Hace ya algún tiempo advertí un cambio en los intereses como investigadora de la historiadora santiaguera Olga Portuondo Zúñiga, que di en llamar “el giro cultural” en su prolífica obra historiográfica.[1] Ese punto de desplazamiento hacia temáticas afines al mundo de los imaginarios culturales y las representaciones simbólicas podemos ubicarlo con claridad en la publicación de su epítome sobre la Virgen de la Caridad del Cobre, en el año 1996. El carácter renovador y polémico de aquella indagación sobre la Patrona de Cuba fue señalado por Jorge Ibarra Cuesta,[2] y será el signo que marcará toda su producción posterior, con predilección por los protagonistas del universo  intelectual del oriente cubano en el período colonial.

“La autora cierra el ciclo de lo que podríamos llamar una historia cultural de los poetas neoclásicos criollos con su aproximación al que es quizás el más elogiado de los literatos del convulsionado tránsito entre los siglos XVIII y XIX: Manuel de Zequeira y Arango”. Foto: Tomada del sitio web de Radio Bayamo

Son los casos de sus aproximaciones revisionistas al polígrafo bayamés José Antonio Saco[3] y al poeta nativista tunero Juan Cristóbal Nápoles Fajardo,[4] y de manera muy original y desmitificadora a los poco conocidos bardos neoclásicos santiagueros Manuel María Pérez y Ramírez[5] y Manuel Justo Rubalcava.[6] En estos dos últimos personajes los aportes de Olga Portuondo al conocimiento de las vidas y obras de Pérez y Ramírez y Rubalcava son verdaderamente notables. Ahora, la autora cierra el ciclo de lo que podríamos llamar una historia cultural de los poetas neoclásicos criollos con su aproximación al que es quizás el más elogiado de los literatos del convulsionado tránsito entre los siglos XVIII y XIX: Manuel de Zequeira y Arango.[7] Fue, en opinión de Emilio Roig de Leuchsenring, uno de los mejores costumbristas cubanos de todos los tiempos y, al decir de José María Chacón y Calvo: “Zequeira ofrece en Cuba el primer ejemplo del trabajador literario. Antes de él muchos habían hecho versos, pero él es el primero en consagrar de un modo metódico y regular sus mejores años al ejercicio de la poesía”.[8] Menos amable que sus predecesores, Cintio Vitier lo coloca en un estado “embrionario” de la poesía insular: “No por ello puede decirse que fuera (…) un poeta cabal, en la plena posesión de su persona lírica, sino más bien un poeta embrión, un poeta nebulosa, un poeta prehistórico, y esto mismo lo sitúa naturalmente en el principio no cronológico sino simbólico, en ese ámbito prenatal y caótico que le corresponde como a nadie en la historia de nuestra poesía”.[9]

“Él es el primero en consagrar de un modo metódico y regular sus mejores años al ejercicio de la poesía”.

En cualquier caso, no es Zequeira un enigma literario tan arduo de descifrar como en los casos de los vates orientales,[10] lo que no quita que muchos datos de su existencia hayan sido motivo de dudas durante más de un siglo y medio. Una primera cuestión, de enorme relevancia en la vida de Zequeira, es la que se refiere a su verdadero nombre y a la fecha auténtica de su nacimiento. Este dilema ya fue confrontado por la ensayista Fina García Marruz, en una exégesis publicada en ocasión de su bicentenario, en la Revista de la Biblioteca Nacional.[11] García Marruz constata dos nombres: Manuel Tiburcio, que es el que ofrece Francisco Calcagno y Manuel Augusto, según el parecer del bisnieto del poeta,  Sergio Cuevas Zequeira. El erudito autor del Diccionario biográfico cubano proporciona como momento de su nacimiento el 15 de agosto de 1760, y ese dato es repetido por historiógrafos literarios tan respetables como Aurelio Mitjans y José María Chacón y Calvo. Contradicen lo anterior, entre otros, Pedro José Guiteras y Cuevas Zequeira, quienes cifran su natalicio cuatros años más tarde, el 28 de agosto de 1764. Cada uno de estos autores remite a partidas de nacimiento o bautismo supuestamente fidedignas, archivadas en la parroquia habanera del Espíritu Santo.

Resulta curioso que una investigadora tan acuciosa como Fina no haya reparado en los datos ofrecidos por el erudito genealogista Rafael Nieto Cortadellas, en un trabajo aparecido en la propia revista de la Biblioteca Nacional en 1952, quien  tuvo en sus manos la fe de bautismo de Zequeira  en la citada parroquia, y afirma que se trata del folio 188 vuelto, libro 9, el cual se encuentra “completamente destrozado en su parte final”. Dicho documento señala que el sacerdote bautizó a un niño el jueves 13 de septiembre de 1764, hijo legítimo de Simón José de Zequeira y Sebastiana Arango, cuyo nacimiento había ocurrido el 20 de agosto, y que le puso por nombre Manuel Augusto de Esquipulas.[12]

Otro dato problemático era la grafía del apellido, de origen galaicoportugués, y que aparece indistintamente con s y con z. El propio hijo del poeta lo escribe con s en el tomo de sus poesías publicado en 1852.[13] Calcagno aporta información sobre este particular, y establece su escritura definitiva con z, que era como lo hacía el poeta, al margen de que también utilizó un crecido número de seudónimos. Este último aspecto denota la gran afición del bardo por el disfraz o la máscara, lo cual revela una decidida vocación de ocultarse, que luego se hará mucho mayor con su neurosis. Este afán de volverse invisible llamó la atención del ensayista cubano Gustavo Pérez Firmat, quien postuló la idea de que existía, en ciertos autores de la literatura cubana, lo que llama el “Complejo de Zequeira”:

Ese gesto zequeiriano de tocarse y desaparecer posee un valor emblemático, ya que en él percibo una curiosa constante de la literatura cubana. Hay en la literatura cubana un ímpetu de evasión, una tendencia a la esquivez o el escamoteo que abarca varios siglos y que “toca” a muchas de sus figuras más representativas, desde Zequeira hasta Sarduy. En honor a su deidad tutelar, quisiera bautizar esta tendencia con el nombre de “el complejo de Zequeira”, complejo que no lo es de superioridad ni de inferioridad, sino de invisibilidad.[14]

“Hay en la literatura cubana un ímpetu de evasión, una tendencia a la esquivez o el escamoteo que abarca varios siglos”.

Entre las cuestiones novedosas que aporta el libro de Olga Portuondo revela la existencia de un desconocido Manuel José de Zequeira, militar vinculado a la región de Bayamo-Manzanillo, coetáneo del vate habanero y aspirante frustrado a obtener el marquesado de Guisa. De igual modo, la historiadora ofrece un árbol genealógico del poeta que lo enlaza con otros importantes patricios habaneros como José de Arango y Núñez del Castillo y Francisco de Arango y Parreño. Este entorno familiar endogámico disfrutaba de considerable influencia política y solvencia económica, y era contemporáneo de lo que la autora denomina “la vanguardia intelectual ilustrada, plena de amor a la patria habanera”, entre cuyos miembros más conspicuos estaban el obispo Luis Peñalver y Cárdenas, el conde de Casa Montalvo, José Ricardo O’Farrill, Sebastián Calvo de la Puerta, Andrés de Jáuregui, Pedro Pablo O’Reilly y los intelectuales José Agustín Caballero y Tomás Romay. Es imposible no reconocer en esta cohorte a los ideólogos y defensores de la gran plantación azucarera, que se entronizó en las llanuras occidentales de la Isla, y cuyo patriotismo, heredero del que reivindicó con orgullo el regidor habanero José Martin Félix de Arrate, estaba estrechamente vinculado a  aquel proyecto de producción esclavista.

Papel periódico de La Habana, órgano de prensa donde Zequeira tuvo un gran protagonismo como director y colaborador”.

En su metodología de análisis de los tres poetas neoclásicos Olga divide su reflexión en dos apartados: primero concibe un ensayo de interpretación del personaje y sus circunstancias familiares, regionales y de época histórica, y en un segundo escenario recopila toda la producción intelectual conocida del autor. En el caso de Zequeira resulta ineludible explicar su educación en el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, anfiteatro de lo que la autora denomina “una nueva manera de pensar”, y que no es otra cosa que la matriz ideológica de la ilustración reformista cubana. Este pensamiento ilustrado asumió entre sus más poderosos vehículos de expresión el propio seminario, la Real Sociedad Patriótica de La Habana y el Papel periódico de La Habana, órgano de prensa donde Zequeira tuvo un gran protagonismo como director y colaborador.

Como es conocido, Zequeira comparte con sus contemporáneos y amigos santiagueros el disfrute de una extensa hoja de servicios bélicos, que lo llevó a participar en los conflictos entre imperios en el Caribe, en fecha posterior a la Revolución Francesa, de donde tomó asunto para varias de su creaciones más famosas, entre ellas “Ataque de Yacsi: canto heroico”. Además de estimular su estro poético, la estancia en La Española le deparó un compromiso matrimonial con una dama de holgada posición económica, María Belén Caro, diez años más joven que él, y que compensó de cierto modo el exiguo patrimonio del biografiado. Otro de sus teatros de operaciones militares fue la Tierra Firme, durante la época de las guerras de independencia sudamericana, ocasión en que fue nombrado para ocupar altos cargos políticos y administrativos en las comarcas neogranadinas de Santa Marta, Río Hacha, Monpox y Cartagena. Al parecer, nos dice la autora, mantuvo una actitud de respeto hacia la población civil criolla, lo que lo distingue de otros miembros de la oficialidad española, célebres por su crueldad.

De regreso de sus aventuras militares, Zequeira se reveló como un  minucioso cronista de la realidad habanera, con marcada afición por la crítica costumbrista, de lo cual es ejemplo mayor la deliciosa prosa de “El reloj de La Habana” y otros escritos aparecidos en el Papel periódico, desde cuyas páginas polemiza con Buenaventura Pascual Ferrer, redactor de otro impreso  titulado El regañón de La Habana y que algunos llamaban con sorna “El regañón de Zequeira”, por la veces que era atacado el poeta en sus páginas.

“De regreso de sus aventuras militares, Zequeira se reveló como un minucioso cronista de la realidad habanera”.

Un asunto de interés en este ensayo biográfico  lo constituye la actuación del bardo como magistrado militar, con el grado de capitán, oficio en que se distinguió por su celo justiciero y actitud imparcial, lo que aparece demostrado en numerosos juicios donde se desempeñó como fiscal. También resulta motivo de atención el sentimiento de exaltación poética del valor del pueblo español ante la invasión francesa, hecho que motivó la alarma de las clases dominantes en la colonia y determinó la creación de una efímera Junta de Gobierno autonómico. En paralelo a esto, Zequeira nunca dejó de ser un defensor de la monarquía hispana y su divisa siempre fue: “Pro patria et regis”. 

Los últimos lustros de la vida de Zequeira aparecen marcados por su traslado a la ciudad de Matanzas, donde desempeñó el pomposo cargo de coronel de milicias, y la aparición de los primeros síntomas de la locura, enfermedad que lo llevó a pretender ser invisible al ponerse un sombrero y creerse miembro de la familia de los Borbones. Un crítico tan avezado como Lezama conjetura que ya hay rasgos de enajenación en el célebre poema que narra la ronda nocturna del 15 de enero de 1808, en que el poeta verifica un recorrido alucinado por la ciudad, lleno de metamorfosis grotescas y apariciones fantasmagóricas.

“Un crítico tan avezado como Lezama conjetura que ya hay rasgos de enajenación en el célebre poema que narra la ronda nocturna del 15 de enero de 1808”.

Olga Portuondo arriesga otra hipótesis explicativa de aquella demencia, al convivir en el ánimo exaltado del poeta apetencias políticas irreconciliables: “Y es esa ambivalencia entre su condición de súbdito de España imperial y la aspiración autonómica para la isla de Cuba la que pudo haber perjudicado su estado mental, cuando intenta explicársela para conciliarlas en momentos en que la naciente burguesía liberal peninsular se propone embridar la Isla para su beneficio”.[15] A lo anterior se suma la incertidumbre que pudo angustiar al poeta, ante el surgimiento de proyectos francamente separatistas como el de los Soles y Rayos de Bolívar, uno de cuyos epicentros estuvo en la ciudad de Matanzas. Al margen de estas especulaciones, nos parece sugerente la hipótesis lezamiana de que: “En Zequeira, en una forma enajenada y a veces grotesca, comienza la sacralización de nuestra poesía”, lo cual “podemos manifestar como una forma de sabiduría cubana, la aparición de esa graciosa y amena enajenación”.[16] 

Con este nuevo libro, que como reza en su dedicatoria quiere honrar el medio milenio de existencia de La Habana, Olga Portuondo nos invita a frecuentar un autor clásico de nuestras letras coloniales, para cuyo mayor conocimiento ha indagado con penetración en el intelectual y el soldado, y en sus difíciles y paradójicas circunstancias. El resultado es loable, pues nos devuelve con creces al ser humano, trascendente en sus versos y enmascarado ante el albur de la locura y la muerte.


Notas:

[1] Félix Julio Alfonso López: “El giro cultural en la obra historiográfica de Olga Portuondo Zúñiga”, en Las tramas de la historia: apuntes sobre historiografía y revolución en Cuba, Santiago de Cuba, Ediciones Caserón, 2016.

[2] Jorge Ibarra: “Prólogo”, en Olga Portuondo Zúñiga, La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2001.

[3] Olga Portuondo Zúñiga: José Antonio Saco, eternamente polémico, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2005.

[4] Olga Portuondo Zúñiga: Un guajiro llamado El Cucalambé. Imaginario de un trovador, La Habana, Ediciones Unión, 2011.

[5] Olga Portuondo Zúñiga: Manuel María Pérez y Ramírez, polígrafo cubano, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2014, 2 t.

[6] Olga Portuondo Zúñiga: Manuel Justo Rubalcava, el desconocido, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2010.

[7] Olga Portuondo Zúñiga: El patriota habanero Manuel de Zequeira y Arango, Santiago de Cuba, Ediciones Santiago, 2019.

[8] José María Chacón y Calvo: “Manuel de Zequeira y Arango”, Social, La Habana, abril de 1923, p. 43.

[9] Cintio Vitier: “Poetas cubanos del siglo XIX” (Semblanzas)”, en Crítica cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1988, p.  279.

[10] Sobre la vida y la obra de Zequeira existe una amplia bibliografía, donde destacan nombres como Joaquín Lorenzo Luaces: “Manuel de Zequeira y Arango”, en Floresta cubana, La Habana, Imprenta y Encuadernación del Tiempo, 1856, pp. 101-104 y pp. 127-129; Pedro José Guiteras: “Poetas cubanos: M. de Zequeira y Arango”, en Revista de Cuba, Habana, 5, 1879, pp. 5-16; Antonio Bachiller y Morales: “Sobre la biografía de D. Manuel Zequeira”, en Revista de Cuba, Habana, 5, 1879, pp. 296-300; Aurelio Mitjans: “Zequeira”, en La Habana Elegante, Habana, año 6, 26 de febrero de 1888; Sergio Cuevas Zequeira: Don Manuel de Zequeira y Arango y los albores de la literatura cubana, Apuntes para un ensayo histórico-crítico, Tipografía de Alfredo Dorrbecker, La Habana, 1923; Emilio Roig de Leuchsenring: La literatura costumbrista. Los Escritores, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 1962, tomo IV, pp. 9-81; Fina García Marruz: “Manuel de Zequeira y Arango”, en Cintio Vitier y Fina García Marruz, Estudios críticos, La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, 1964, pp. 43-100, y Enrique Saínz: “Acercamiento a la poesía de Manuel de Zequeira”, en Ensayos críticos, La Habana, Ediciones Unión, 1989, pp. 22-44.

[11] Fina García Marruz: “Manuel de Zequeira y Arango en su bicentenario (1764?-1846), Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, año 56, enero-junio, 1965, pp. 5-31.

[12] Rafael Nieto: “Documentos sacramentales de algunos cubanos ilustres”, Revista de la Biblioteca Nacional, La Habana, no. 4, octubre-diciembre, 1952, p. 96.

[13] Poesías del coronel D. Manuel de Sequeira y Arango, Segunda edición corregida y aumentada por D. Manuel de Sequeira yCaro, Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S. M., 1852.

[14] Gustavo Pérez Firmat: “La palabra invisible: Manuel de Zequeira y Arango en la literatura cubana”, Crítica Hispánica, vol. VII, no. 1, 1985, pp. 65-66.

[15] Ídem, p. 73.

[16] Una fiesta innombrable. Las mejores poesías cubanas hasta 1960 según José Lezama Lima, La Habana, Ediciones Unión, 2010, pp. 28-29.