¿No importa el destino, no importa la muerte, no importa la vida? El teatro posee las resonancias de una gran tesis universal, capaz de resumir las cuestiones esenciales de todo ser humano. A veces hay fragmentos del arte que se comportan como creadores de un destello de verdad y de luminiscencia. En tiempos de catarsis y de dolores, la escena se abre para dilucidar y para explicarnos cómo se ha de hacer el mundo a partir de lo trágico y lo patético, de lo cómico y lo sarcástico. Las categorías son el molde de una realidad problémica en la cual somos a veces nuestros propios personajes. Pero más duro es cuando el arte nos habla sobre el arraigo y el desarraigo. Somos seres ontológicos, nos define la finitud de la existencia. El hombre es el único animal que sigue viviendo a pesar de que sabe que va a morir. Esa es nuestra grandeza y la gran obra de teatro donde actuamos cotidianamente.

“La identidad somos todos y la hacemos día a día”.

Sala donde la Compañía Teatral Mejunje presentó la obra No importa.

En las puestas en escena de la pieza No importa, por la Compañía Teatral Mejunje, se pueden apreciar esas iluminaciones. Un grupo de amigos se reencuentra luego de muchos años, tres de ellos no residen en el país. Ello desata un poderoso flashback en el cual se comienza a explicar una crónica colectiva que es el sentir de una generación. Afloran el dolor de la partida y el de quienes se quedan, casi con la misma inmensidad y fatiga. Hay un destino en ambas propuestas de vida que se cumple de manera inexorable: la necesidad de un apego, de una identidad que se expresa a través del grupo de amigos.

“(…) todo surgió en medio de la pandemia, que los recluyó en grupos de WhatsApp, en los cuales se comenzó a reconstruir cada una de las existencias de quienes estudiaron juntos y que hoy se hallan en diferentes sitios”.

Adrián Hernández, director de la obra, dice que todo surgió en medio de la pandemia, que los recluyó en grupos de WhatsApp, en los cuales se comenzó a reconstruir cada una de las existencias de quienes estudiaron juntos y que hoy se hallan en diferentes sitios. El destino es un sesgo que determina, en tales debates online, los posicionamientos ontológicos, las afirmaciones filosóficas y las posturas personales. Según Adrián, vio amigos que se dejaban de hablar por tales cuestiones. A la vez, se apreciaba cómo algunos, a pesar de las diferencias, volvían a los grupos y pasaban por alto las discusiones y los debates. No importaban esos detalles, sino encontrarse, tenerse los unos a los otros. La pandemia marcaba un antes y un después, nadie sabía si el próximo enfermo sería él mismo o quizás el siguiente fallecido. La obra nace a manera de otras que marcaron estos procesos históricos de grandes epidemias. Nos recuerda los inicios del Decamerón por ejemplo, salvando contextos. La muerte es la gran igualadora que hace que todos se replanteen el sentido de lo que han venido haciendo o construyendo en los últimos años. La gente compara, analiza, busca, se juzga y juzga a los demás. El peso de la existencia deja de ser una cuestión filosófica y se torna una sombra real que nos persigue y que nos señala. La muerte mientras tanto avanza y quizás no te lleva hoy, pero te recuerda que te va a llevar y que mejor vives el presente lo más honestamente posible y de acuerdo a tu cosmovisión.

“Más que el grupo de amigos, el tema de la obra es la identidad de una generación, debatida entre el arraigo y sus oposiciones, entre amar y odiar, entre el rencor y la conciliación”.

El gran flashback de la obra nos lleva a esos tiempos del preuniversitario en la Cuba de hace varios años en los cuales había otra visión, otras maneras de abordar los conflictos. Y se aprecia en los personajes un despertar paulatino a la conciencia, desde las problemáticas cotidianas y propias de la edad. Siempre va a haber oposición a los proyectos de realización, a las visiones románticas y las aventuras trazadas en esas edades. Hay parteaguas que sirven como fronteras entre lo que es real y lo que es idílico. Y desde bien temprano en los personajes se puede ver esa marca de la bestia, que será la de la obra de teatro de la vida. Más que el grupo de amigos, el tema de la obra es la identidad de una generación, debatida entre el arraigo y sus oposiciones, entre amar y odiar, entre el rencor y la conciliación. Porque cada ser que desfila por la escena tiene razones para pensar de una manera u otra y todas nos parecen lógicas y humanas. Aun cuando el dolor nos llega y lacera. La obra nos dice que todo esto sí importa, a pesar de que queramos virar el rostro, sonreír, hacer una broma en nuestro grupo de WhatsApp, ser simpáticos, ocurrentes, jodedores. El peso de la existencia se siente y no hay levedad en el conflicto, al punto de que el guion tiene concebido un intermedio para que —entre otras cosas— el público respire otra atmósfera más allá de la asfixiante lucidez de la obra. Si Decamerón está escrito a partir de cuentos, anécdotas de la vida pasada en las cuales surge la enseñanza de un manera diáfana y popular, en el caso de esta pieza de la Compañía Teatral Mejunje, Cuba tiene la oportunidad de contarse desde el desprejuicio, desde la ausencia total de frenos, incluso en un tono rocambolesco que en ocasiones da vértigo. La rapidez de las sucesiones de hechos nos lleva a un centro neurálgico como espectadores y se termina formando parte del drama. En ocasiones, los actores se distancian del personaje y hacen una directa con algún amigo o ex miembro del grupo. Entonces, lo que era una pieza de ficción se vuelve real y llega más profundo, toca una fibra más allá. Surgen en los que estamos allí los sentimientos, las añoranzas y hay lágrimas, abrazos y necesidad de abrazos.

“ Vemos las sombras a través de las escenas, pero son hologramas cargados de verdades y de preguntas”.

La emigración como ese sino que nos divide y que une también, se torna una frontera en todos los presentes. Ese parteaguas sale de la escena, se agiganta, toma cuerpo y es una inmensa obra, de la cual la obra representada deviene correlato. Vemos las sombras a través de las escenas, pero son hologramas cargados de verdades y de preguntas. Como toda pieza magistral, no ofrece una respuesta definitiva. Hay un personaje que no emigra, sino que se dedica a publicar sus libros, decide ser el papá, ya que no es hijo de papá. Construye un mundo, que no es perfecto, pero se hace a sí mismo. Más que una postura, encarna quizás lo más cercano a una respuesta. El hombre debe hallarse, más allá del destino, de las fatalidades y de las circunstancias. Tenemos el deber de ser libres y también el gozo. En esa elección de que nuestro ser nos pertenece, está la autenticidad de la obra. Se trata de un fragmento en el cual la errancia se confronta con el hacer y ambos entablan una batalla filosófica. Ni irse ni quedarse son posturas totales, sino el buscarse a través de una obra propia, madura, la cual puede estar en la literatura, el trabajo, la familia, los amigos. Tales hallazgos, no obstante, permanecen vedados para el resto de los personajes hasta este instante, por lo cual puede hablarse de este monólogo como una epifanía, un núcleo dramático que descubre al resto de los caracteres y los describe desde la luz de un nuevo punto de vista. El llanto en muchos se torna reflexión, acción, en paliativo para levantarse del estado de detenimiento, de pasividad. Es una arenga contra el fatalismo, un parlamento que reivindica que sí, que sabemos que vamos a morir, pero que mientras vamos a vivir auténticamente y no en la errancia del ser que busca un constante sentido en el simple traslado espacio- temporal. Más que un viaje en la distancia o el tiempo, la generación requiere de un viaje hacia dentro, de un recorrido que muestre lo que verdaderamente puede hacer y mostrar y quizás allí se halle la felicidad. O algo muy parecido. El personaje que habla de empoderarse, lo dice desde lo más hondo del deseo de una generación que ansía la esperanza, pero que debe también construir esa esperanza. Nada es fácil, la existencia es cuestarriba, pero en este barco vamos todos. Hasta que nos toque el momento de partir definitivamente y no podamos siquiera sacar cuentas.

“El hombre debe hallarse, más allá del destino, de las fatalidades y de las circunstancias. Tenemos el deber de ser libres y también el gozo. En esa elección de que nuestro ser nos pertenece, está la autenticidad de la obra”.

“Ni irse ni quedarse son posturas totales, sino el buscarse a través de una obra propia, madura, la cual puede estar en la literatura, el trabajo, la familia, los amigos”.

La obra no se concibió en medio de la oleada migratoria del año 2022, pero luego coincidió causalmente. Hizo una lectura adelantada y por ende tuvo en sí esa sabiduría de las piezas que se hacen con el tiempo, que lo expresan y lo confrontan. Esto transforma a No importa en algo que definitivamente nos importa. Se llevó incluso hasta la Escuela del Partido, Ñico López, donde se les representó a los educadores sociales que pasan un curso para impartir una nueva visión del trabajo con las comunidades. Ha llenado salas, con personas de diversas posturas políticas e ideológicas. Nadie puede quedar estático, ya que la obra no nos acuña un discurso de barricada ni vacío. No se hace apología del momento ni del pasado, no se condena el futuro. Todo queda en un inmenso abrazo entre amigos, que trae el sabor de una respuesta, sin haber nada definido. Las piezas de Shakespeare tienen la vitalidad de la ambivalencia. Nada en estos dramas es aleccionador, sino que parecieran más proposiciones, provocaciones, llamas lanzadas al tiempo y que pueden despertar incendios. Así hay que ver No importa. Eso fue lo que la llevó a expresar un momento como el actual, desde mucho antes. En el público, están los que tienen un amigo que partió, no necesariamente por cuestiones políticas. Hay proyectos existenciales, deseos, amores, lazos. La complejidad de la vida que en este mundo se hace aún más dura, difícil de explicar o de constreñir en un solo discurso. Por eso la obra prefiere sugerir, incluso pareciera que se invita a la gente a contar su experiencia. Se brinda con un trago de ron, el cual aunque no es abundante, queda como un gesto de hermandad, que es lo que importa

“No hay un horizonte, sino que se nos pide levantarnos de la silla y construirlo”.

La Compañía Teatral Mejunje posee una larga tradición con temas que abordan lo popular, lo tradicional, lo existencial cubano. No importa, a pesar de los códigos posmodernos y de la estética de cabaret de algunas de sus escenas, de su deuda con el teatro de lo absurdo, de su sabor a Kafka, es una obra de humanidad, de apego, de identidad y de hallazgos. Si el autor de El Castillo y El Proceso fuera cubano, haría literatura costumbrista. Esa es una frase que se le escucha decir a Eduardo Heras León en sus clases de narrativa en el Centro Onelio Jorge Cardoso. Todo queda como parte de la actualización de los códigos de la compañía con un presente que es también tradicionalista, identitario y cubano en sus temas, pero que se torna global, posmoderno, caótico, ontológico en sus respuestas y sus giros. Si el planteo de los inicios de esta pieza es una estampa del preuniversitario cubano, con todos sus amores y desencuentros más típicos, el final se pierde en las dilucidaciones de la búsqueda. No hay un horizonte, sino que se nos pide levantarnos de la silla y construirlo. La linealidad nos hubiera dicho que todo estaba hecho, pero el trabajo dramático, la evolución de los personajes, la escritura misma de la obra nos habla, nos reta y nos hace coparticipes. Por ello hay un carácter activo en el espectador. Más allá de la contemplación se halla el camino colectivo de estas generaciones que emigran y que hacen traslados existenciales, más que simples movilidades en lo espacio-temporal.

“Más que un viaje en la distancia o el tiempo, la generación requiere de un viaje hacia dentro, de un recorrido que muestre lo que verdaderamente puede hacer y mostrar y quizás allí se halle la felicidad”.

Cuba necesita esta obra. Requerimos rescatar el papel del teatro como reflejo y como forma de participación popular en la construcción de sentidos. No importa, desde su título, es una ironía para referirse a algo que sí nos importa. Nos importan el destino de la nación, sus valores y sus problemas, sus brillos, su historia y el rumbo que tomará. Queremos ser aquí y ahora, existencialmente. Esto no quiere decir que quedarse o irse sean posturas totales, ni que invaliden algo. Al contrario, uno de los tejidos más lúcidos de la tesis de la historia de esta pieza es que se puede reconstruir la nación a través de los sueños y de las sustancias espirituales. Ese es el país que sentimos y el que nos toca conocer. Hay país en quienes representan la obra y, también, en el actor que entra a través de una directa allende los mares. La identidad somos todos y la hacemos día a día. Eso es también patria y sentimiento. Y por ende un sentido revolucionario de entendernos, de buscarnos y de proponernos un horizonte en común. Esa unidad va más allá de los discursos y entronca con los valores y la tradición humanista de la cultura cubana, la cual puede sobrepasarlo todo.

Si la obra se hubiera ido de un solo lado, no llenaría salas. Tanto si tomaba el rumbo aleccionador, como el condenatorio. Su precisión ha sido esa, el equilibrio. No dispara, como quisieran algunos, ni acaricia, como quisieran otros. Duele, pero restaña. Y en esa sanación no existen la victoria ni la derrota, sino la interrogante. ¿Seremos capaces de hacernos a nosotros mismos? Un hombre es lo que hace con aquello que hicieron de él, dijo Sartre. Llega un punto donde ni el lamento ni la loa caben, sino lo que podemos demostrar. Los traslados nada resuelven. El viaje es existencial. Uno de los personajes que emigra, se encuentra con un cáncer que no la mata, pero que sigue ahí y le recuerda que la muerte define y limita y ello la compele a actuar. Otro, que ejerce la prostitución, también halla un universo caótico en el extranjero y trae consigo problemas de identidad, de construcción del ego. Ha sido lacerado por el vacío de un traslado en el espacio que nada le aportó, sino que le quitó. En todos los casos hay un recuerdo constante de que nada es propio ni definitivo, sino temporal, inestable, pasajero. Y que en el aquí y el ahora está la hondura.

No importa, desde su título, es una ironía para referirse a algo que sí nos importa. Nos importan el destino de la nación, sus valores y sus problemas, sus brillos, su historia y el rumbo que tomará”.

“En tiempos de catarsis y de dolores, la escena se abre para dilucidar y para explicarnos cómo se ha de hacer el mundo a partir de lo trágico y lo patético, de lo cómico y lo sarcástico”.

Puede hacerse de este instante otra obra, con otras tesis. Pero el tema de la emigración nos toca, es demasiado inmediato como para dejarlo de lado. Nuestro deber intelectual se entronca con el compromiso de la reflexión y la crítica, de la vitalidad expresada a través de los códigos y registros de una generación aquejada de este fenómeno. No importa sí nos importa, porque muestra los entresijos, nos revela ante el mundo y sirve como vehículo. No se trata de quedarnos expuestos solo para la queja o la denuncia de un tiempo de rupturas, sino de que el arte cumpla esa función propositiva y universal, la que nos aúna en un mismo sino, que nos coloca en las crisis más catárticas. Y la obra posee esas virtudes, más allá de lo bien logrado de sus argumentos.

No importa sí nos importa, porque muestra los entresijos, nos revela ante el mundo y sirve como vehículo”.

Adrián Hernández cuenta que al título llegaron a través de un debate en el que no se ponían de acuerdo. La frase saltó sola, como un elemento común. No importa, solo queremos expresar este momento, pensarlo, cuestionarlo, construir una identidad sobre la base de un conflicto que nos duele. Pudiera haber ironía, doblez de sentido en esa divisa, pero más que ello está la necesidad de presentarnos un arraigo, una identidad de la que nadie escapa. El deseo de vivir, de obrar, de ser. No importa nada más, ni lo correcto, ni lo conveniente, ni lo formal. Queda la esencia, queda el contenido. Y por encima de eso, las intenciones de una construcción colectiva. La amistad como ese punto en el cual se encuentran los miembros de un grupo para hacer el recuento heterogéneo y vital.

La muerte vela nuestras jornadas, pesa sobre cada existencia, limita cada aspiración. Es el signo oscuro del tiempo. Pero en medio de todo hay que hacer por nosotros mismos, por el mundo y por la vida.

No importa, sí nos importa. Definitivamente.

“Los traslados nada resuelven. El viaje es existencial”.

“Si la obra se hubiera ido de un solo lado, no llenaría salas. Tanto si tomaba el rumbo aleccionador, como el condenatorio. Su precisión ha sido esa, el equilibrio”.

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