No quisiera que se interpretaran mal estas líneas. No pretendo hacer leña del árbol caído, tampoco pasar la mano en nombre de la piedad. Sucesos recientes de carácter público nos pusieron frente a unas valoraciones alejadas del rumbo justiciero de nuestro proyecto social. Es posible que la persona que las expresó lo hiciera sin conciencia de cuándo y cómo comenzó en su mente el proceso que la condujo a una interpretación torcida de la realidad donde, en atención a sus responsabilidades, nunca debió sentirse fiscal sino agente transformador.

La reacción de pueblo no se hizo esperar, y por suerte también la de quien tiene la tarea de conducir al país por el mar convulso de unos días donde, al parecer, la humanidad ha perdido su conciencia de especie. A la reacción popular, expresada en redes sociales (donde también intervino la maquinaria del odio), siguió, y debe continuar el razonamiento sereno, con el enfoque y la altura demandados. No debemos pasar raya y seguir, pues pudiéramos enfrentar consecuencias mucho más graves. Solo esto último me animó a estas ya algo extemporáneas reflexiones.

El presidente del país, al fijar posición, afianzó las ideas y la postura de la Revolución en materias humanistas que nunca, en sesenta y seis años, hemos abandonado. Claro, tal vez lo más desconcertante del incidente sean las reacciones inmediatas (nulas o favorables) de los presentes en el cónclave en el instante del pronunciamiento. Ello pudiera estarnos hablando de grietas más extendidas de lo que sospechamos.

“Solo el altruismo martiano y fidelista, fomentado desde la cultura, nutre las sensibilidades y las conmina a la renuncia de las tentaciones que ciertas coyunturas (sobre todo la posesión de dinero, pero también otras) nos siembran en el camino”.

Han pasado los días y no vale la pena centrarse mucho en el incidente mismo, error humano al fin, pero sí nos corresponde el análisis de causas y consecuencias en pos de cortarle el paso a ciertas líneas de pensamiento que nos alejan de los objetivos más preciados en nuestras ya largas luchas en favor de los humildes.

De Nietzsche a acá no es una tendencia teórica tan aislada, incluso en la actualidad, la convicción de que existen, en nuestra Humanidad, subespecies: una bendecida por la gloria de una abundancia adquirida de oficio, y otra maldecida por el trueno de la miseria. Ideas así animaron al colonialismo y al fascismo. Cuidémonos entonces nosotros, los revolucionarios humanistas que soñamos con el socialismo, de comulgar con esa barbarie excluyente. Se equivocan de manera radical quienes hoy en Cuba refrenden esa lógica. Les corresponde rectificar siempre que comprendan que se han dejado ganar por la sutileza con que el pensamiento reaccionario cala, incluso en zonas de nuestras convicciones que nos parecían invulnerables. Obviarlo es imposible. Creo en la indulgencia, pero también en la cirugía radical, por dolorosa que sea.

Se nos hizo evidente la posibilidad de que alguien, en nuestro enrevesado contexto económico-político-social (vayamos a saber por qué proceso reductor de la empatía, derivado de su modus vivendi, o de la inmadurez, o de la pandémica pérdida de valores esenciales) se haya sentido con facultad de juzgar desde arriba a quienes, en un proceso de deterioro creciente de la vida, ostenten una morfología que los asemeja a figuras de la marginalidad extrema y desamparada del capitalismo. Tal visión acaba encasillando como culpables de su triste condición a quienes la padecen. 

Y si fuéramos a sacar alguna rentabilidad del hecho, esta sería la de generar, a través de la reacción, pensamiento y profundidad para un debate de suma urgencia en nuestro diario acontecer, poco importa que se iniciara con un yerro y pusiera en evidencia debilidades de pensamiento que solo la cultura (política, humanista), unida a prácticas sociales concretas y palpables, puede revertir.

“Y si fuéramos a sacar alguna rentabilidad del hecho, esta sería la de generar, a través de la reacción, pensamiento y profundidad para un debate de suma urgencia en nuestro diario acontecer”.

La elegancia y decencia con que se rebatió la infeliz tesis de una mendicidad teatral y pícara, contrasta ―no me parece ocioso reiterarlo― con la nula respuesta en el espacio colectivo donde se produjo. Es algo que nos obliga a reflexiones y replanteos. Opino que el indudable e indeseado desmontaje de ciertas protecciones sociales frente a las desalmadas competencias de la creciente lógica del mercado lesiona en más de un punto crítico nuestra credibilidad como sistema humanista, pues la legitimación de las diferencias se da de manera espontánea y acaba naturalizándose pese a un discurso oficial que les niega representatividad mientras se ejecutan acciones (insuficientes hasta ahora) para cortarles el paso. Se cumple el principio marxista de que el ser social determina la conciencia social.

Es una verdad a gritos que la existencia de nuevos ricos en nuestro país fomenta el individualismo y, como corolarios inevitables, el egoísmo, la ausencia de solidaridad, y una mala conciencia de impunidad que conduce al irrespeto de las regulaciones asociadas al modelo económico por el que se trabaja. Buen caldo de cultivo para el desorden social. No todo es así, lo sé, aunque resulta indudable que constituye mayoría y genera un daño político que debemos calcular y cortar de raíz, poco importa lo crudo de los ajustes que demande la operación.

“La elegancia y decencia con que se rebatió la infeliz tesis de una mendicidad teatral y pícara, contrasta ―no me parece ocioso reiterarlo― con la nula respuesta en el espacio colectivo donde se produjo”.

Siempre procede puntualizar que la realidad de país bloqueado en que vivimos contribuye a generar y potenciar sinsentidos y aberraciones, no solo en nuestra precaria vida cotidiana sino también en los dominios de la conciencia. Sabiendo eso, con más fuerza debemos profundizar en la reanimación de nuestro ideario con acciones prácticas y mediáticas de mayor calado que la que ejercen la propaganda y el discurso machacante.

Muy pocas personas son inmunes al virus de la desideologización, no importa el lugar que esta ocupe en la escala social. Solo el altruismo martiano y fidelista, fomentado desde la cultura, nutre las sensibilidades y las conmina a la renuncia de las tentaciones que ciertas coyunturas (sobre todo la posesión de dinero, pero también otras) nos siembran en el camino.

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