Revista Bohemia, 1 de abril de 1934

En el curso de los días que nos separan del quince de enero del corriente, han ido apareciendo, en diversas revistas y en la prensa diaria, artículos donde el autor señala las que a su juicio fueron las causas que hicieron caer al gobierno de Grau y donde se hacen continuas manifestaciones sobre la “doctrina septembrista”.

“Septembrismo”, documento ideológico imprescindible en los estudios sobre la Revolución Cubana. Imagen: Tomada de La pupila insomne

Aunque en muchos de ellos he sido aludido, no he creído necesario contestar públicamente, señalando mi actuación en el mencionado gobierno, suponiendo que es harto conocida para necesitar ser esclarecida. Pero en el semanario Bohemia, correspondiente al 25 de marzo del corriente, aparece un artículo firmado por Sergio Carbó, escrito con el propósito, según manifiesta, de salvar la realidad histórica, más importante que la de su personalidad destacada. Y en nombre de esa realidad histórica escribo estas líneas.

No creo oportuno comenzar dando, como en la mayor parte de los casos, una síntesis de mi actuación revolucionaria, porque los actos realizados contra una tiranía están en razón directa del amor con que se defienden las ideas, y las persecuciones y sufrimientos pertenecen a la eficacia del aparato represivo de esta tiranía, no teniendo nada que ver con la idea misma.

En la larga lucha contra el machadato, soberbia floración de una planta sembrada hacía treinta años, se aceptó casi universalmente la doctrina: Todos para destruir; para construir, unos cuantos. Terrible doctrina que es básica casual de muchos de nuestros males. Pero, a pesar de este postulado fatal, ya en época del Déspota entre la pléyade de conspiradores se formaban distintos núcleos al conjuro de la similitud de ideas o de intereses, pero no lo suficientemente separados unos de otros para cobrar fuerzas bastantes a afrontar solos la labor de una insurrección o posteriormente una obra de gobierno.

Para eso hubiera sido necesario hacer una labor de propaganda y conspiración que los hubiera alejado de los otros núcleos, de este modo, debilitando —aparentemente— el frente de la oposición. Digo aparentemente, porque si bien es verdad que hubiera debilitado el frente antimachadista, hubiera creado y fortalecido, sin embargo, un frente revolucionario en la gran acepción de esta palabra.

La tragedia que debía desarrollarse al caer la tiranía machadista y dar comienzo por tanto la obra constructiva empezó al iniciarse las negociaciones dirigidas por Sumner Welles y la subsiguiente formación de lo que se llamó la Mesa Redonda. Los antinjerencistas, que no aceptamos la intervención de Washington en nuestros asuntos interiores, nos aislamos completamente de los demás sectores y cuando se produjo la caída del Déspota traicionado por sus más fieles servidores, la alta oficialidad del Ejército (la subalterna conspiraba aparte y no pudo producir su golpe), formamos la oposición al gobierno “mediatizado” de Céspedes.

El cuartelazo del 4 de Septiembre, dado por las clases y alistados del Ejército y la Marina, con el fin de hacer una amplia depuración interior y obtener algunas reivindicaciones de carácter moral y material, puso fin al caos creado en ese organismo por las facciones que luchaban por una depuración completa y los que trataban de evitarla a toda costa. Pero el gobierno de Céspedes, impopular y débil por la mediocridad que caracteriza a todos los gobiernos de concertación, cayó también arrastrado por la enorme ola.

Los elementos civiles que colaboraron en este movimiento y los que acudieron después, responsabilizándose con el mismo, fuimos los de la oposición antinjerencista, que habiendo adoptado en principios el programa del DEU (Directorio Estudiantil Universitario), pretendimos ponerlo en práctica.

Cuando la forma colegiada espantó demasiado a los buenos burgueses, Grau fue proclamado presidente por el mismo grupo que se había reunido para formar la pentarquía y que se había constituido en lo que se llamó la Junta Revolucionaria de Columbia.

Tuve entonces el honor de ser llamado a colaborar con el gobierno de Grau desde una Secretaría tan importante como la de Gobernación; y esto fue sugerido, según tengo entendido, por el compañero Irisarri, que a pesar de no haber tenido relaciones conmigo, conocía mi historia revolucionaria contra el machadato y contra el gobierno “mediacionista”. La idea fue acogida con agrado por muchos de los miembros del Directorio Estudiantil Universitario y otros revolucionarios, entre los cuales estaba Sergio Carbó, que no dudo hizo todo lo que pudo por traerme a colaborar con el gobierno revolucionario, pues manteníamos relaciones durante las épocas de lucha antimachadista y antinjerencista.

A estos que desde lejos me llamaron, les estoy personalmente agradecido porque me dieron la oportunidad de hacer desde un alto puesto todo lo que podía por la revolución. Pero no dudo que fue la apreciación de lo que había hecho y lo que creyeron podía hacer por Cuba, el móvil fundamental de esa determinación.

“Nuestro programa no podía detenerse simple y llanamente en el principio de la No Intervención”.

Nuestra labor desde el gobierno, luchando contra los sectores mediacionistas era ardua, pero más arduo aún era nuestro esfuerzo gigantesco para convertir el Golpe del 4 de Septiembre en una revolución antinjerencista y sobre todo determinar hasta dónde llevar el antinjerencismo.

Nuestro programa no podía detenerse simple y llanamente en el principio de la No Intervención. Tenía que ir forzosamente hasta la raíz de nuestros males: al imperialismo económico, el que hizo retroceder a muchos antinjerencistas, dividiéndose nuestras filas.

Ante los decretos que, como enormes martillazos iban rompiendo lentamente esa máquina gigantesca que ahoga al pueblo de Cuba, como a tantos otros de la América Latina, aparecían en escena para combatirnos, todos sus servidores nativos y extranjeros, y su formidable clamor espurio nos restaba uno a uno nuestros colaboradores que, eligiendo las exclamaciones derrotistas, “de este modo no nos reconocerán nunca los americanos”, “estas medidas alejan el reconocimiento”; a las más terribles aún “los americanos desembarcarán”, “cerrarán sus puertas a nuestro azúcar”, etc., nos abandonaban.

Yo, que tengo la satisfacción de haber llevado a la firma del presidente Grau los decretos que atacaban más duro al imperialismo yanqui, los vi retroceder, porque acudían a mí Carbó, Lucio de la Peña, Batista y los otros, para convencerme de la necesidad de disminuir el ataque, de variar nuestra conducta.

“Un movimiento que no fuese antimperialista en Cuba no era una revolución”.

Pero esa labor, conjuntamente a la beligerancia reconocida al proletariado, no obstante la actuación aislada de algunos miembros del Ejército, era para nosotros toda la Revolución. Un estudio somero de la situación político-económica de Cuba nos había llevado a la conclusión de que un movimiento que no fuese antimperialista en Cuba no era una revolución. Se servía al imperialismo yanqui o se servía al pueblo, pues sus intereses eran incompatibles.

Existía el peligro de perder el poder, abandonados en el camino por los que parecían más identificados con nosotros, pero el poder, imposibilitados de hacer la Revolución, no significaba nada para nosotros. Su único objetivo en nuestras manos era la de instrumento para hacer la revolución. Por ello no nos arredramos ante la posibilidad de perderlo.

Y aquí quiero que quede establecido de un modo claro, que Grau no abandonó inesperadamente su cargo, por su propia voluntad. Previas juntas de jefes de Distritos Militares en Columbia, sucesivas entrevistas del jefe del Ejército con Caffery y algunos de los dirigentes de los sectores mediacionistas, habían decidido el golpe a la Revolución. Grau cayó impulsado por los místicos del reconocimiento, con Batista a la cabeza, que habían retrocedido aterrados ante la verdadera revolución que por primera vez veían en todas sus luces.

Fracasamos, porque una revolución solo puede llevarse adelante cuando está mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderosos por su unión inquebrantable, acunados por los mismos principios y no por la doctrina de “todos para destruir”.

Si Carbó lee estas líneas comprenderá por qué estamos separados y sabrá que a pesar de este abismo infranqueable, también le devuelvo un saludo cordial.

“Espero confiado el momento oportuno para nuestra liberación absoluta, que es la que responde al clamor de las masas que todo lo sufren, que todo lo padecen”.

A pesar del quebranto, el gesto del gobierno de Grau no ha sido estéril. Esa actitud fortaleció el espíritu de las clases y alistados del Ejército y la Marina, que vieron en ese momento una consagración gloriosa de su grito de rebeldía del 4 de Septiembre, espíritu cuyo clamor no puede ser acallado con el derecho de usar botas de oficial. Esa actitud rectilínea mostró un mundo de posibilidades al pueblo de Cuba, que ya había bebido con ansias los escritos de nuestros intelectuales, que le mostraban la senda de la Revolución verdadera. Esa posición erguida mostró a los revolucionarios el camino. Esa fase de nuestra Historia es la génesis de la revolución que se prepara —que no constituirá un movimiento político con más o menos disparos de cañón, sino una profunda transformación de nuestra estructura económico-político-social.

Y sépalo el señor Carbó, espero confiado el momento oportuno para nuestra liberación absoluta, que es la que responde al clamor de las masas que todo lo sufren, que todo lo padecen.

Tomado de La pupila insomne

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