Hace cuarenta años, conmovido por la cercanía de una fecha cerrada, el gran poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar escribió y publicó un poema de homenaje a Jesús Orta Ruiz cuya primera estrofa concluía así:

Feliz me siento este día

de estar celebrando aquí

yo que decimero fui

antes de ser coloquial,

al rey del decimeral,

al hermano Naborí…

Repito una palabra clave: decimeral, dado que es precisamente un decimeral de versos improvisados y escritos lo que hoy nos reúne en este Primer Congreso Iberoamericano. Nos reúne la décima, bien a vuelo de voz o a vuelo de pluma, pero también nos reúne la medida de un suspiro, es decir, la poderosa expresión del alma a través del octosílabo. ¿Puede existir entonces un mejor homenaje al Centenario del Indio Naborí? Por supuesto que no. Aquí está su maravilloso punto de partida, aquí está el germen de su magia, aquí está el principal secreto de su sostenida trascendencia.

“Era una rara emoción la que me producía el laúd, al cual me acercaba y lo observaba como si le estuviera buscando el alma”. Imagen: Tomada de Granma

La décima cantada era algo que formaba parte de su paisaje sonoro, y la décima escrita era algo que formaba parte de su paisaje visual: yo desde niño te llevo / del brazo como una esposa / guajirita lastimosa / con hambre de mundo nuevo. Y era cierto, era muy cierto lo que decía el poeta: la décima clásica, la décima redonda, la décima que Cuba había heredado de España, dígase la espinela como si estuviéramos refiriéndonos a una flor, necesitaba tener un mundo nuevo; el mundo nuevo que, con el poderío de su obra, el poeta le fue construyendo a la raigal estrofa.

Pero en cada momento, y esta es una virtud que lo singulariza, otorgándole a los temas una importancia suprema. De ahí que en sus décimas relacionadas con la tradición oral se observe la misma calidad que en sus décimas escritas. Niño todavía, con una inusual gracia criolla, ya improvisaba espinelas de perfecta estructura clásica. Porque en él, como si se tratara de un irrompible lazo maternal, se estableció un nexo que podemos definir así: en la vocación, la poesía; en su procedencia, lo popular; y en la décima, las tradiciones.

El Indio Naborí se da a conocer como poeta-repentista en 1939. Tenía diecisiete años, marcando un antes y un después en la historia de la poesía oral cubana. Pero si vamos a los archivos, nos daremos cuenta de que un año después, solo un año después, el poeta escribe y publica su primer cuaderno de versos. Lo tituló Estampas campesinas, colocando como primer poema su ya antológico “A través de un olor”: Mi niñez descalza y pura, / como la misma ignorancia, / me viene por la fragancia / de una guayaba madura. Tanto en lo oral como en lo escrito, pasó a ser un eje referencial, un modelo a seguir, un patrón de cambio y una brújula renovadora.

Por cierto, hace un momento mencioné el año 1939. Fue a partir de ese instante que Jesús Orta Ruiz decidió utilizar el seudónimo de “Indio Naborí”. Es bien conocido, y en estos días se ha dicho con reiterada frecuencia en la televisión, que todo ocurrió en un programa de radio, y que partió de un pie forzado: las penas del Naborí, un octosílabo del célebre Nápoles Fajardo. Pero lo que no es conocido, para nada conocido, es el texto íntegro de la décima que el joven poeta de San Miguel del Padrón, nacido el 30 de septiembre de 1922, improvisó ese día. Y ya que estamos en Congreso, aquí les va:

La ciudad crece y se aviva

pero, sangrante de olvido,

el campo se ha detenido

en la hora primitiva. 

Y como sigue cautiva

la esperanza de Martí,

sin Atabex, sin Cemí,

en lo triste del retiro

está sufriendo el guajiro

las penas del Naborí.

Llegado este punto, dejemos que sea el propio “Indio” quien nos cuente, en dos breves anécdotas, los primeros pasos de su vida como poeta improvisador:

Me contaban mis hermanos mayores que yo, sin más que cinco o seis años, centraba toda mi atención en la música y en la improvisación, totalmente desentendido de los juegos que en la calle o el patio disfrutaban la mayoría de los niños. Se diría que estaba repitiendo con los labios las décimas que escuchaba. Más de una vez mi hermana Adelaida se preocupó al ver que yo temblaba. Era una rara emoción la que me producía el laúd, al cual me acercaba y lo observaba como si le estuviera buscando el alma. No demoré mucho en cantar décimas, cuartetas o redondillas de las que oía en mis contornos. Entre estas, aprendí una controversia folclórica que los campesinos del lugar denominaban “El perro y el gato”. Eran diez redondillas que mi padre, gustador del contrapunto, hizo que el vecinito Reynaldo Díaz y yo la cantásemos. Era de ver cómo los labradores y obreros se agrupaban y entusiasmaban con la polémica inocente, no obstante ya sabérsela de memoria.

En uno de estos encuentros míos con Reynaldo (yo tendría unos ocho años más o menos), al final de la competencia, él me dijo su ya consabida redondilla:

Yo soy el perro y tú el gato

que entramos en discusión,

pero con la condición

que si me arañas, te mato.

Los presentes esperaban de mi parte la también consabida respuesta… Pero se sorprendieron cuando le respondí de un modo totalmente distinto al habitual y más ajustado al tema. Ese día yo me inicié como repentista, improvisando mi primera redondilla:

No eres perro, no soy gato

ni entramos en discusión:

esta es una reunión

y vine a pasar un rato.

Gracias a la memoria de mi hermana Adelaida es que ahora puedo recordar la anécdota casi al detalle. Y digo más: la antigua controversia que mi padre nos enseñó a Reynaldo y a mí, llegada a él por tradición oral, es testimonio indudable de que la estrofa de cuatro versos octosílabos (redondilla) antecedió a la décima como letra fija del punto cubano.

Hasta aquí la primera anécdota, lo que de inmediato me lleva a compartir con ustedes la segunda:

Mis nanas habían sido décimas criollas; las cantaba mi padre pastoreando el ganado y las cantaban mis vecinos estancieros. Esa influencia hizo que yo, a los nueve años de edad, ya improvisara décimas siguiendo el molde de las aprendidas. Recuerdo que una noche de enero, cuando yo contaba con 13 años, los vecinos me hicieron cantar en el patio de la casa de Perdomo, un pequeño agricultor de la zona. Algunos dudaban de que yo improvisara realmente, y me exigían que cantara sobre las cosas que sucedían en aquel momento. El doctor Benigno Fernández y unos amigos procedentes del centro de La Habana, también compartían aquella canturía. Constituían un grupo de aficionados a las corridas de toros, a quienes mi padre servía en la selección del ganado para una pequeña plaza clandestina que habían construido en la antigua finca ganadera “Los Zapotes”, donde yo vivía. Llegó el jinete Cheo Candela y yo le improvisé una décima que terminaba así:

Cheo Candela, el montero

en su jaca ceboruna

viene partiendo la luna

caída sobre el sendero.

Don Benigno manifestó su asombro de que un niño de aquel rincón fuera capaz de expresar tanta belleza… Yo estaba abrumado y ruborizado por tantos elogios. Pero al fin don Benigno me hizo un bien, pues me dijo que nadie podía ser un buen poeta sin tener pleno dominio del idioma, recomendándome además el estudio de la gramática y la lectura del libro “Retórica y Poética”, de Arpa y López.

La lectura se convirtió para mí en algo obsesivo. Y quién sabe, pero tal vez ese mismo deslumbramiento que yo tuve por las letras fue el verdadero culpable de todo lo que vino después, no obstante tratarse de una persona que vivía en la mayor penuria. Hoy puedo afirmar que nada, ni lo más duro, logró mutilar el desarrollo acelerado de una vocación poética que ya, entre 1939 y 1940, había encontrado su cauce concluyente, lo que hacía posible que un adolescente finalizara sus improvisaciones de una forma un tanto “extraña” para la época:

La luz de la luna fría

penetra por la ventana

y desprende a la campana

una muda sinfonía.

El Indio Naborí logró fundir en sus versos lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno, otorgándole el rango de categoría estética a ambas modalidades. Por eso hoy se puede afirmar, con total conocimiento de causa, que después del Indio Naborí todos los poetas populares cubanos fueron un poco mejores; nombres que, de igual manera, se escucharán con fuerza en las tres comisiones teóricas que tendrá este Congreso. Precursores y propagadores de la tradición oral quedarán unidos a los llamados poetas “cultos”, quienes, en su gran mayoría, también utilizaron la espinela como vehículo de expresión poética.

El Indio Naborí logró fundir en sus versos lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno, otorgándole el rango de categoría estética a ambas modalidades.

Eso sí, en las décimas del Indio Naborí (improvisadas o escritas) se puede hacer un viaje a las raíces nutricias de la nación cubana. ¿Sigue o no sigue revoloteando entre nosotros su alma octosilábica? Es un hecho reconocido por todos que este poeta fue el gran renovador de la décima iberoamericana en sus dos vertientes, mérito que no desdibuja en ningún aspecto su proverbial modestia, la maravilla de proyectar humildad tras los bordados de una impecable guayabera blanca. Por eso decir Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad, y luego termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia. Varios críticos han insistido en la siguiente valoración: “…lograba complacer y hasta entusiasmar, por su genio poético, a todos los niveles del espectro cultural, desde los más populares hasta los más elitistas, desde el barrio hasta los salones, desde el guateque jubiloso hasta el ambiente severo y solemne de las academias…”.

¿Cuál es la pura verdad?, pues que estamos ante el legado de un hombre altamente comprometido con el momento histórico que le tocó vivir, ante un poeta que tuvo una intensa vida creadora, ante un poeta sumamente atípico. En una misma persona se unen el poeta que escribe y el poeta que improvisa décimas, pero igual se unen el poeta culto y el poeta popular, e igual el periodista y el folclorista, e igual el revolucionario y el intelectual de afilado pensamiento; por ello resulta bien complejo realizar un análisis independiente de cada parte sin que al final nos hagamos cómplices del todo significativo que encierra su quehacer artístico.

Decir Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad. Imagen: Tomada de Internet

Nada más parecido a Jesús Orta Ruiz que su propia poesía. Quien de verdad desee conocerlo, por dentro y por fuera, solo tiene que acercarse a su obra, teniendo como premisa de análisis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras nunca existió ninguna contradicción, porque ambos eran complementarios. El Indio Naborí no cantaba por cantar, no escribía por escribir. Todo lo contrario. Sus versos, desde el primero hasta el último, siempre fueron emoción recordada, emoción compartida, algo que estallaba en su voz a partir de un íntimo estremecimiento.

La huella de este admirado poeta, distinguido en 1995 con el Premio Nacional de Literatura, fue un faro orientador para generaciones de repentistas y escritores que vinieron después, y ese después llega hasta nuestros días. Sea, pues, este Decimeral o Primer Congreso Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, un feliz pretexto para volver a recordarlo. Entre otras cosas porque el Indio Naborí, además de ser el más notable portador de la tradición que hoy nos convoca, fue también su principal defensor y promotor, especialmente en tiempos donde eran muy pocos los iluminados y la décima (en sus dos variantes) sufría los rigores del menosprecio. Entonces, como surgida de la entraña misma de la Patria, resonaba bajo este cielo, y sobre esta tierra, la voz inigualable y cadenciosa del poeta: Viajera peninsular, / ¡cómo te has aplatanado!, / ¿qué sinsonte enamorado / te dio cita en el palmar?

El Indio Naborí no cantaba por cantar, no escribía por escribir. Todo lo contrario. Sus versos, desde el primero hasta el último, siempre fueron emoción recordada, emoción compartida, algo que estallaba en su voz a partir de un íntimo estremecimiento.

El Indio Naborí, hasta el último de sus días, 30 de diciembre de 2005, se empeñó en otorgarle a la décima (oral y escrita) su justo lugar en el ancho libro de la poesía cubana, haciéndose eco de un concepto martiano que para él resultaba determinante: lo que no se conoce, no se ama, y lo que no se ama, no se defiende. De ahí que resulte tan importante la entrega del Premio Iberoamericano “Indio Naborí” de Décima y Verso Improvisado, por la obra de toda una vida. Las seis personalidades distinguidas con este lauro son continuadoras del legado que nos dejó para siempre el autor de “La fuga del ángel”.

Estimados amigos y amigas: no obstante los rigores del día a día, no obstante la pandemia, no obstante el dengue, no obstante incluso los efectos del terrible huracán, nos hemos reunido, con tu décima mía, para traerlo de vuelta. Vuelvo a preguntar: ¿puede existir un mejor homenaje al Centenario de su natalicio? Resuenan en todo el país las deferencias: ferias, coloquios, lecturas, grabaciones, centros culturales, galerías, artículos, entrevistas, conferencias, programas de radio y televisión, concursos, librerías, bibliotecas, redes sociales, escuelas, universidades, casas de cultura, audiovisuales y publicaciones de libros que honran la altura de su obra y vida. La obra y vida de un hombre que nació siendo víctima de la más absoluta pobreza. ¡Cuánto simbolismo! Y tal vez por esa razón, en un momento como este, poblado de cultura de principio a fin, regresa también a esta sala la imagen campesina de mi abuelo Payo: un simple montero analfabeto que, no pudiendo expresar lo que sentía, le dejó como herencia a su hijo Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, la necesidad de cantar y escribir lo que a él le había resultado imposible:

Poeta con la agonía

de no atrapar la expresión

de ti, de tu corazón,

me vino la poesía.

Sentiste una melodía

honda, que no tradujiste,

y yo, el heredero triste

de tu inefable sentir,

sigo empeñado en decir

el canto que no dijiste.

(La Habana, Cuba, 5 de octubre de 2022, teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Acto inaugural del Primer Congreso Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado).