En el molde clásico de la lírica popular cubana, y en pleno siglo XXI, me llega este valioso regalo. Es decir, lo que tengo ahora entre las manos es un poemario que solo tiene treinta y dos páginas, demostrándose con ello que si breve, dos veces bueno; multiplicado mi asombro porque aquí lo que late, como vocación poética, para singularizar y enaltecer lo bello, es la décima, la cubanísima décima, donde el autor, además del depurado léxico, deja sobre el papel un dominio absoluto del verso octosílabo.
No es la primera vez que leo décimas de Alpidio Alonso-Grau. En algunos de sus libros, Alucinaciones en el jardín de Ana (1995), Tardos soles que miro (2007), País de los viernes (2013) o Tótem (2022), la estrofa como tal campea por su respeto, siempre elaborada a partir de un virtuosismo que logra fusionar varias cualidades: lenguaje, imaginación, estilo, contexto, ingenio, temas y capacidad de síntesis.
Ahora bien, esta preferencia o necesidad de utilizar la décima como genuina expresión del sentimiento, ¿tiene algo que ver con la raíz campesina de Alonso Grau?, ¿tiene algo que ver con influencias familiares directas?, ¿tiene algo que ver con los ecos que envolvieron a su generación? No albergo la menor duda de que las tres preguntas se entrelazan de forma natural y aportan un sí rotundo.
“… aquí lo que late, como vocación poética, para singularizar y enaltecer lo bello, es la décima, la cubanísima décima, donde el autor, además del depurado léxico, deja sobre el papel un dominio absoluto del verso octosílabo”.
El corpus discursivo de Yo te regalo un colisable rojo (íntimo, reflexivo, filosófico y evocador) levanta vuelo en veintisiete décimas, para nada festivas o descriptivas, para nada efímeras o circunstanciales. Aquí no hay barroquismos ni simulaciones; ya que la eficacia versal, en ocasiones acompañada por líneas metafísicas, llega hasta el lector de manera orgánica, dejándonos como huella (impresión psíquica) una virtud literaria que resulta determinante: la diversidad de tonos.
Tal vez sea mejor explicarlo así: ante la décima, Alonso-Grau pone en práctica la limpia destreza del espadachín. Primero se adueña del metro, luego cabalga sobre el imperio de la primera redondilla y finalmente remata con sincronismo de relojería, sin temerle a rupturas, versos encabalgados o temerle al empleo del yo como sujeto lírico.
“Tonada III”
De las máscaras no tengo
la impericia. No profana
mi rostro el miedo: Lo gana
la rabia con que me abstengo
de amortajarme. Devengo
quien soy cuando me desnudo.
Mi faz descubro. No mudo
como un lagarto la piel:
soy mi paz, mi sombra infiel,
mi riesgo, mi propio escudo.
Llamo la atención sobre un aspecto que a mí me sobrecogió desde el inicio: la fuerza interior de los temas, algo así como la mano invisible del escultor dentro de la obra, una suerte de viaje al acto de creación, al momento mismo de escribir el primer verso. Son varios los enigmas que logro descifrar: rigor, composición, enfoque onírico, excelentes asociaciones metafóricas y la presencia de una tropología que en ocasiones me trae de vuelta el campo: lluvia, rocío, flores, montes, caminos, manantiales, pájaros, trinos, ríos… Y todo ello sin el menor asomo de palabras forzadas o rimas impuestas por la severidad de la consonancia. ¿Cuál es el resultado final?; pues que estas décimas, dado el impacto de la ya mencionada fuerza interior, traen consigo la plenitud abarcadora del soneto. ¿Serán estas décimas “pequeños sonetos”?
Aparte de la síntesis (que resulta su principal mérito), múltiples son las claridades que pueblan las páginas que ahora analizo, quedándose sobre mis ojos, y muy especialmente sobre mi mente, la medida de un suspiro, de un palpitar, de un relámpago, de algo que tiene por esencia la pureza de la espuma. Mientras más busco, más encuentro, y mientras más encuentro, más me convenzo de que Alonso-Grau encuentra en la décima, en la tradición, una forma de reafirmar su propia identidad, como hombre y como cubano. Por eso la edición de este cuaderno, en pleno siglo XXI, es también un homenaje a Nápoles Fajardo, a Agustín Acosta, a Eugenio Florit, a Samuel Feijóo, a Nicolás Guillén, a Manuel Navarro Luna, al Indio Naborí y a otros muchos poetas de la Isla que hicieron de la estrofa nacional un oficio de luz.

Y es así, dejándome llevar por el sobresalto emotivo, que descubro glosas, citas, títulos dodecasílabos, disímiles particiones, veleros que rompen con lo clásico en el quinto verso y un portento del idioma que lleva por nombre “Apuntes asonantados de un diario”. ¿Acaso una “décima coloquial”?, hasta llegar por ese rumbo a la poesía que habla de sí misma.
“Avisos”
Suele el poema decir
quién soy, qué rabia me alcanza;
grito a grito, lanza a lanza,
ya defenderse, ya herir.
Suelen mis versos sentir
como suyo aquel tañido
de otros versos, del sonido
de una guitarra que llora,
acompañar a deshora,
su paz, su poco de olvido.
He aquí una última reflexión. La décima es mucho más que una estrofa específica de la métrica española. Y hay que asimilarla, de principio a fin, como un “complejo cultural” que debemos proteger a toda costa. De ahí que el pueblo, por derecho propio, siempre se haya refugiado en ella, entre otras cosas porque es la expresión lírica más antigua de Cuba. Dicho esto, entonces pregunto: las décimas de Alonso-Grau, ¿son cultas o populares? Según mi parecer, son las dos definiciones juntas. Cultas por poseer dones de cielo y populares por la verdad intrínseca de su esencia. ¡Bienvenida sea esa mágica mixtura! Nada fácil de procurar y por lo tanto nada fácil de conseguir, una alquimia que aumenta el alcance de los contenidos e igual reafirma una máxima martiana de indudable valía: “cada emoción trae su forma”.
“… las décimas de Alonso-Grau, ¿son cultas o populares? Según mi parecer, son las dos definiciones juntas. Cultas por poseer dones de cielo y populares por la verdad intrínseca de su esencia”.
Este cuaderno poético, para mí un cuaderno poético de excepción, acaba de publicarse con un número limitado de ejemplares. Ediciones “Totí”, junio de 2025. Pero si usted tiene la oportunidad de leerlo, hágalo de golpe, hágalo sin pausa, hágalo poniéndole alas al goce espiritual que nos hace sentir el júbilo estético, única manera que tendrá la poesía de acercarse a nosotros para decirnos al oído: Yo te regalo un colisable rojo.


Excelente