Cuando leía Postales (des sens),[1] último cuaderno publicado por la poeta Teresa Melo, hube de recordar aquella idea —verso de Archibald MacLeish— que expresa que un poema no debe significar, sino ser. Y viene a colación a propósito de un viaje a una pequeña isla del Caribe a partir del cual la autora ha conformado los poemas de este libro donde asombrados nos decimos: “Todo eso estaba aquí, mas no quien lo mirase”.[2] Si en libros anteriores la escritora se acercaba a la contemplación del exilio como un fenómeno táctil y metafórico; a la negación como recurso literario, como vehículo de expresión mental a veces fructuosa o infructuosamente,[3] y asumía en tanto cantar de isla el tono conversacional con deslices prosaicos e inestable tensión lírica de un poema a otro, ahora ha alcanzado la efectividad poética y originalidad literaria. En aquellas entregas se observa el instinto de asumir un discurso trascendente sobre la isla más eficazmente logrado aquí, en que aparentemente no se pretende, y con presupuestos más cerca de la vida, que como bien recordaba Martí, es el objeto de la literatura: una persona anciana decía que el arte —y digo yo que también la poesía— es algo que se repite, pero describe la esencia de la vida de quien lo crea.

“Ha alcanzado la efectividad poética y originalidad literaria”.

Los textos son evocaciones de sitios visitados: plazas, cafés, escuelas o momentos que describen cardinales en la bruma, y el aroma mortecino y perenne de los transeúntes en el intenso periplo del voyeur, en la inercia que provoca instintos de un país otro. Porque lo observa todo como un cofre, como paisaje que se ofrece para ser conferido o escanciado, con el espasmo del extranjero. Asistimos al recorte memorable de escenas cotidianas en una poesía que encuentra su virtud en el tono llano, pero que deja el alma en vilo y refleja un extrañamiento que deviene misterio:

Descifro la guía de turistas de la villa.
Creo entender que en 1902 todos, menos uno,
murieron de lava, de erupción.
Qué destino guió aquella sobrevida para un
encarcelado.
Elegido para contar qué cenizas separan
la vida de la muerte.
No comprendo el destino, su point de vue.[4]

Se crean en el libro dos personajes que se intercambian o superponen: la extranjera y la testigo.[5] Ser extraño o ajeno se convierte en misterio, en la razón para descubrir, pues leemos un tejido donde descubrir es impregnar un paisaje nuevo al que ya se tiene incorporado, y en su interacción irrumpen las maneras del iceberg: alcanzas a ver, como la poesía. Aunque el sitio es extraño, el yo lírico busca asideros propios, y en su casi imposibilidad precipita el misterio. El poema, como el país al que se va, es profundo —ojo y oído avizor contra lo ignoto.[6] La mirada tiene un velo, acaso un cristal que ampara desde un verde que paradójicamente a un tiempo acorta la distancia y crea la extrañeza.

“Se crean en el libro dos personajes que se intercambian o superponen: la extranjera y la testigo”.

De la edición del libro solo puedo emitir elogios, en los que ocupa un primerísimo lugar el pórtico y el fin, aderezados con paisajes de isla. Sin embargo, falta la nota de contracubierta, que es como una especie de mapa para el lector. Aunque el cuaderno avanza entre el vibrar de la instantánea o el acento testimonial, algunos poemas tratan lo literario como naturaleza esencial de todo el entramado.[7] En tal sentido se aborda la idea literaria como un tejido pictórico, acaso como la traducción de los saberes: de lo que se pinta a lo que se habla, de lo que se habla a lo que se pinta,[8] o la tela forjándose, fundiéndose, de lo punzado o destruido.[9] Porque los moradores de esta isla llevan ese aire de sal y de sol, ese batir suave de mar que la escritora descubre, descifra, como si de borradores o lienzos se tratara. Pero todo ese aire de arte contenido sabe volcarlo sobre ella en el último poema del libro, que es como un texto resumen o texto síntesis, revelador del cuaderno, donde toma asiento la extranjera en los límites de su esencia. Así la poeta, luego de un arduo bregar de unos libros a otros, de su país a otra isla, ha logrado con este cuadernillo hechizar, lo que, según Zukofsky, es el objeto de la poesía, ha logrado decir con las cosas, y con las ideas también, que lo universal es lo local.


Notas:

[1] Teresa Melo: Postales (des sens), Ediciones Matanzas, Matanzas, 2014.

[2] Verso de G. M. Hopkins.

[3] “Las orquídeas luego cubrieron el lugar / pero no borraron su aura de tragedia.” “La breve duración”,  p. 25. “En mis jardines, Noel / no pastan héroes […] Viene a comer el animal salvaje. / Viene a comer el animal doméstico / A uno y otro los separa [leve] su voracidad / De ambos no sé qué me separa. (…) Árboles acechantes / Los que no me darán su sombra protectora”, “El poema”, p. 30. En Las  altas horas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003.“Allí no dice oscuridad donde debiera/ Ni claridad tampoco. /No dice las palabras que hacían suspirar/ a torpes señoritas atadas  a la radio/ y no somos diferentes/ lagrimeando cuando no nos miran.” “Fin  de siglo”,  p. 15. “Si pudieran volverlos a su sitio/ entender que no tiene importancia/ si le dijeran las amargas verdades/ la noche que no cesa/ no vacilaría su respiración”, p. 25. En  El vino del error, p. 16, Ediciones Unión, La Habana, 1998.

[4]  “Punto de partida”, p. 14.

[5]  En algún momento del libro también se superponen el personaje de la poeta y el del griot. Véase “Griots: Monólogo”, p. 7.

[6]  Parlan de poesía. La extranjera no habla/ Escucha y se traduce con un poco de fe/ esperanzada/ para saber si han entrado al proceloso mar/ del poema y perdido pie y naufragado / y vuelto a encontrar un asidero / mientras escupen el sabor salado y punzante/ de las palabras del poema en los pulmones.

[7]  Véase el poema “Lycée Acajou I”, p. 17.

[8]  Véase “Ella pinta”.

[9]  “Charlotte”, p. 23.

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