A Lorenzo Cisneros Hernández, es decir, a “Topete”, lo conozco desde antes de conocerlo. Me explico: “El Tope” es de la aldea de Boti, del Guaso, de Guantánamo, y amigo de Ángel Íñigo Blanco ―el mismísimo creador del Zoológico de Piedra de Yateras― quien se inspiró en él, le regaló una escultura.

Un día, en la caliza, emergió la figura de un caballero asido a su guitarra, una rodilla en tierra, la otra pierna flexionada; en el instante mismo de cantar. Hasta donde conozco, resulta la única obra tridimensional emplazada en Cuba que encarna a un trovador vivo. Para localizarlo, no había problemas: los amigos ―y los que no lo eran tanto― un poco en broma, un poco en serio, le decían: “Oye Tope, nos vemos en tu estatua”.

Poemario Laberintos del verso, de Lorenzo Cisneros Hernández,
es decir, “Topete”.

Guantánamo fue mi ciudad de estreno, la que me recibió en el albor, a mis 23 años ―añitos―, y cuando regresaba de aquí y de allá, rojo de soles, rojo de ausencias, rojo de hambre, rojo de sexo, rojo de alcoholes, era la estatua, en silencio, quien cargaba mis cuitas, mis excesos.

Fundador del Movimiento de la Nueva Trova, fundador de la Jornada de la Canción Política, fundador del grupo 4 de Agosto, fundador… lo he visto cantar en la Casa de la Trova santiaguera, en el teatro Carlos Marx, en la Casa del Joven Creador, en el bellísimo Metepec, en el descomunal Zócalo mexicano.

Y por si fuese poco el querer, fue el Tope, él, mi guía en la visita a la Pirámide del Sol en la Ciudad Prehispánica de Teotihuacán, es decir, el que atravesó conmigo la Calzada de los Muertos. Fue también el que me acompañó hasta el Santuario de la Virgen de la Guadalupe, aquel día en que yo quise creer que la lluvia y que dos arcoíris (sí, dos), caían-salían para recibirme en la explanada de la Emperatriz de América. Y la vida me dio un salto cuando leía en la cruz: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”.

“…¿o acaso no recuerdas que llevaba apretado contra mí tu disco Regálame la lluvia?”.

No sé cómo, pero tú habías puesto lo tuyo, ¿o acaso no recuerdas que llevaba apretado contra mí tu disco Regálame la lluvia? Advierto pues que ―como corresponde a un poeta―, no seré objetivo, porque Lorenzo Cisneros Hernández, Topete, es, para mí, el guía de los milagros.

Ahora que tengo su cuaderno primigenio, Laberintos del verso, edición de La Comuna Girondo; ahora que Netzahualcóyotl asoma en la primera página; ahora que, en el Encuentro de Poetas del Festival del Caribe, Teresa Melo ha puesto en mis manos este poemario, es la ocasión de dar gracias, de brindar por la existencia de este caballero de la letra y de la solfa:

Enciendo mi verso / cuando escucho los tropos / engendrado en mi aldea / el verdor, los ríos, las calles rectas / se meten entre el mar y la montaña / engullen la belleza / las rejas del patio…

Tenía que ser ese el comienzo. La nostalgia es el aguafuerte de la memoria. “Ay, la nostalgia, / en su vuelo, / va dopando mis instintos”. Las calles de Guantánamo, rectas para siempre en su retícula, en el aliento botiano, son el lugar perfecto de el Tope para su “Entorno I”, en contraste con su “Entorno II”, es decir, con sus vivencias en la metrópoli mexicana:

ya respiro con deleite / el smog de la gran ciudad / los mariachis usan celulares / y el organillo de las esquinas / toca canciones de Los Beatles.

La poesía del Tope, es poesía de los andares, acaso un “arcoíris de adrenalina”, como él dice. Es, como el amor, “una llaga en el cristal”, tantas veces seco, tantas desbordado; el amor que enlaza los “tramos de tristezas y ternuras”. El amor a destajo, pero que “está allí / en el minuto exacto de la vida”.

La poesía de Topete, es una nervadura, es una suspensión, es un desvelo, porque hay una mujer que se ha quedado sola en alguna parte y él anda lejos. Es una filosofía, porque él trata de ser “el animal más feliz del mundo”, pero allí está la jungla, no olviden, la jungla.

“Fundador del Movimiento de la Nueva Trova, de la Jornada de la Canción Política, del grupo 4 de Agosto, fundador…”.

“Gracias que por el mundo andan sueltos los poetas”, dice Lorenzo. Gracias, que en sus versos hay una bala que no matará a Lennon, hay un trino eterno, hay un pedazo de rima llenando sus alforjas.

Uno nunca sabe, amigo, nunca sabe, nunca puede responder tu sencilla pregunta, dejada así nomás, como estocada: “¿adónde irán a parar / todas las cosas bellas (…) todas las cosas que queremos?”. Y recuerdo a Cos, nuestro Quijote Negro que preguntaba igual: “A do fueron a parar, a do fueron”.

“Gracias que por el mundo andan sueltos los poetas”, dice Lorenzo. Gracias, que en sus versos hay una bala que no matará a Lennon, hay un trino eterno, hay un pedazo de rima llenando sus alforjas.

¿Y Cuba, Lorenzo, la de cerca, la de lejos? La eterna benjamina loynaciana, la tuya, con su “mirada de cristal / cual si fuera lava”. Ardiente, a flor. Lava “que se ha vuelto tronco”, llama eterna entre dos. Y la ternura, la pequeñita, la de la caja negra, inexpugnable, que se ha despeñado por algún sitio.

El poeta es “como un resabio que sale a oler el mundo”, escribes-cantas. Esto debía ser breve, pero me dejé llevar. Como un día, frente a tu estatua, un día frente a Quetzalcóatl, un día de esos…

NOTA: Todas las citas corresponden a su cuaderno Laberintos del verso.

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