.

[2] Cit: Alejo Carpentier: “Literatura y conciencia política en América Latina.” En Ensayos. La Habana. Editorial Letras Cubanas, 2017,pp. 190–202 citado por Armando Raggi en Política y cultura en la primera vanguardia cubana,en: Revolución y Cultura,2 y 3/2021. p. 30.

[3] Emilio Roig de Leuchsenring: “¿Artistas y hombres o titiriteros y malabaristas?”, Social,junio de 1929. p. 53. Idem.

[4] Emilio Roig de Leuchsenring: El Grupo Minorista de intelectuales y artistas habaneros. Cuadernos de historia habanera 73. La Habana: Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 1961. Ibídem. p. 31.

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