Gabriel García Márquez representa una parte importante de la identidad continental de las últimas décadas. En su obra acontece un resumen poderoso de lo que ha sido la región en materia de Historia, Filosofía y sapiencia popular. No obstante, desde 2014, sus archivos personales fueron vendidos a la Universidad de Texas, como parte de un proyecto que dicha entidad realiza en las especialidades de conservación de documentos y de estudios latinoamericanos. Quien haya investigado algún tema referido a las Ciencias Sociales sabe lo difícil que es acceder a archivos en el exterior y mucho más si se trata del norte global que, aun con las mejores intenciones académicas, resignifica —desde su propia lectura centrada en el poder— cualquier elemento de la cultura. Quiero decir con esto que amén de que existan incluso mejores condiciones para la restauración documental en los Estados Unidos, el hecho de que dicho archivo no esté en Colombia dice mucho acerca de la precariedad de la región latinoamericana para justipreciar y apropiarse de las pautas identitarias que generan significados y puntos fuertes sobre los cuales afincar una resistencia en el orden cultural, de consumo y de elaboración de ideas.

“Estudiar al Gabo no solo es un ejercicio de crítica literaria, sino una acción con un significado concreto en el contexto de la historia continental”.

Gabo tuvo una relación difícil con el norte global, incluso pesó sobre él la prohibición de entrar a los Estados Unidos hasta que le fue retirada por el presidente Clinton. La cercanía del escritor con Cuba siempre le granjeó la suspicacia del entorno editorial y publicitario anglosajón y de alguna manera limitó el alcance de su obra en dicho mercado. ¿Por qué normalizar el hecho de que el legado más grande de manuscritos, estudios, esbozos, fotografías, caiga en manos de una academia que en su momento no cuestionó el cerco arbitrario contra el autor? La familia de García Márquez ha declarado sentirse a gusto de que en Texas valoren la obra y le den la requerida conservación, pero el asunto va más allá de un simple debate en torno al derecho de autor y la herencia.

Hace justo unos días conocí a Álvaro Castillo Granada, un escritor y librero colombiano que posee todo un recorrido en el arte de valorar la obra del Gabo. En el proyecto editorial La piedra lunar, de la ciudad de Santa Clara, este señor nos dio las coordenadas de lo que vivió con un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad. Resulta que recién fallecido el Gabo, se convocó a una feria en Colombia y le pidieron de favor a Castillo Granada que prestase su libro para ser expuesto. El homenaje a García Márquez tenia ribetes de hondo patriotismo, era la identidad nacional viva la que iba a ser exhibida. El librero, persona consciente, dio su consentimiento. Todo ello derivó en un episodio de robo que se volvió viral y alcanzó titulares. Incluso la Interpol rastreó la deriva de dicho ejemplar. El asunto asumió mediáticamente la cualidad de una reivindicación no solo de García Márquez, sino de la identidad nacional. Luego de un rocambolesco relato policiaco, finalmente el volumen le fue devuelto a Castillo Granada, quien tuvo la delicadeza de donarlo a la Biblioteca Nacional. Ya para ese entonces, los medios habían inflado el valor de dicho ejemplar hasta la cifra de 60 mil dólares, cuando el dueño lo había adquirido a lo sumo por seis dólares en una librería de Uruguay. Según nos relató, el gesto de darle a los archivos nacionales este ejemplar fue interpretado justamente como un hecho de decencia y de consciente activismo patriótico. La historia pareciera haber salido de uno de los tantos cuentos del Gabo, pero contrasta con los destinos que ha asumido el archivo personal en lo más profundo de una universidad del norte. Si un ejemplar de su obra magna fue defendido por la gente casi hasta el paroxismo, el resto de sus pertenencias e incluso una novela inédita permanecen a recaudo de los angloparlantes.

Cuando Álvaro Castillo Granada entregó su ejemplar de Cien años de soledad a la Biblioteca Nacional de Colombia, mostró un humanismo vitalista.

Y es que García Márquez sigue suscitando debates en torno a lo identitario y a la disputa ideológica sobre los espacios continentales. El escritor peruano Jaime Bayly acaba de presentar su libro Los genios, una novela histórica que versiona los sucesos de la amistad entre el Gabo y Vargas Llosa. En esta obra, según trasciende en las entrevistas concedidas por el autor, se realiza una reflexión en torno a lo que significó para el continente y la literatura latinoamericana la ruptura entre los dos genios y qué pasó a partir de ese hecho con ambos. El motivo del famoso puñetazo que le dio Llosa a García Márquez en México vuelve a estar en el candelero y muchos se preguntan por la explicación de algo que sigue estando a la sombra. Para evitar tales especulaciones lo mejor siempre es tener a disposición los archivos, los documentos inéditos, abrirlos al escrutinio de quienes poseen las herramientas para deconstruir la historia. Sin embargo, el mercado sabe aprovecharse de las ventajas generadas por los vericuetos de la compraventa y de esta forma el mundo anglosajón impacta en las dinámicas de recepción y de estudio de las obras y sus autores. ¿Cuántos tomarán por reales las elucubraciones de un libro que se redactó sobre la base de la existencia de un cráter de información? A estas alturas solo Vargas Llosa pudiera revelar de qué iba su disputa personal, más allá de las cuestiones ideológicas o de los diferendos en torno a opiniones estéticas y escriturales. Vender la pelea entre los dos grandes de las letras del siglo pasado en el continente es una forma de ideologizar desde el mercado la tenencia de una obra que debió permanecer en América Latina. Es importante que los estudios deconstruyan la esencia de las páginas a partir de una recepción activa de los legados patrimoniales y de los significados que se derivan de los contextos concretos. Si el Gabo permanece ahora en los Estados Unidos, tal proceso de estudios pasa necesariamente por la lupa de los que alguna vez lo juzgaron en vida desde el orden nórdico. Y si bien el autor es universal y en ello reside su fuerza, fue sobre todo profundamente latinoamericanista al punto de interpretar como nadie los dolores y los anhelos de lo más popular y lo más cotidiano que late en el alma de la gente.

El libro de Bayly existe gracias a que se producen vacíos en la recepción de los archivos patrimoniales y ello da paso a las especulaciones. Si bien la explicación de lo que sucedió en México con Vargas Llosa pudiera no estar en los volúmenes de Texas, la historia de los estudios críticos ha demostrado la fiabilidad de los documentos y del rastreo de fuentes para dar con versiones lo más fuertes y firmes posibles. O sea, si bien resulta válida una obra de ficción a partir de un cráter, no se recomendaría que ello sirviera para asumir al Gabo desde lo identitario, lo profundamente propio y continental.

“La cercanía del escritor con Cuba siempre le granjeó la suspicacia del entorno editorial y publicitario anglosajón y de alguna manera limitó el alcance de su obra en dicho mercado”.

García Márquez recibido post mortem en los Estados Unidos es casi una imagen del realismo mágico, de esas que fluyen en las obras de ficción; pero no es otra cosa que un resultado de la globalización galopante que convierte en mercancía todo aquello susceptible y masivo, todo lo que implique un valor. En la librería La piedra lunar, un sitio de privilegio del interior de Cuba, se ha debatido en torno al hecho de que muchas de las obras actuales cubanas se están publicando fuera del país. Eso no es ni bueno ni malo, sino un hecho que marca procesos de recepción y de estudios posteriores que se verán impactados por las lógicas de una realidad anglosajona o híbrida, la cual posee sus propias cualidades. En términos de consumo cultural estos sucesos parecieran inevitables en un mundo que se ha tornado una aldea global en la cual los valores fluyen de manera instantánea. El propio Castillo Granada es un ejemplo de ello, o sea, de cómo una historia de recepción de un ejemplar primario va a dar a los titulares y de ahí a volverse por un lado una mercancía y por otro una cuestión de orgullo nacional. Todo esto sucede cuando los autores poseen por demás una honda relación con su entorno y generan resonancias identitarias.

Los genios, de Jaime Bayly, versiona, posiciona e incluso caricaturiza la historia real y hace, de la recepción, el cráter sobre el cual sustenta la trama. En tal sentido, se pudiera destacar que la figura de García Márquez se convierte en una variable de la publicidad y de los mecanismos del mercado para vender los vericuetos de un símbolo identitario. Los genios del Boom latinoamericano de la literatura pasan por el tamiz de una lectura posmoderna que los recepciona dentro del marco del consumo y los transforma en otra cosa diferente de su esencia real. En el morbo del conflicto van la trampa y el gancho para vender. Ni siquiera el propio Vargas Llosa, como reconoce Bayly, quiso en su momento referirse al episodio aludiendo a que García Márquez estaba enfermo y ello le otorgaba mayor gravedad a una cuestión como la salud de un hombre por demás valioso.

Portada del periódico con la foto del Gabo, luego del altercado con Vargas Llosa

Más allá de un episodio de recepción dentro del mercado del norte, la presencia de los archivos del Gabo en una universidad norteamericana y la salida de un libro que instrumentaliza sus conflictos personales y los ficciona, son las marcas de una época en la cual lo real se ha diluido hasta tornarse en muchos verosímiles. He ahí por qué se considera que los fenómenos de identidad quedan dañados por la irresponsabilidad de no conservarlos del lado de acá del Río Grande. Estudiar al Gabo no solo es un ejercicio de crítica literaria, sino una acción con un significado concreto en el contexto de la historia continental. No puede desligarse un gesto de otro, ni menospreciarse el peso que la recepción posee en las mediaciones que transforman la naturaleza de dichas aproximaciones. Por ello resultó tan loable la labor de Álvaro Castillo Granada, que posee la sensibilidad del librero y por ello entendió a un nivel intuitivo las dinámicas de la recepción de una obra y el impacto que ello implica en lo identitario.

García Márquez conoció a Castillo Granada y lo rebautizó como el Librovejero, una especie de pastor de los volúmenes más preciados de la literatura. La picaresca latinoamericana y la mansedumbre de nuestros habitantes primigenios anidan en la mirada de Álvaro, para quien pareciera no haber otro mundo que el universo escritural de la poesía y las narraciones. Conocerlo en el marco de un pequeño, pero valioso proyecto del interior de Cuba, ha sido un privilegio. Máxime por su cercanía con García Márquez y con procesos tan complejos de la cultura como la recepción de las obras de un genio. El Librovejero se lee al menos una vez al año Cien años de soledad, lo cual pareciera casi una tautología si no fuese porque por su condición de obra de arte maestra, la novela se presta para las muchas aproximaciones. Ello quiere decir que este hombre es uno de los mejores lectores de García Márquez y, por ende, un documento viviente de la recepción más auténtica y apegada a la esencia de la propia literatura.

Aunque Bayly ficcione la realidad y la llegue a transformar en otra cosa para el mercado, habrá gente como el Librovejero dispuesta a contar lo que en verdad sucedió con los fenómenos de la cultura, pero la recepción se nos hace más dura y, con ello, el proceso de deconstrucción de las obras en el contexto en que se movieron. Pareciera que América Latina está destinada a ser contada por otros, nombrada por agentes externos que la tasan y la pesan para luego venderla al por mayor. La historia del coloniaje se repite a nivel simbólico y posee en la recepción uno de sus elementos más álgidos. Si el modernismo fue descrito como un regreso de los galeones a América, o sea, una especie de reivindicación y de justicia realizadas por la poesía de grandes como Darío, el presente posmoderno está siendo una revisitación de los instantes coloniales en una variable apegada a cánones ortodoxos del mercado y sus códigos.

“Pareciera que América Latina está destinada a ser contada por otros, nombrada por agentes externos que la tasan y la pesan para luego venderla al por mayor”.

Gabo no está ya en este plano, pero su hondura latinoamericana siempre apostó por la soberanía que se desliga de las fórmulas importadas. Si bien era un lector furibundo de grandes como William Faulkner y Hemingway, supo adaptar esos legados al continente y ver entre nosotros los valores perdidos o ajados por la dejadez de sucesivos gobiernos derrotistas y mediocres. Las consideraciones en el orden crítico fueron dibujadas a priori por el autor colombiano, quien quiso una literatura hecha aquí y con los códigos propios. No en balde todo su tema giraba en torno a cómo contar esos sucedidos y hacerlo además en el tono y con la musicalidad, con los dolores cotidianos de los vecinos de un barrio pobre y perdido del sur. Ese era el Gabo y en tal grandeza labró la humildad de su brillo. El mercado influye en su recepción e indudablemente genera una resonancia. Habría que separar en esa melodía lo que es leitmotiv legítimo y lo que solo entraña ruido.

Pesan a estas alturas la militancia del Gabo del lado de los pueblos y su pugna con Vargas Llosa, el neoliberal renegado que pondera el poder de las élites. Por ello se resalta el morbo del puñetazo y se vuelve a colocar en los titulares la fotografía de García Márquez con un ojo hinchado. Ahí, en los entresijos del amarillismo y del cotilleo parlanchín, la recepción mercantil choca con los procesos identitarios y de auténtica raigambre. En ese plano es donde hay que dar la batalla cultural desde una vertiente crítica que no sea despolitizada ni ajena a los niveles de implementación oportunista de las figuras literarias. La creación es un hecho que acontece en lo ideológico y está impregnada con el barro de la historia. En dicho sentido la suciedad artificial que quiera echársele a la obra nada será si se le compara con la grandeza que los sucesos reales poseen. García Márquez no solo escribió sobre Macondo, un pueblo irreal, sino acerca de nosotros, los que caminamos en estas tierras y tenemos derecho a un imaginario propio y a la creación de caminos que nos construyan una morada digna y habitable. De eso va toda la guerra simbólica.

Jaime Bayly durante la presentación de su libro Los genios sobre García Márquez y Vargas Llosa.

Cuando el Librovejero entregó su ejemplar de Cien años de soledad a la Biblioteca Nacional, mostró un humanismo vitalista. Tanto amor por la obra en sí lo había llevado al choque emocional y al quiebre como sujeto. No se sabe si también por las noticias, en las cuales se le acusó injustamente de un autorrobo. Lo cierto es que el episodio sigue creando ondas expansivas en el universo de la creación continental y hay un abismo insalvable entre el hombre que protege los libros como un pastor a sus ovejas y el otro, el que construye una novela morbosa a partir de un cráter en la información biográfica de García Márquez. Ambos instantes de la recepción son ejemplos de cómo una obra es impactada por los intereses e imaginarios de los contextos y de por qué ello determina la deconstrucción crítica de cualquier autor.

Entre la venta y el amor, entre el interés y el desinterés, la literatura sigue siendo un mundo con vida propia capaz de asustarnos de vez en cuando.

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